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"Shishilo", algo más que un cuento

06/08/2016 19:35 Viceversa
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"Shishilo", algo más que un cuento "Shishilo", algo más que un cuento

Rescatar las soledades y

los murmullos es uno de los

arduos trabajos de la literatura.

Las cosas que suceden,

ya sea en la convulsionadas

urbes o en la cándida soledad

de la campaña, no siempre

llegan a conocerse, hasta

que le pasan a alguien y ese

alguien transcribe los sentimientos,

emite las emociones,

subraya la vida.

Esto pasó con “Shishilo”,

el cuento que Dante Cayetano

Fiorentino rescató de la

campaña, de su poco poblado

Perchil Bajo, hace más de

60 años. La diferencia entre

otros cuentos y otros protagonistas

es que en este caso

la realidad se mete en el

cuento al punto tal que no se

sabe qué parte de la ficción

traiciona a la realidad y qué

parte de la realidad traiciona

a la ficción

¿Quién era “Shishilo”?

“Shishilo” fue un niño

como muchos, abandonado

por sus padres por la necesidad

de ir a buscar horizontes

de subsistencia en Buenos

Aires. Pasó hambre, falta de

cariño maternal. él mismo

nos relata en una especie de

autobiografía inconclusa:

“Corría el año 1949, más

precisamente el 29 de marzo,

cuando nací en medio

del monte, en un pueblito de

Santiago del Estero, llamado

Perchil Bajo, donde el sol

revienta la tierra.

Me bautizaron con el

nombre de Juan Domingo,

un nombre muy famoso en

esa época y con mi apellido

Gómez.

Al pasar el tiempo, un

día, a los seis años, tomé

conciencia de mi situación

por primera vez. Me encontraba

en la casa de una familia

que no eran ni mis padres

ni mis hermanos. Evidentemente

yo era un niño

“prestado”, de esos que se

dejan en las casas de vecinos

para realizar todas las

tareas posibles y a cambio,

recibir la comida, un catre

y alguna ropa que le quede

chica a algún miembro de la

familia que esté creciendo.

Por suerte siempre había

muchos niños y la transferencia

de vestidos y calzados,

no era difícil. Ya había

pensado en que yo también

era un niño abandonado.

Un día llegó una señora

morocha, alta, de pelo largo

y negro y ojos trigueños y

me dijo: “Yo soy tu madre”.

El corazón me dio un salto y

tomé conciencia de mi verdadera

situación. No sabía

si reír o llorar y la miré incrédulo

y emocionado, pensando

que se trataba de un

sueño. La miraba de tanto

en tanto para tratar de convencerme.

Por fin Dios había

escuchado mis rezos de

cada noche antes de dormir.

La miré desorientado,

temeroso, pero feliz. Había

soñado con mi madre, pero

esta persona no se parecía

a la mamá de mi sueños.

No importa, ahora podía

besarla como besaban a

su madre los hijos de la familia

que me estaba criando

y una emoción muy grande

se me metió en el pecho”.

Pero mi madre se enfermó

y tuvo que regresar a

Buenos Aires”.

Un tío se hizo cargo de él

y lo crió entre la indiferencia

y la necesidad, sin un respaldo

emotivo que significara

contención. Y allí ocurrió la

historia, un día que su madre

había vuelto transitoriamente

de Buenos Aires,

por sólo unos días y lo mandó

a comprar azúcar. Ya había

perdido alguna vez el escasísimo

dinero que habían

podido conseguir y de allí la

amenaza de “quebrajiarle los

güesos” (textual en el recuerdo

del autor), si volvía a perder

la plata.

¿Qué fue de la vida

de Juan Domingo Gómez?

Pero ¿qué fue de aquel

niño tan ignorado, casi

inexistente?. ¿Qué fue de

aquella vida que casi no era

vida?. él mismo en sus memorias

declara: “Salímos a

cazar con la honda con mi

tío-padre. La necesidad de

supervivencia había dotado

a mi tío de la habilidad para

imitar el canto y el piar de

las aves, a tal punto que los

animales se confundían. Por

ejemplo el silbido de la perdiz.

El sabía que estas aves

anidaban en los jumiales y

hacia allí iba, con su muleta

y su pierna encogida de nacimiento.

Pisando suavemente

con el pie sano y tratando

de no golpear el suelo con la

punta de la muleta, se dirigía

a donde había gran cantidad

de plantas de jume y empezaba

a silbar como silban las

perdices. Al poco tiempo los

animales contestaban sus

silbidos, lo que le hacía ubicar

su posición. Con pasos

apenas perceptibles, se iba

acercando y cuando individualizaba

la planta de donde

partía el piar, comenzaba

a darle vueltas alrededor,

sin deja de silvar él mismo.

Luego de varias vueltas, como

el animal lo seguía con

la mirada, se terminaba mareando.

Mientras tanto él lo

había distinguido y cuando

consideraba que ya estaba

suficientemente mareado, le

apuntaba con la gomera en

la cabeza y de un certero piedrazo

mataba al animal.

Ya teníamos el almuerzo

para ese día.

También él fue llevado a

Buenos Aires a los 9 años y

se dedicó a crecer en la necesidad

de esos millones de seres

opacos.

Pero en vez de declararse

rebelde con causa, por lo

mal que lo trató la vida, en

vez de cobrarse con actos de

vandalismo su exclusión de

la sociedad, lo encontramos

después de 55 años, convertido

en técnico electricista

con una pequeña empresa

en Berazategui.

Santiagueños solidarios

Pero esto no sería extraño,

lo extraño y ponderable

es que junto con otros santiagueños

han creado el “Círculo

Santiagueño de Berazategui”,

donde él es protesorero

y se dedican a realizar

festivales para recaudar

fondos para destinarlos a

obras de beneficencia y que

ya aportaron libros, alimentos

no perecederos a comedores

infantiles, bancos escolares,

sillas de ruedas para

inválidos, para los pueblos

del interior de Santiago y ya

fueron beneficiadas las localidades

de Perchil Bajo, Quimilí,

Tinajeraioj, Río Pinto,

Loreto, etc.

Lo más interesante es

que viajan ellos mismos a los

pueblos en camionetas o en

camiones para depositar sus

colaboraciones en donde corresponda.

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