¡Abrete! ¡Vuelve a vivir! ¡Abrete! ¡Vuelve a vivir!
conduce a la región de Sidón,
retorna al mar de Galilea,
a la región de la Decápolis. La
descripción con ciertos detalles
tiene como finalidad dejar
en claro la apertura del Evangelio
a la tierra pagana. Jesús
se encuentra en medio de
gente que no cree en el Dios
de Abraham, el Dios de Israel,
en quién él cree. Es importante
observar la conducta de
Jesús: no predica el Reino, no
intenta convencer a cerca de
la verdad de su religión, sólo
se dedica a curar, a “hacer el
bien”, más que hablar sobre el
Reino, lo hace presente.
Le traen un sordo para
que le imponga las manos,
es alguien que necesita de su
bondad, de su amor solidario.
La curación se lleva a cabo
mediante el empleo de
prácticas terapéuticas conocidas
en aquella época y
en ese entorno cultural: introducir
sus dedos en los oídos
sordos y tocar con su saliva
la lengua. La elevación de
la mirada al cielo y el suspiro
de Jesús muestran que Jesús
cura porque Dios lo asiste
con su Espíritu. Le dice al enfermo:
“Effata”, ábrete, no sólo
le manda abrir los oídos para
escuchar, sino abrirse a la
misericordia de Dios que sana.
La sordera es un signo
evidente de la incomunicación,
del aislamiento, de la
soledad. Este hombre, como
muchos está cerrado a Dios,
a la vida, al amor. Vive encerrado
en su propio mundo, lejos
de Dios y de los hermanos.
Quizás desesperanzado, creyendo
que su vida está condenada
al fracaso, al dolor y al
sinsentido.
Pero Jesús, al curarlo
le muestra que su vida tiene
valor, le devuelve la dignidad
perdida, lo invita a abrirse
a Dios, a la creación, a los
hermanos. ábrete, comunícate,
expresa tu interioridad,
grita tu anhelo más profundo
de amar y ser amado, vuelve
a encontrar el gusto por la vida,
arriésgate a ser un hombre
nuevo.
Conclusión
Este relato presenta a Jesús
como el portador de la
salvación definitiva, simbolizada
en el gesto de hacer oír
y hablar al enfermo. A la vez,
muestra la apertura del Evangelio
a los paganos y la pedagogía
que Jesús utiliza para
hacer presente el Reino: la
práctica del bien. No se trata,
de imponer la religión, ni querer
convencer a los demás
sólo con palabras, se trata
de “obrar el bien”, de ayudar
a las personas a recuperar su
dignidad.
En un mundo donde las
palabras han dejado de significar,
donde las instituciones
religiosas han perdido se
representatividad y valor simbólico,
donde Dios parece ser
un convidado de piedra en la
mesa de las grandes decisiones
políticas y sociales;
practicar el bien, dar una mano
a los que sufren y amar a
los despreciados será el modo
más adecuado de anunciar
que Dios existe y quiere
un mundo más
humano para
sus hijos. Hacer
el bien, es
la mejor carta
de presentación
para los
que creen en
Dios.