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Malvinas, ingleses y gauchos

02/04/2019 02:02 Opinión
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Malvinas, ingleses y gauchos Malvinas, ingleses y gauchos

Una de las formas más crueles de

causar daño es el olvido. Para evitar

la amnesia destructiva, resulta

conveniente que hoy honremos

a nuestros héroes de Malvinas

y evoquemos los hechos históricos relacionados

con las islas.

Poner un pie en Malvinas es la forma más cercana

y dolorosa que tiene un argentino para sentirse

extranjero. El principal asentamiento de las

islas carece de toda referencia a nuestro país, y si

uno desea homenajear a los caídos, no puede evitar

adentrarse noventa kilómetros en la Soledad.

Los guías se encargan de recordarnos que el cementerio

fue desterrado como único modo de tolerar

nuestra presencia. Puede que sea algo impuesto,

pero prefiero entenderlo como la marcha

voluntaria que alcanza a tocar el corazón de la isla.

En Malvinas es casi imposible dialogar con un

interlocutor isleño sobre los tiempos anteriores

a la estancia inglesa. Da la impresión de que todo

comenzó recién el 3 de enero de 1833, cuando

el país Albión ocupó el archipiélago mediante

el desembarco de fuerzas transportadas por la

fragata HMS Clío. Hoy no existe nada que evoque

nuestra ocupación nacional previa, el gobierno de

Vernet, o el alumbramiento de argentinos en esos

parajes, como el caso de Matilde Vernet y Sáez en

1830, apodada Malvina, la primera persona de la

que se tenga noticias que haya nacido bajo cielo

isleño.

Precisamente, estas líneas se originan en que

el forzado inicio de la historia en el año 1833 contrasta

con un enorme corralón antiguo, circular y

de piedra, que se encuentra apenas uno penetra

en la isla. Como única concesión, los lugareños reconocen

que el viejo redil es de épocas anteriores

a la ocupación inglesa, y que fue construido por

los gauchos. ¿Gauchos en las Malvinas? Sí, y en

este punto es bueno traer a colación el testimonio

de un afamado personaje inglés, cuya visita a ese

territorio es importante por ser contemporánea al

tiempo de la ocupación británica, con lo que tenemos

la revelación directa acerca del estado real en

que estaban las islas.

El naturalista Charles Darwin se alistó para

viajar alrededor del mundo en el bergantín HMS

Beagle, travesía que inició en Plymouth en el año

1831. En ese periplo, el Beagle echó ancla en el estrecho

de Berkeley de la isla oriental dos veces,

ambas en marzo de 1833 y 1834.

El relato de Darwin es trascendente por sus

impecables credenciales de honestidad intelectual.

Al prestigioso científico no le tembló la mano

para contradecir las opiniones de los círculos

académicos de Europa y la propia instrucción religiosa,

cuando se convenció de que las especies

no se mantenían perpetuamente fijas. Por ende,

resultan creíbles las experiencias que relata en su

diario de viaje “A naturalist's voyage round the

world in H.M.S. Beagle”.

En especial, el joven Charles, de veinticinco

años, relata una excursión de pocos días al interior

de Malvinas, acompañado por dos gauchos,

uno de ellos llamado Santiago. Cuenta que partieron

temprano llevando seis caballos. Darwin quedó

deslumbrado por la rudeza de los gauchos, a

quienes describe como “hombres admirables…

acostumbrados como estaban a no contar sino

consigo mismos para encontrar aquello que necesitaban”.

Refiere la destreza con que los paisanos

cazaban vacas salvajes, desjarretándolas y evitando

las cornadas, lo que justificó su halago: “Esto

prueba que los gauchos hacen, aunque no lo parezca,

en esta cacería, un ejercicio muy violento”.

El inglés también quedó encandilado con el asado

y la habilidad con la que los gauchos cocinaban,

sin más recursos que pequeñas plantas verdes

mojadas por la intensa lluvia: “Si hubiese cenado

con nosotros un respetable concejal, no hay

para qué decir cuán pronto habríase celebrado en

Londres la carne con cuero”.

Las anécdotas de Darwin son interesantes, pero

es importante constatar que el testimonio contemporáneo

a los hechos brindado por una personalidad

inglesa, eminente y honesta, revelando

que la presencia argentina en las islas fue anterior

a la británica. De hecho, los ingleses se encontraron

con gauchos ya establecidos en Malvinas, y

hasta se sirvieron de la experiencia de estos aguerridos

hombres para hacer frente a las inclemencias

del áspero terreno.

Asi, los gauchos, tantas veces despreciados

aunque gigantes de la resistencia, con su galopar

sostuvieron las fronteras del norte, y en el sur extendieron

la Patagonia a través del océano, más

allá de donde alcanza la vista.

Entiendo que tenemos que desalentar el rencor

y evitar por siempre la violencia, pero también

impedir que las aguas del Leteo nos moje la frente

e imponga el olvido. Le debemos la memoria y

el compromiso de la paz duradera a las vidas argentinas

bien vividas en Malvinas, y especialmente

hoy, a los sufrimientos de nuestros héroes, a las

vidas que allí dejaron, y a las lágrimas inestimables

de sus madres y seres queridos.

No hay mejores palabras para concluir un tema

gaucho que las del autor del Martín Fierro,

quien hace ciento cincuenta años (“Islas Malvinas.

Cuestiones graves”, El Río de la Plata, N° 92,

edición del 26 de noviembre de 1869) ya advirtió

que “Los argentinos… no han podido olvidar

que se trata de una parte muy importante del territorio

nacional, usurpada a merced de circunstancias

desfavorables, en una época indecisa, en

que la nacionalidad luchaba aún con los escollos

opuestos a su definitiva organización”. Hernández

se dio cuenta. Hubo expoliación, pero también

tenemos mucho que sanear nosotros mismos

dentro del país.

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