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Mafioso confesó cómo mataron al Papa Juan Pablo I

Siempre se sospechó que fue un magnicidio Ahora un mafioso dio detalles del deceso del Santo Padre

Siempre se sospechó que fue un magnicidio. Ahora, un mafioso dio detalles del deceso del Santo Padre.

30/10/2019 15:35 Mundo
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Mafioso confesó cómo mataron al Papa Juan Pablo I Mafioso confesó cómo mataron al Papa Juan Pablo I

El 28 de septiembre de 1978 una monja intentó despertar al hombre que la había llevado a vivir al Vaticano desde Venecia. Era una de las asistentes del flamante Papa Juan Pablo I, quien había reemplazado a Pablo VI apenas 33 días antes. Pero la religiosa, cuyo nombre nunca se conoció, no logró sacar del profundo sueño al Pontífice. En la noche, sólo un té lo había acompañado. Ambos, en esas tempranas horas de la mañana, ya estaban fríos.

La noticia recorrió y conmovió al mundo (sobre todo católico) que apenas salía del luto por el final del anterior papado. Y las sospechas sobre un asesinato comenzaron a recaer sobre los herméticos pasillos de San Pedro.

¿Qué había ocurrido aquella noche desgraciada? ¿Quién pudo haber elegido como blanco a Albino Luciani? Pero sobre todo, ¿había cómplices intestinos pertenecientes a la Iglesia? 18 días después de su partida asumiría como soberano el cardenal polaco Karol Wojtyla, quien lo sucedió como Juan Pablo II. Fue el verano de “los tres papas”. 

Juan Pablo I había sido el primer papa nacido en el Siglo XX y también el último en morir en dicho siglo.

Pero las intrigas en torno a la muerte de Luciani no cesaron nunca. Hasta nuestros días.

Es que un sicario de origen italiano, de nombre Anthony Luciano Raimondi (69 años), confesó haber sido partícipe del supuesto magnicidio. Lo reveló en un reciente libro llamado When the Bullet hits the Bone (Cuando la bala golpea el hueso) en el cual explica cómo fue aquella larga noche y las anteriores en las que estudió cada uno de los pasos del jefe de la Iglesia Católica en Roma.

De acuerdo a una entrevista dada por Raimondi al diario The New York Post, todo comenzó cuando fue convocado a una reunión secreta por su primo, el cardenal Paul Casimir Marcinkus. El asesino tenía entonces 28 años.

De origen norteamericano, el alto sacerdote fue quien dirigía entonces el Instituto para las Obras de Religión, más conocido como Banco Vaticano. Tenía bajo su control miles de millones de dólares entre 1971 y 1988. Un verdadero poder dentro del poder.

La tapa del libro escrito por el mafioso confeso de la muerte del Santo Padre.

De acuerdo al relato de quien fuera sobrino del “padrino” Lucky Luciano, el asesino tuvo acceso a los muros del diminuto estado gracias al cardenal banquero.

Allí, estudió cada uno de los repetidos pasos y rutinas del Sumo Pontífice quien representaba una amenaza para las finanzas de la institución dirigida por Marcinkus. 

“Estaba parado en el pasillo fuera de las dependencias del Papa cuando se sirvió el té”, escribió en el libro Raimondi.

En las páginas de su obra también cuenta que la cantidad de Valium que pusieron en su infusión fue tanta que la víctima no se habría movido “incluso si hubiera habido un terremoto”.

La taza fue llevada, siempre según el hombre, por el mismísimo Marcinkus. 


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Durante largo tiempo, el sicario de Luciani fue el encargado de la inteligencia sobre sus movimientos y de cómo sería la mejor forma de terminar con su vida.

Pero por temor a acabar “en el infierno” no quiso estar allí cuando colocaran el cianuro mortal en la boca del Papa inconsciente.

“Había hecho muchas cosas en mi tiempo, pero no quería estar allí en la habitación cuando mataron al Papa. Sabía que eso me compraría un boleto de ida al infierno”.

El envenenamiento 

El saludo del Papa Juan Pablo I a los miles de fieles que lo saludaron el día en que fue nombrado sucesor de Pedro, en el Vaticano.

El encargado de colocar con un cuentagotas el cianuro en la boca de Juan Pablo I, según narró, fue su primo.

“Cuando terminó de hacer su trabajo, cerró la puerta detrás de él y se fue”. Cuando la religiosa lo encontró muerto, varios ingresaron a la habitación. Entre ellos Marcinkus, de acuerdo al relato de Raimondi. El Sumo Pontífice había muerto. Según el parte médico de defunción, por un ataque cardíaco. Cosas que ocurren en gente de cierta edad. Tenía 65 años. 

El ahora escritor y ex sicario contó que Luciani había sido elegido como blanco porque estaba decidido a exponer ante el público los escándalos financieros que salpicaban al Banco Vaticano y ensuciaban a la Iglesia. Quería purificarlo de una vez por todas. No llegó a hacerlo. 

El verdugo cree que aún hoy los restos del veneno inoculado en el cuerpo del papa podría aparecer. Y cuenta una (otra) infidencia. Los autores intelectuales del supuesto crimen de Juan Pablo I también tenían planeado terminar con la vida de su sucesor, Juan Pablo II. Lo consideraban una amenaza. Pero él no quiso ser parte de un segundo magnicidio en la ciudad amurallada. “¿Qué van a hacer? ¿Matar a todos los papas?”, cuenta que les preguntó en su momento. 

Antes de celebrarse el cónclave que lo eligió, expresó su deseo de no ser elegido.

Lo cierto es que Wojtyla se convirtió en uno de los pontífices más longevos de la historia.

De acuerdo a Raimonid no quiso enfrentarse con las irregularidades del Banco Vaticano porque sabía que moriría. Lo combatió de otra forma.

El particular relato del autor de When the Bullet hits the Bone recuerda a la icónica escena de la película El Padrino III cuando el papa que logra confesar a Michael Corleone -el jefe de la mafia en Nueva York y Nevada en la piel de Al Pacino- es también asesinado en circunstancias similares.

Su nombre de ficción era Cardenal Lamberto en lugar de Luciani y su papel fue interpretado por Raffaelle Vallone, actor, productor y director italiano.

Lamberto, una vez papa, también toma el infame té. Nada se dice sobre el cianuro, aunque sí hay implicancias financieras de por medio.

Raimondi padece cáncer y dice no estar en prisión gracias a los millonarios sobornos que debió pagar durante toda su vida. Ahora, decidió contar todos sus secretos. Teme llevárselos a la tumba y no tener tiempo de arrepentirse.

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