Trump, China y un inquietante coqueteo con Taiwán Trump, China y un inquietante coqueteo con Taiwán
Por Mariano Caucino. Especialista en Relaciones Internacionales. Ex embajador argentino en Israel y Costa Rica.
El 9 de enero, el secretario de Estado saliente Mike Pompeo anunció el levantamiento de las restricciones que limitaban las relaciones diplomáticas norteamericanas con Taiwán. La medida, naturalmente, despertará reacciones en China, dado que esas limitaciones habían sido adoptadas oportunamente durante las últimas cuatro décadas -tal como explicó el propio Pompeo- como una manera de “apaciguar” al régimen comunista chino.
El secretario de Estado, además, elogió la “democracia vigorosa” de Taiwán y calificó a su gobierno como “socio confiable” de los Estados Unidos. Tres días antes, en otro comunicado, cuestionó la represión china en Hong Kong y expresó que Taiwán era un “ejemplo” de lo que una China libre y democrática podía ser.
Naturalmente, las autoridades taiwanesas celebraron los anuncios. Su enviado diplomático ante los EEUU Hsiao Bi-khim sostuvo que las medidas implicaban remover “décadas de discriminación” y el ministro de Relaciones Exteriores taiwanés Joseph Wu recordó que Taiwán y EEUU comparten “valores, intereses comunes y una inquebrantable creencia en la democracia y la libertad”.
La decisión anunciada por el jefe de la diplomacia norteamericana tiene lugar tan sólo dos semanas antes del traspaso de mando en que asumirá el poder el nuevo presidente Joe Biden y en medio de los graves tumultos que presiden la transición de mando más escandalosa que se recuerde en el país.
Expertos en el arte de esperar, los jerarcas chinos parecen haber adoptado la estrategia de aguardar hasta el 20 de enero. No obstante, los duros conceptos publicados en el editorial del Global Times el domingo 10 permiten interpretar la reacción de Beijing. El órgano del Partido indicó que las medidas norteamericanas “equivalen a cometer un crimen dañando estructuralmente la paz en el Estrecho de Taiwán” y advirtió que “las graves consecuencias pueden ir más allá de cualquier predicción”. La agencia estatal Xinxhua News por su parte indicó que la medida busca aumentar las confrontaciones y “no contribuye a la paz global”.
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A comienzos de los años setenta, la audaz y creativa diplomacia triangular del Presidente Richard Nixon y su asesor de seguridad nacional -y luego secretario de Estado- Henry Kissinger llevó a los Estados Unidos a reconocer a Beijing como autoridad legítima de China como parte de la estrategia de contener la expansión de la Unión Soviética. Nixon y Kissinger entendieron que los intereses de los Estados Unidos estarían mejor atendidos en tanto Washington lograra mantener tanto con Moscú como con Beijing una relación más cercana que la que éstas tuvieran entre sí. En 1979, durante la histórica visita de Deng Xiaoping a los EEUU, la Administración Carter completaría esa política al romper relaciones diplomáticas con Taiwán y establecer el vínculo pleno con China Popular.
Beijing sostiene que la isla de Formosa -habitada por casi 24 millones de personas bajo un sistema capitalista y democrático- es una provincia china y que debe reconocérsele su integridad territorial como parte de China Popular. A pesar de que diversas administraciones norteamericanas han logrado evadir las restricciones que limitan sus relaciones con Taipei y han continuado vendiéndole armas, las medidas anunciadas por el secretario Pompeo exceden los antecedentes señalados y constituyen potencialmente una alteración de la relación bilateral entre Washington y Beijing. Otros eventos inmediatos amenazan esa realidad. La embajadora de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas Kelly Craft tiene previsto desplazarse a Taipei el 13-15 de enero próximo, en un viaje considerado inaceptable para las autoridades chinas, las que calificaron el mismo como una “alocada provocación”.
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El Politburo del PCCH es especialmente celoso respecto al cumplimiento estricto de la regla del reconocimiento de su soberanía bajo la llamada fórmula de la One China Policy, a la que consideran una piedra angular del orden global vigente.
Pero con respecto a China y Taiwán, la Administración Trump parece terminar en el mismo lugar donde comenzó. Un coqueteo con Taiwán había enrarecido las relaciones con China en el comienzo de la era Trump. Ya en diciembre de 2016, pocas semanas después de ser electo, Trump había aceptado un llamado de la presidente de Taiwán Tsai Ing-wen. La comunicación pretendía limitarse a un llamado de felicitaciones protocolares. Pero en materia diplomática hasta los más mínimos gestos esconden mensajes y potencialmente engendran consecuencias. El hecho de que Trump celebrara el llamado a través de su cuenta de Twitter molestó más aún a los chinos.
El episodio era “sumamente extraño”. Un observador lo calificó como un “paso en falso” del electo mandatario, toda vez que los jefes de Estado norteamericanos se han abstenido desde la década del setenta en hablar directamente con los líderes taiwaneses. Los vínculos con Taiwán se han mantenido de manera “no oficial” desde entonces. Para China Popular resulta “inaceptable” que un líder taiwanés sea reconocido como Jefe de Estado.
Acaso no comprendiendo lo delicado del asunto, poco después Trump se quejó de las reacciones y críticas a la imprudente llamada telefónica. Los expertos en la relación advirtieron que podía ser el comienzo de un deterioro serio en el vínculo. Bonnie Glaser, directora para asuntos asiáticos del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), advirtió que una llamada así era “totalmente sin precedentes”, o cuando menos nunca se ha dado a conocer públicamente.
El ministro de Exteriores chino Wang Yi expresó entonces que esperaban que las relaciones de Beijing con Washington no se vieran “interferidas o dañadas” después de la llamada telefónica de Trump y la presidenta de Taiwán. Indicó que el llamado era “sólo una pequeña estratagema de Taiwán”, y se esperanzó en que no alterara la política de EEUU respecto a China Popular.
Sin embargo, siguieron cuatro años de dificultades en la relación entre Washington y Beijing. Al incidente taiwanés siguieron una profundización de la guerra comercial, las acusaciones por el avance chino en el campo de las telecomunicaciones y sus derivaciones en materia de ciberespionaje (5G) y un descenso en el vínculo a partir de la crisis derivada de la pandemia del COVID-19 en la que EEUU y varios países occidentales acusan a China de actuar irresponsablemente provocando un daño gigantesco a escala global.
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Mientras internamente la democracia norteamericana pareció “devorarse a sí misma” -como reflexionó el profesor Gonzalo Paz desde la Universidad de Georgetown- en su comportamiento internacional el país también ofreció muestras de una conducta heterodoxa. Una posible interpretación de los acontecimientos indica que la administración saliente intenta condicionar a la entrante. Desarrollos similares tuvieron lugar en las últimas semanas en Medio Oriente. Es en ese sentido que fueron interpretados los anuncios del secretario de Estado en relación al delicado y sensible asunto de Taiwán.
Mientras que la mayoría de los expertos estiman que un conflicto directo entre China y los Estados Unidos aparece en el escenario global como lejano y poco probable -aunque no imposible toda vez que la Historia enseña que las guerras suelen comenzar por errores de cálculo- la enojosa situación de Taiwán ha vuelto a ocupar un punto de fricción en la compleja relación bilateral entre Washington y Beijing.