Soy la vid, vosotros los sarmientos Soy la vid, vosotros los sarmientos
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos: «Yo soy
la verdadera vid, y mi Padre
es el labrador. A todo sarmiento
que no da fruto en mí
lo arranca, y a todo el que da
fruto lo poda, para que dé
más fruto. Vosotros ya estáis
limpios por la palabra que os
he hablado; permaneced en
mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no
puede dar fruto por sí, si no
permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis
en mí.
Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece
en mí y yo en él, ese da
fruto abundante; porque sin
mí no podéis hacer nada. Al
que no permanece en mí lo tiran
fuera, como el sarmiento,
y se seca; luego los recogen y
los echan al fuego, y arden. Si
permanecéis en mí y mis palabras
permanecen en vosotros,
pedid lo que deseáis, y
se realizará. Con esto recibe
gloria mi Padre, con que deis
fruto abundante; así seréis
discípulos míos”.
“Yo soy la verdadera vid, y
mi Padre es el labrador”
Hoy el Evangelio nos habla
de la «vid y los sarmientos”
para expresarnos la relación
vital existente entre
Jesús y el creyente, entre la
Palabra de Jesús y el que la
acepta como propia. La comparación
que nos pone resalta
la compenetración que tiene
que haber entre Jesús y el
creyente, entre el redentor y
el redimido.
La salvación, viene a decirnos
el Señor, es un regalo
de Dios, pero no se opera de
un modo mágico. Insiste en
la necesidad de permanecer
unidos para dar frutos, guardando
los mandamientos y
manteniendo el amor mutuo.
Quienes escuchaban a Jesús
comprendían bien el alcance
mesiánico de su mensaje
ya que, a través de la Sagrada
Escritura, el pueblo de
Dios fue comparado en muchas
ocasiones con la «viña”:
una viña cuidada con gran cariño
por Dios y, sin embargo,
ella le responde con amargos
frutos.
El labrador cuida con
gran atención y cariño sus
viñas para que no se deterioren
y arruinen.
Dios cuida
de nosotros, pero debemos
dejar que nos atienda, que
nos «pode”, que corte sarmientos
inútiles.
Si no le dejamos actuar,
si nos desentendemos de él,
quedaremos arruinados. Seremos
como esos sarmientos
que, desgajados de la cepa,
se secan y solamente sirven
para ser quemados.
La unión con Cristo es indispensable
para dar fruto.
¡Es imposible ser eficaces
cristianamente si no estamos
unidos a él! Ser cristiano exige
vivir unido a Cristo.
Sin esta unión de amistad
seremos miembros secos
en su Comunidad, en su
Iglesia: «el que permanece en
Mí y yo en él, ése dará mucho
fruto”. Por eso el Señor afirma
que «sin Mí no podéis hacer
nada”.