¡Dios mío, qué orgullo! ¡Dios mío, qué orgullo!
Por Daniel Jaule. Entrenador de básquet
Realmente pensé que después de la “Generación Dorada” no iba a volver a ver un equipo que te genere, primero como espectador y después como entrenador, las cosas que ese equipo nos hizo vivir durante muchos años. Pero, la vida te sorprende y vaya si lo hace a cada paso.
Analizar hoy a la Argentina desde un escritorio solitario y mi cabeza de entrenador es una tarea imposible, permítanme que me ponga la camiseta, el gorrito y se me infle el pecho de ser argentino y fanático de este deporte.
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La Argentina, tácticamente desde su defensa, hace que grandes potencias como Serbia o Francia entren en un desconcierto tal que da la sensación de que la Argentina elije cómo van a jugar los rivales y eso sólo es una parte pero fundamental de este proceso.
Cuando recupera la pelota tienen un nivel de frescura e inconsciencia que creo que hasta el último espectador que no sabe nada de básquet lo disfruta plenamente.
Dejé para lo ultimo lo que nos caracteriza como pueblo: el carácter de cada uno de los integrantes que es único.
Párrafo aparte para el cuerpo técnico, directores de orquesta de alto nivel con bajadas de línea hacia los jugadores que interpretan a la perfección nuestro sello de juego.
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Señores, la escuela del básquetbol argentino está más vigente que nunca. Jamás le faltará todo eso que somos, pero también saber que cuando como argentinos trabajamos en equipo y todos para el mismo lado, podemos alcanzar sueños impensados.
Cómo no acordarse de los Najnudel, Cortijo, Uranga, Milanesio, Campana, Villar para después disfrutar de los “Manu”, “Chapu”, “Pepe, Fabricio y toda la GD, para ahora regocijarse viendo este presente del “Tortuga”, la leyenda de Luis, Facu y todos los integrantes del alma, que ya son dorados porque dejaron la piel.