Deshielo en el Golfo: Arabia Saudita y Qatar reinician relaciones diplomáticas Deshielo en el Golfo: Arabia Saudita y Qatar reinician relaciones diplomáticas
Por Mariano Caucino. Especialista en Relaciones Internacionales. Ex embajador argentino en Israel y Costa Rica.
El pasado lunes 4, después de tres años de embargo y ruptura de relaciones, Arabia Saudita y Qatar acordaron restaurar sus vínculos diplomáticos reabriendo sus fronteras y autorizando el uso de su espacio aéreo. El avance fue alcanzado a través de una gestión de Kuwait, un emirato que buscó mantenerse neutral en la disputa que separó en el verano de 2017 a Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Arabes Unidos (EAU) y Egipto con Qatar provocando un quiebre en el Consejo de Cooperación del Golfo (GCC, por sus siglas en inglés). Entonces, solo dos miembros del GCC no adhirieron al embargo contra Qatar: Kuwait y Omán.
Tras la firma de una declaración en la que Riad anunció el levantamiento de su embargo aéreo, terrestre y marítimo contra Qatar, el ministro de Exteriores saudí, el príncipe Faisal bin Farhan, aseguró que el acuerdo “contribuirá a la seguridad regional”. En el mismo sentido se expresó su colega de EAU, Anwar Gargash, quien recordó que es fundamental “reconstruir la confianza entre las partes”. Asimismo, las autoridades de la administración saliente de los Estados Unidos auspiciaron el acercamiento a través de un comunicado de prensa emitido el día 5 por el secretario de Estado Mike Pompeo.
La noticia implica una alteración de la realidad regional. La crisis entre los estados del Golfo estalló en junio de 2017 cuando Arabia Saudita y EAU lideraron un embargo regional contra Qatar rompiendo relaciones diplomáticas con Doha como consecuencia de las alegaciones de promoción del grupos islamistas cercanos a Irán. Dos años antes, Arabia Saudita y Bahrein habían retirado sus embajadores de Qatar. Las autoridades qataríes negaron esas acusaciones pero la disputa se extendería a lo largo de más de tres años. En tanto, el príncipe heredero de Arabia Saudita, el activo Mohammed bin Salman (MBS), buscó reparar la crisis en el último año. Recurrió para ello a los buenos oficios de Kuwait y a la mediación de la Administración Trump.
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Según observadores calificados, la iniciativa de MBS debe leerse en el plano comprensivo de los esfuerzos de Washington por aislar al régimen islamista de Irán. Una iniciativa que buscó profundizar una política de larga data de la Casa Blanca tendiente a incentivar el acuerdo de los distintos actores de la región en base a un enemigo común y a encontrar oportunidades en el margen de la subsistencia del conflicto ancestral de Medio Oriente que es el que separa a sunnitas y shiítas.
Algunos desarrollos posteriores confirmaron la persistencia de esa perdurable rivalidad que se manifiesta en las presentes circunstancias históricas en la contienda por la hegemonía regional que protagonizan Arabia Saudita e Irán. Los acuerdos de paz y normalización diplomática alcanzados durante 2020 por Israel con Bahrein, EAU, Marruecos y Sudán bajo los auspicios de la Administración Trump deben ser interpretados a la luz de esa realidad.
La cercanía de MBS con los integrantes del círculo más cercano al presidente Donald Trump -su yerno Jared Kushner fundamentalmente- llevarían al príncipe heredero y gobernante de hecho del Reino a estrechar vínculos insospechados y protagonizar encuentros secretos que hubieran resultado inimaginables para un gobernante saudí hace algunos años. En la tercera semana de noviembre pasado mantuvo una reunión con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu en la ciudad futurista de Neom, en el golfo de Aqaba, en la triple frontera entre Arabia Saudita, Egipto y Jordania. Un tercer actor participó de la cumbre, el secretario de Estado Pompeo. La reunión -presuntamente secreta- parecía buscar el objetivo contrario, es decir, darse a conocer.
Según revelaron analistas del Middle East Eye, fuentes de inteligencia norteamericanas e israelíes reconocieron que mientras viva el Rey Salman (85 años), Arabia Saudita continuará apoyando la causa palestina tal como lo hicieron todos sus antecesores en el trono y ello implica una restricción a las ambiciosas iniciativas de su hijo (MBS). Este último, a su vez, se encontraría atrapado entre su indiferencia con respecto a los palestinos, su deseo y necesidad de utilizar la carta israelí para frenar un eventual regreso a la cooperación con Irán por parte de la nueva administración Biden y las remanentes tendencias conservadoras de su padre y su grupo de influencia en el Reino.
Lo cierto es que como resultado de los últimos impulsos de la saliente administración norteamericana, MBS buscó ahora recomponer los lazos con el pequeño pero riquísimo Reino de Qatar. El territorio de Qatar, a su vez, es asiento de la mayor base militar de los Estados Unidos en Medio Oriente, una realidad que no ha impedido que Doha haya desempeñado una ambiciosa política exterior que la ha llevado a forjar relaciones cercanas con Teherán y con Ankara (Turquía). Considerado la “oveja negra” de la región, Qatar se ha beneficiado por sus inmensas reservas de gas -las tercera más importantes a nivel mundial-, lo que ha permitido a los 2,7 millones de habitantes del país a gozar de uno de los ingresos más elevados del mundo.
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En tanto, una política “demasiado independiente” ha sido la característica central del comportamiento internacional de Qatar. Un observador europeo indicó que las contradictorias políticas de Doha eran “difíciles de sostener en el tiempo” y explicó que “tiene relaciones cordiales con Irán, pero es aliado de Estados Unidos; respaldó a los rebeldes libios que en 2011 se alzaron contra el gobierno de Muamar Gadafi en Libia; pero ese mismo año también formó parte de la coalición que apoyó la supresión de las protestas prodemocráticas en Bahréin”.
Algunos desarrollos resultaron francamente inquietantes. En enero de 2020, por caso, una promocionada visita del Emir de Qatar a Teherán volvió a encender alarmas en las monarquías del Golfo. El presidente iraní Hassan Rouhani dio la bienvenida a Sheikh Tamim bin Hamad al-Thani tan sólo unos días después de que Teherán sufriera la pérdida del hasta entonces todopoderoso general Qassam Soleimani de la Guardia Revolucionaria iraní quien fue ejecutado en una operación de precisión norteamericana. Un desenlace antecedido por una serie de reiterados incidentes en el Golfo frente a los cuales Washington responsabilizó a Irán. En Teherán el Emir de Qatar llamó a “desescalar” el conflicto regional.
Años antes, el presunto apoyo de Qatar a la Hermandad Musulmana -un movimiento trasnacional prohibido en la mayoría de las monarquías del Golfo- provocó el rechazo de sus vecinos quienes ven en el grupo islamista una amenaza objetiva a la estabilidad regional. Esta realidad, naturalmente, se incrementó a partir de los sucesos que pasarían a la Historia reciente con el nombre de la “Primavera árabe” y que determinaron, en el caso de Egipto, la llegada del gobierno de Mohamed Morsi (2012) tras la caída del régimen pro-occidental de Hosni Mubarak. Pero tras el golpe militar que puso fin a esa traumática experiencia, el gobierno del general Al Sisi catalogó a la Hermandad como una “organización terrorista”. En esas circunstancias, el auspicio qatarí al movimiento adquirió naturalmente las características de lo inaceptable.
Después de imponer el embargo de 2017, Riad y sus aliados demandaron, infructuosamente, el cierre de la cadena de noticias Al Jazeera -acaso junto a Qatar Airways la mayor iniciativa de soft power del liderazgo qatarí y una firme crítica de las políticas del Reino de Arabia Saudita-, el fin de las relaciones con Irán y el cierre de una base militar operada por los turcos.
Buceando en las motivaciones de MBS para impulsar la Detente entre Arabia Saudita y Qatar, David Hearst especuló en el Middle East Eye que el príncipe heredero estaría buscando pavimentar el camino a un futuro acuerdo con Israel y convencer a su padre de abdicar y asumir el poder pleno en el Reino. A su vez, la comprobación de que el embargo de 2017 resultó en un fracaso y en un eventual triunfo de Qatar parece ser un dato evidente toda vez que ninguna de las demandas exigidas fueron cumplidas por Doha: Al Jazeera no fue cerrada, la base militar turca sigue operando y los vínculos con Irán siguen vigentes.
Pero la política “demasiado independiente” de Qatar la llevaría a lo que un agudo observador como el periodista y escritor Jorge Asís señalaría como un “posicionamiento incómodo” caracterizado por la paradojal circunstancia de ser el país más rico y al mismo tiempo vivir aislado. Una realidad tal vez perturbadora que eventualmente pudiese corregir a través de un acercamiento reparador con los saudíes.
Procurando dejar atrás esos desencuentros, o acaso advirtiendo que resultaría más provechoso olvidarlos por un tiempo, MBS y el Emir de Qatar protagonizaron el pasado lunes 4 un giro que los llevó del embargo al abrazo en una suerte de deshielo de las relaciones de los actores del Golfo. El periodista Nahum Barnea escribió en el Yedioth Ahronoth que, así como Netanyahu, MBS podría convertirse en un “huérfano” de Donald Trump. Un objetivo común pudo buscar reestablecer el lazo entre los saudíes y los qataríes: el de aumentar el poder de las monarquías de la región estableciendo un hecho consumado antes de que la Administración Biden tome posesión el próximo 20 de enero.
Pero cualquier analista con alguna experiencia en la región puede advertir que cuando se trata de Medio Oriente lo más redituable surge de una lectura realista, prudente y cautelosa. Tan solo 48 horas después de los anuncios con los saudíes, en una entrevista en el Financial Times, el ministro de Exteriores qatarí, el Sheik Mohammed bin Abdulrahman al-Thani, advirtió que la restauración de sus relaciones con sus vecinos árabes no supondría un quiebre en su vínculo con Irán. El diplomático explicó que tales vínculos bilaterales debían conducirse “conforme a las decisiones soberanas de cada país”.