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EL LIBERAL . Santiago

El cambio climático y el impacto agropecuario en la Argentina: una visión hacia 2030 y 2050

08/08/2021 02:40 Santiago
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El cambio climático y el impacto agropecuario en la Argentina: una visión hacia 2030 y 2050 El cambio climático y el impacto agropecuario en la Argentina: una visión hacia 2030 y 2050

Por Juan Carlos Antuña I Investigador INTA Santiago del Estero

 

En nuestro país, el Consorcio Fable integrado por el Inta y la Fundación Bariloche (Conicet) concluyó recientemente la primera etapa de un trabajo de investigación que estima cuáles serían los impactos del cambio climático en la actividad agropecuaria en el país hacia los años 2030 y 2050. Pero no sólo se trata de la actividad productiva, sino también de los impactos socioeconómicos en todos los que habitamos este país. Esta investigación se realizó con un enfoque hacia la adaptación, es decir cómo deberíamos adecuarnos a los cambios inevitables.

El Consorcio Fable está integrado por Argentina y más de 20 países, está dedicado a aspectos como la alimentación, la agricultura, la biodiversidad y el del uso del suelo y la energía, y está comprometido con la urgente necesidad de transformar la forma en que se producen, consumen y usan los alimentos.

¿Cuáles son los impactos previstos? Los investigadores coinciden en que los hechos y las cifras indican que el cambio climático es real y tangible y se han planteado escenarios desde optimistas hasta pesimistas,  usando modelos matemáticos que simulan las variantes climáticas posibles y arriban a resultados estadísticamente probables.

Estas previsiones indican que el área más afectada del mundo será Asia, y por suerte para nosotros, una de las que menos impacto sufrirá será la Argentina, pero no de una manera uniforme en todo el país. Las áreas más afectadas serán el sur de San Juan y norte de Mendoza, así como el área del Comahue, especialmente Neuquén. El escenario “medio” entre optimista y pesimista indica que en el país tendremos veranos cada vez más lluviosos e inviernos cada vez más secos. Los veranos más lluviosos provocarán mayores problemas en las áreas inundables, por ejemplo, n los bajos submeridionales (parte del este de Santiago del Estero -departamento Juan Felipe Ibarra-, noroeste de Santa Fe y sur de Chaco), pero se incrementarán los rendimientos de los cultivos en áreas de secano e incluso incorporar nuevas superficies de cultivo con buenos rendimientos, como por ejemplo sur de Buenos Aires y La Pampa.

Los inviernos más secos afectarán los cultivos de esa época, especialmente a los cereales donde destacamos al trigo y las hortalizas de invierno. Por otra parte, el análisis de esos impactos no sólo abarcó que ocurrirá en el país, sino cómo nos afectará lo que pase en el resto del mundo. Que Asia sufra los mayores impactos implica que necesitarán incrementar drásticamente la importación de alimentos, y para la Argentina, como fuerte proveedor, implicará una oportunidad, pero también planteará desafíos.

Entre los mayores rendimientos de los cultivos de verano y la incorporación de nuevas áreas, se estima que la producción hacia 2030 se incrementaría un 25% en los principales commodities (soja, maíz, sorgo, etc.), y la totalidad de ese incremento iría hacia la exportación, pero también que tendrá un impacto en los precios internacionales y por ende los internos.

Deberemos entonces lograr un balance entre esa oportunidad y el efecto interno, garantizando a su vez que no se resienta la provisión local, garantizando la seguridad alimentaria a valores de mercado razonables.

El mercado mundial de carnes y por ende el local y la ganadería en el país tendrá el mismo efecto. El principal problema que deberá enfrentar la ganadería será el de la provisión de agua para brebaje en invierno y las reservas de alimentos. Esta circunstancia pone en serio riesgo a los pequeños productores ganaderos bovinos y especialmente los caprinos y es el primer desafío a enfrentar en la adaptación.

Pero no todo será simple, se presentarán fuertes desafíos, especialmente en la logística porque los caminos rurales serán muy sensibles a estas precipitaciones y si no podemos ingresar por ellos a los campos con cosechadoras ni salir en camiones con lo producido, estaremos en problemas. Pero también ocurre que por esos caminos transitan habitantes, educadores, estudiantes, servicios de salud, seguridad y provisión de alimentos.

Ya no es un impacto productivo, sino que toma dimensión social y debería ser uno de los primeros temas a abordar en la planificación de las inversiones necesarias. Una de las principales incógnitas a despejar tiene que ver con el impacto en el sur de Brasil, en la cuenca superior del Paraná, ya que existe una probabilidad aún no determinada con mucha certeza de que la falta de lluvias genere un fenómeno que se vio en 2020 y pero que desde 1905 no se tenía registro, con bajantes que complicó seriamente al complejo portuario de Rosario. Si este fenómeno se transforma en recurrente, será necesaria una replanificación logística con fuertes inversiones o gran incremento de costos, especialmente para las producciones del centro y norte del país, ya que el próximo puerto operativo de granos es Quequén, en Necochea, casi 900 km adicionales por tierra, y por el litoral en buque 1.150 km.

¿Cómo nos adaptamos? En la primera etapa de la investigación surgieron muchos interrogantes sobre los impactos planteados que deben ser resueltos, por ejemplo, la capacidad de adaptación de un productor grande o mediano no será la misma que uno pequeño que será más vulnerable y deberán buscar estrategias para hacerlo.

El mapa productivo del país se verá modificado y de manera urgente se debe vislumbrar cómo sería y cuántas versiones podría tener. Las áreas de riego necesitarán una urgente reconversión, refuncionalización y optimización para aprovechar al máximo el agua en invierno, especialmente en la planificación del uso de las reservas y los sistemas de distribución, el área de riego del río Dulce es una de ellas.

El nuevo “mapa productivo” debería orientarse hacia la eficiencia en el uso de los recursos porque los compromisos ambientales que se deben cumplir obligará a tener mayor cantidad de superficie de áreas protegidas, pero con un balance en contemplar a todo tipo y escala de productores.

También deberá ponerse un fuerte acento en el agregado de valor, variando la relación de exportaciones de productos básicos alimentarios hacia productos industrializados, especialmente en las áreas más sensibles. Como se remarcó, no sólo se trata de la producción o de los ecosistemas, sino también de la población inmersa en los territorios, por lo que se debe ampliar la mirada a considerarlos como socio-ecosistemas.

Es muy probable que surjan fuertes regulaciones al uso del agua, especialmente la subterránea y procesos de acuerdos interprovinciales o federales para el uso de las cuencas acuíferas subterráneas y las de superficie. Si el fenómeno es muy profundo, es hasta probable que haya que priorizar algunas actividades sobre otras. La importancia de estos estudios previos radica en que es conveniente adelantarse a estos escenarios e ir diseñando soluciones posibles ante cada uno de ellos y no esperar que situaciones críticas generen conflictos.

La crisis de Covid-19 ha puesto de manifiesto la fragilidad de los sistemas alimentarios y de uso de la tierra al poner en primer plano las vulnerabilidades en las cadenas de suministro internacionales y los sistemas de producción nacionales, lo cual ha servido como señal de advertencia sobre los impactos futuros.

Los resultados de los modelos

Los seis modelos matemáticos de simulación empleados se basaron en diversas variables.

Entre las principales, se consideró el volumen para garantizar la seguridad alimentaria, una dieta que garantice una adecuada nutrición, el volumen exportable, su relación con el empleo y la economía, la superficie necesaria en un marco de eficiencia y los límites en esas superficies (uso de la tierra y del agua) por los compromisos para mantener el equilibrio ambiental en el marco de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sustentable) y garantizar el bienestar social, siempre dentro de diversas posibilidades del impacto del cambio climático. A su vez, los resultados se compararon con un escenario “sin control”, es decir sin ningún tipo de acción ambiental para medir la mejora posible. Lo complejo de este trabajo de prospectiva es que, con tantas variables, existen millones de combinaciones posibles y debieron considerarse sólo las viables y probables hasta encontrar resultados que muestren un equilibrio.

Los datos de uno de los modelos, el Fable Calculator, referido a la producción proyectada, indica cuáles serían los resultados hacia 2030 y 2050 sin ninguna medida, pero con acciones de adaptación y equilibrio ambiental. l

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