La “Pocha” de las cosas simples La “Pocha” de las cosas simples
hablar sobre
la vida de una persona
de quien tanto se dijo y
se escribió en el tiempo
de su existencia, parece
simple pero resulta complejo.
Eso es lo que me
pasa con la poetisa Selva
Yolanda Ramos, una mujer
que tuvo el magnífico
don de traducir los silencios
en palabras, generar
de los actos sencillos una
historia reflexiva y profunda,
interpretar la vida
desde lo mítico a lo real,
con una asombrosa capacidad
de síntesis y de dejar
al final toda una lección.
Así fue Pocha. Comprenderla
implica navegar
en su mundo bohemio,
soñador, realista
y metafórico al mismo
tiempo. Será por eso que
no resulta fácil definirla
en pocas líneas a quien
siempre me ha tocado reflejarla
desde su plano
artístico-literario. Mujer
preocupada en que la
persona y su obra marchen
en paralelo, evitar
por todos los medios superposiciones
de una con
otra, y dar muestras de
un cuidado equilibrio en
ese sentido.
Por suerte, me tocó
conocer estas dos realidades,
aunque admito
que ella me conoció
mucho a mí. La razón es
simple, su casa estaba
ubicada a 50 metros de la
mía, y por lógica me vio
nacer y crecer en el barrio
Belgrano. Era inevitable
que los vecinos no
tuvieran relación social
con Selva, cuando había
un enfermo en la cuadra
ahí estaba para interiorizarse
sobre su estado o
cuando alguno de los vecinos
denotaba preocupación,
no le importaba
demasiado en dejar una
palabra de aliento que
ayudaba a regocijar el espíritu,
la reflexión cristiana.
Vecina solidaria
Para el barrio, no fue
una habitante más. La
broma, el grito en el saludo,
los gestos simpáticos
y hasta los retos cuando
amanecía con “mal día”,
sirven para definir la personalidad
de una mujer
de carácter fuerte, pero
defensora a ultranza del
seno familiar, al que consideraba
reducto íntimo
e inmaculado de las creaciones.
Será por eso que
cuando caía en sus pozos
depresivos era difícil sacarla;
por lo general, en
esos estados encontraba
siempre su punto de inspiración
para las grandes
obras, muchas de
las cuales fueron a parar
en el bolsillo de un viejo
saco, en el más recóndito
lugar del placar o simplemente
entre las amarillentas
hojas de uno de
los tantos libros existentes
en su biblioteca personal.
Con el tiempo, luego
de que la luz de su cansada
vida terminara de
alumbrar el camino transitado
por los hombres
en el mundo terrenal, esta
gigantesca obra oculta
pudo salir a la superficie
y otra vez, gracias a un
noble gesto de su familia,
me tocó inmiscuirme en
su mundo, interpretarla
cuando ya no estaba y
quedarme con ganas de
preguntarle el porqué de
tantas cosas.
Frente a tamaño tesoro
cultural, me permitía
viajar desde mi mente
hacia su planeta de sueños
narrado en desteñidos
versos que le hablaban
al amor, al pueblo y
la patria, solo por citar
algunos.
Después, más de 200
poemas esperaban cautos
romper las barreras
del anonimato (el libro
post mortem “La gota de
agua”) y así, multiplicarse
en el pensamiento de
quienes eligen este género
como vía de expresión
de los sentimientos escondidos
en el alma.
Ya no está físicamente
entre sus amigos poetas
y vecinos, pero por suerte,
su estela literaria persiste
en el tiempo, gracias a la
memoria de quienes la conocimos
como persona y
como escritora, y también
en aquellos de quienes solo
se comunicaron desde
la lectura de sus poemas,
algunos hechos canción y
otros que viajarán por todo
el Norte Argentino, en
las escuelas rurales, porque
el Senado de la Nación
decidió imprimir sus
libros como herramienta
de lectura.
Sinceramente, espero
haber ayudado -al menos
en una minúscula porción-
a entender un poquito
más a la querida
“Pocha” de los poemas
reflexivos, a la mujer que
hizo de la sencillez un arte,
a la vecina de la mano
extendida; en definitiva,
a la “Pocha” de las simples
cosas.