Cuatro escritoras repasan el mapa de la literatura argentina y reflexionan sobre el lugar de las mujeres en ella Cuatro escritoras repasan el mapa de la literatura argentina y reflexionan sobre el lugar de las mujeres en ella
ocurre se torna necesaria,
y a vuelo de pájaro una genealogía
de la literatura argentina,
al menos la que
terminó en manuales escolares
y trepó a primera fila
en las bibliotecas, muestra
una lista de autores poco
equitativa en la que figuran
pocas mujeres: Victoria
y Silvina Ocampo, Sara Gallardo,
Alfonsina Storni o
Alejandra Pizarnik.
Frente a este panorama,
Luisa Valenzuela, Elsa Drucaroff,
Gabriela Cabezón
Cámara y Fernanda García
Lao analizan, cuestionan o
celebran la perspectiva de
género en las letras, y coinciden
en lo mismo: más allá
de las etiquetas, lo que importa
es la literatura.
Una genealogía hegemónica
muestra una
tradición poblada de
varones. ¿Cómo hicieron
las mujeres para ingresar
a ese canon?
-Luisa Valenzuela: Bien
dicho: una genealogía hegemónica,
en la cual muy
pero muy contadas mujeres
tienen lugar, si bien no faltaron
nunca grandes nombres
en nuestro país. De hecho
a fines de los 60 me pidieron
una nómina de escritoras
en Buenos Aires y
pude sumar 35 de alto nivel.
Aún así nuestro canon
no tiene en cuenta a las escritoras,
habiendo hoy tan
buenos nombres jóvenes.
Si bien perdura un linaje
de alta literatura escrita
por mujeres, el canon sigue
en manos de los hombres a
quienes, en todas las áreas,
les cuesta mucho compartir
laureles.
-Gabriela Cabezón Cámara:
Creo que la inserción,
o no, en el canon, no
depende tanto de los y las
escritoras como de la crítica,
tanto académica como
periodística. Pero es claro
que es cada vez más difícil
soslayar a las escritoras: no
se le discute su lugar a Gallardo.
Poco a poco Libertad
Demitrópulos va consiguiendo
el lugar que se merece
también. Son tan buenas
como tantos colegas suyos,
no sé, tan buenas como
Cortázar, Bioy Casares o
Marechal, por dar unos pocos
ejemplos.
-Elsa Drucaroff: Como
en todas partes, las mujeres
se insertaron con gran dificultad.
Avanzado el siglo
XIX se las colocó en el lugar
de productoras de entretenimiento
para señoritas y
señoras. Su literatura debía
ser edificante, educativa.
Pese a eso, algunas de esas
obras, leídas hoy, muestran
cómo estas intenciones están
plagadas de contradicciones
y fisuras por donde
aparece un talento rutilante.
Otra vertiente para
las escritoras de estos tiempos
fueron las cartas, donde
tenían más libertad de
escribir lo que les parecía,
de expresar fuertes opiniones
políticas o dar cuenta
de momentos histórico, como
Mariquita Sánchez, que
dejó una obra enormemente
valiosa.
-Fernanda Garcia Lao:
Las escritoras del siglo XX
fueron catalogadas de excepciones,
de locas o improvisadas:
suscitaban dudas.
Recuerdo un artículo
tremendo de Abelardo
Castillo, de 1960, refiriéndose
a Silvina Ocampo tras
la aparición de “La Furia y
otros cuentos”, en la que
criticaba su trabajo en estos
términos: “Puede ser
astuta, pero no articula con
exactitud el riguroso mecanismo
del cuento (...) Hay,
es verdad, una constante
tenebrosa, malvadísima,
una suerte de frívolo draculismo
que se repite en todas
las historias, pero la frivolidad
no es intensa”. Astucia,
inexactitud, frivolidad
y draculismo. Maneras de
calificar a una mujer desde
una óptica primitiva y miope.
Pero no son los hombres
los únicos responsables.
Las mujeres sin conciencia
abundan.
¿Qué lugar ocupan
las mujeres en el mapa
literario actual, hay
deudas pendientes?
-GCC.: Hoy, si hablamos
de literatura argentina, tenemos
que hablar de María
Moreno, de Selva Almada,
de Mariana Enríquez,
de Samanta Schweblin. Por
supuesto, también de otras
y otros, pero el fenómeno
que lideran esas colegas es
insoslayable.
-ED: Deudas pendientes
hay muchísimas, aunque
hoy es un poco más fácil
que la crítica y los lectores
no se apresuren a poner
nuestras obras en los
estereotipos, esa idea discriminatoria
de que la literatura
femenina sólo les
interesa a ellas, que habla
de sentimientos, sexo y jamás
de problemas profundos,
los que tienen las personas,
no las mujeres. Hablar
del cuento y no nombrar
a Schweblin, Enríquez,
Alejandra Laurencich o Patricia
Suárez no es sexista,
sino ignorante.
-LV: Todavía hay grandes
baches. “Hic sunt leones”
escribían los cartógrafos
medievales en las zonas
inexploradas del mundo,
peligrosas por lo tanto.
“Hic sunt leonas”, podríamos
anotar hoy en nuestro
mapa literario, no porque
la presencia de las mujeres
sea desconocida sino,
en buena medida, poco
reconocida. En cuanto a
las deudas, me enorgullece
pensar que estoy saldando
una de ellas, siendo la tercera
escritora en dar el discurso
inaugural de la Feria
del Libro de Buenos Aires.
Esa presencia más vital
de mujeres, ¿se tradujo
en una literatura
con perspectiva de género?
¿Existe tal cosa?
-GCC: Creo que sí: el lugar
que ocupamos en el
mundo es diferente que el
que ocupan los varones y
eso necesariamente genera
una perspectiva distinta,
es más difícil asumir ingenuamente
la voz hegemónica,
la que se impone como
universal, una que supone,
por ejemplo, que las mujeres
somos objetos de transacciones
entre varones.
-LV: La idea de una literatura
con perspectiva
de género fue bastardeada
a fines del siglo XX por
el mercado, que ensalzó lo
más banal, libros que aparentando
ser transgresores
desde lo femenino no ponían
en jaque el falogocentrismo.
Creo que más allá
de argumentos y lindezas,
la mujer tiene un acercamiento
a la profundidad del
lenguaje diferente del hombre,
y en eso consiste el valor
de su escritura.
-FGL: As í como descreo
de los géneros literarios,
aspiro a una literatura
emancipada del género. Yo
quiero escribir como hombre,
mujer, como puto, como
feto, como cerdo, como
miserable. Odio las mesas
de mujeres escritoras, o de
escritores de pies planos,
del interior, del exterior, es
decir odio las mesas genéricas.
La literatura femenina
como definición me produce
arcadas. La literatura
que me interesa es potente,
original, pútrida e inmoral.
-ED: La mirada femenina,
prefiero llamarla así
a “mirada de género”, en
tanto el único género no es
el femenino, no es natural
ni depende de tener genitales
femeninos, es una construcción
política y cultural.
Es la mirada que ha logrado
no tomar como natural
el sexismo y no asume
los preconceptos con que
ha sido previamente construida,
la que defiende, en
el enfrentamiento con el
patriarcado, a los géneros
oprimidos. Es un punto de
llegada, no es una mirada
privativa del arte. Sin embargo,
sí puede enriquecer
la literatura, en la medida
en que alumbra cosas
que desde una mirada
patriarcal hegemónica
pasan inadvertidas. Pero
una mirada literaria femenina
no es obligatoria para
que una obra de arte sea
valiosa. Hay grandes obras
muy sexistas, no vamos a
tirar a la basura a Shakespeare
porque hay femicidas
queribles, a Nabokov
porque leerlo es pasar por
la inquietante experiencia
de tener empatía con
un pedófilo que se apropia
de una niña. El arte no vale
por ser políticamente correcto.
Está para hacer preguntas
y sacudir cualquier
ideología