Cuando el régimen de Corea del Norte secuestró a una actriz y a un director y los forzó a producir películas Cuando el régimen de Corea del Norte secuestró a una actriz y a un director y los forzó a producir películas
Considerado el país más hermético, misterioso y exótico del mundo, Corea del Norte es objeto de la atención mundial desde hace décadas. Fundado por Kim Il-sung en 1948, el régimen de Pyongyang aún gobierna el país, a través de su nieto Kim Jong-un. Considerada una reliquia de la Guerra Fría, Corea del Norte parece detenida en el tiempo. Detrás de la impenetrable zona desmilitarizada que divide a las dos Coreas se esconde una historia increíble, fascinante y aterrorizante. Aquella que une a la temible tiranía norcoreana con el mundo del cine.
A fines de los años 70, tuvo lugar la bizarra historia que se cuenta en esta nota y que tuvo como protagonista al hijo del líder Kim il-sung y heredero designado, Kim Jong-il, quien durante la dictadura de su padre oficiaba como titular del estratégico Deparamento de Propaganda y Agitación del régimen y quien gobernaría el país tras la muerte de su padre en 1994. Dueño de una excéntrica personalidad, este segundo Kim sería recordado por haber impulsado el desafiante programa nuclear en medio de hambrunas terribles y por su pasión cinematográfica. Su obsesión por el cine lo llevó a acumular la que tal vez haya sido la mayor colección de películas de todos los tiempos. A tal punto que la red de embajadas norcoreanas en el mundo tenía como una de sus principales misiones abastecer a la cinemateca del dictador.
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Los delirios de Kim pretendieron transformar la industria cinematográfica local para proyectar el modelo norcoreano como ejemplo global. Ir al cine, en Corea del Norte, se transformaría en una actividad obligatoria, al punto que en las ciudades en que no existían salas cinematográficas, la población era congregada compulsivamente en las fábricas locales o en las oficinas del Partido. La producción de filmes norcoreanos, pese a los esfuerzos presupuestarios del régimen, no lograba generar sino repetitivas y somníferas películas que solo podían soportar las audiencias cautivas de los súbditos habitantes del país pero que no alcanzaban a competir en el Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary (Checoslovaquia) que reunía a la mejor producción audiovisual del bloque socialista. El fracaso, para Kim, resultaba insoportable. Un dato que era aun más humillante teniendo en cuenta que bajo la dictadura pro-occidental y reformadora de Park Chung-Hee en Corea del Sur había surgido una floreciente y moderna industria audiovisual.
En su obra A Kim Jong-il Production: The Extraordinary True Story of a Kidnapped Filmaker, his Star Actress, and a Young Dictator's Rise to Power (2015), Paul Fischer explicó: “Si quería impresionar a su padre y cumplir su sueño de toda su vida, Jong-il necesitaba realizar una marca internacional. Tenía la ambición y los recursos; lo que le faltaba era la experiencia y el talento para producir películas. Pero en un país conocido como el ‘Reino Ermitaño’, donde nadie podía salir ni nadie podría entrar, ¿donde iba a encontrarlo? Fue entonces cuando, en 1977, Kim Jong-il diseñó su plan maestro. Todo lo que necesitaba, era una cosa, más precisamente, una persona, para conseguirlo”.
Un año más tarde puso en práctica su plan: en busca de alimentar su obsesión cinematográfica planificó y ejecutó el secuestro de Choi Eun-Hee, conocida como Madame Choi, la actriz más famosa de Corea del Sur, y de su ex marido y productor Shin Sang-Ok, quien era el director de cine más importante del país. Los ojos de Kim se posaron sobre su admirada pareja surcoreana como medio para relanzar la producción cinematográfica local. Desprovisto de todo respeto por la dignidad humana, la captura de la pareja alimentaría su megalómana pretensión de convertir al régimen norcoreano en un modelo cultural de proyección internacional. Fue así como, violando la soberanía de otro Estado, el aparato de terror norcoreano secuestró -con seis meses de diferencia- a la actriz y al productor, en Repulse Bay (Hong Kong). Drogados, fueron trasladados en buques cargueros hasta llegar, tras seis días de navegación, a las costas norcoreanas. La prensa surcoreana y los medios occidentales pronto advirtieron que la pareja había desaparecido.
Un infierno de casi ocho años comenzaría para la pareja. Ambos permanecerían secuestrados como “huéspedes del Líder Supremo” en distintas residencias del régimen ignorando uno sobre la situación del otro. Cautivos en villas ostentosas, decoradas en un estilo que combinaba “una mezcla de Las Vegas y Vladivostok”, tal como lo describieran tiempo después, durante interminables años, la actriz y el productor serían sometidos a un proceso de adoctrinamiento sobre la ideología “Juche”, el dogma oficial del régimen basado en una aleación de nacionalismo y marxismo, e instruidos en un omnipresente culto a la personalidad del líder. El productor intentó escapar. Pero huir de Corea del Norte no es una meta menor y fue conducido a prisión. Describir el sistema carcelario, los campos de re-educación y las torturas del régimen de Pyongyang es un desafío que excede los límites de esta columna. Solo diré que se estima que millones de disidentes han perdido su vida en los Gulags (“Kwanliso”) que al modelo soviético aún hoy existen en el país. Shin permaneció encarcelado durante dos años y medio.
El 6 de marzo de 1983, Kim les tendría reservada una sorpresa: la pareja secuestrada se reencontró durante una fiesta especialmente montada para la ocasión. “Camaradas, desde hoy el Señor Shin es mi nuevo asesor cinematográfico y Madame Choi será la nueva representante de las mujeres coreanas”, anunció Kim aquella noche, mientras consumía grandes cantidades de Henessy. Obligados a convivir bajo las órdenes de Kim Jong-il, la pareja surcoreana produciría en los tres años siguientes una serie de películas, cuyo mayor éxito sería la película de monstruos de ficción Pulgasari -una suerte de réplica a la japonesa Godzilla- que llegaría a obtener un cierto reconocimiento por su calidad fílmica a mediados de los años ochenta.
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En tanto, mientras trabajaban como esclavos de lujo del régimen, Choi y Shin no abandonaron las esperanzas de escapar. Para lograrlo, debieron engañar durante años a su captor. Durante los últimos años de su cautiverio, el régimen los promocionó a tal punto que era común verlos en presentaciones de sus filmes en distintas ciudades de Europa del Este como Moscú, Berlín, Budapest y Praga. Pero no se les permitió viajar al otro lado de la Cortina de Hierro. La pareja buscó ganarse la confianza del excéntrico Kim: en una conferencia de prensa en la capital húngara, en abril de 1984, aseguraron que había llegado a Corea del Norte “voluntariamente” para “adherir a la Revolución”.
En una muestra de la cuota de ingenuidad que su paranoica personalidad podía permitirle, Kim cometería un error del que seguramente ha de haberse arrepentido por el resto de su vida. Envalentonado por el éxito de sus películas, buscó reconocimiento internacional enviando a sus admirados secuestrados a distintos festivales más allá del bloque socialista. Choi y Shin, por su parte, lograron engañarlo, al punto que Kim parece haberse convencido de que había logrado adoctrinarlos plenamente. La pareja había asistido al London Film Festival en noviembre de 1984 para presentar Emissary of No Return, pero su presencia en la capital británica se había reducido a una breve estadía de menos de dos días durante los cuales permanecieron rodeados de dos docenas de guardaespaldas provistos por Pyongyang para “protegerlos”. Advirtiendo que escapar era imposible, optaron por confundir a su captor.
La oportunidad de sus vidas llegaría un año y medio más tarde, cuando el confiado Kim autorizó el desplazamiento de la pareja a Viena donde promoverían Pulgasari. El 12 de marzo de 1986, la suerte intercedió a su favor. Al llegar al hotel Intercontinental en la capital austríaca, las reservas hechas por las autoridades norcoreanas no previeron solicitar una suite especial y por lo tanto, la pareja y sus guardaespaldas-vigiladores no compartirían habitaciones. La neutral Viena, en tanto, era territorio fértil para numerosas defecciones. El escape de la pareja, constituiría, en sí misma, una película. Ayudados por un presunto periodista japonés, lograron escabullirse en un taxi hasta la Embajada norteamericana, donde pidieron asilo. “Welcome to the West”, les dijo el primer funcionario que los atendió.
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El escape de Choi y Shin -quienes emigraron a los Estados Unidos para luego volver a Corea del Sur- fue un duro golpe para el orgullo de Kim. Cínicamente, la dictadura norcoreana acusó a los Estados Unidos de “secuestrar” a la pareja en combinación con sus “marionetas” de Seúl.
Los tres protagonistas de esta historia ya no están en este mundo. Shin murió en 2006, a los 79 años de edad. Su esposa Choi falleció en 2018, a los 91 años. Kim Jong-il murió en 2011, a los 69 años, y fue sucedido al frente de la dictadura norcoreana por su hijo Kim Jong-un, el tercer titular de una dinastía que parece haber forjado un “socialismo en una sola familia”. Rodeada de misterios, envuelta en enigmas, Corea del Norte perdura como una rémora del tiempo, sin lograr escapar de su pesadilla. Como en una película de la Guerra Fría.