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EL LIBERAL . Santiago

Un maestro rural ve partir hacia la vida a sus alumnos llenos de sueños

08/09/2019 02:36 Santiago
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Un maestro rural ve partir hacia la vida a sus alumnos llenos de sueños Un maestro rural ve partir hacia la vida a sus alumnos llenos de sueños

CORO PAMPA. Silípica por Corresponsalía Loreto (C). El límite norte entre los departamentos Loreto y Silípica tiene una geografía particular y una belleza única, pero si corremos el riesgo de perdernos un segundo del amanecer sobre los meandros del rio Dulce, los sentidos del olfato y el oído se agudiza, y el “oíd mortales” toma un sentido inimaginable. Sólo el olor dulzón y agreste del humus invade nuestro interior, acompañado por los sonidos de las aves acuáticas y de cientos de pájaros que saludan al amanecer, pero el tañer de una campana se incorpora a los sonidos y junto a ella, así, casi un murmullo, como si fueran pájaros un grupo de niños entona Aurora.

Hoy se cumplen 14 años de este relato y volví a buscar a la maestra rural que conocí dando clases en un aula hecha con palos y nilón y, la encontré con todas sus ilusiones intactas, ya no está el camino polvoriento y nada queda de la escuela improvisada en el patio de la familia Orellana.

La ruta de la costa llegó con el asfalto y el ripio hasta la nueva escuela.

“Está todo cambiado, nada queda de aquellos tiempos difíciles, que para llegar era todo un desafío”, expresa la seño Karina Viviana Cáceres, una mujer que entregó su vida al igual que otras mujeres a la docencia rural.

Oriunda de Sumamao, paraje ubicado a pocos kilómetros al norte de Coro Pampa, ingresó muy joven a la docencia.

“La verdad quería ser ingeniera en computación, pero el presupuesto de mi familia no alcanzaba para esa empresa y, decidí estudiar para maestra en Loreto, y después poderme sostener mi estudio terciario, me recibí a los 20 años. Hice una suplencia corta en el interior de Loreto y, después llegué hasta aquí y nunca más dejé este lugar. Y creo que jamás me iré”, expresa acompañando sus dichos con una amplia sonrisa.

“En estos tiempos la comunidad cambió mucho. En un principio todo dependía de la maestra. Hoy los vecinos son los que impulsan muchas cosas. Antes la escuela era el motor; ahora se trabaja codo a codo con la comunidad, son los padres que peticionan, organizan beneficios, buscan soluciones, acercan ideas, son activos y eso motiva mucho. Fue un proceso de crecimiento de ambos, sin este ensamblaje las escuelas de Personal único (PU) no serían viables en la ruralidad”, mientras habla prepara el comedor para el desayuno.

“La docencia es atrapante, quizás nunca pienses en ser maestra, pero un día estas frente de los niños y cada uno de ellos es una vida, no son edificios, ni puentes, ni herreros forjando metales, cada uno de estos niños son la vida misma y, el maestro es el primero en darle un sentido, de guiar. Como docente debemos estar conscientes de esta responsabilidad, podemos discutir si estamos valorados o no, si los sueldos alcanzan o no, pero cuando estamos frente a los niños, todo esto se va a un segundo plano. Nosotros los docentes de PU vivimos una experiencia de estar con los mismos niños siete años y eso genera una relación muy especial, sé que estoy construyendo los cimientos de vidas que se van a condicionar en estas paredes”.

“El tiempo un día te los arranca; los ves que se van con sus sueños, como también un día partí yo de mi escuelita rural. Pero siempre vuelven, algunos ya formaron familia. A través de las redes sociales se comunican y siempre están dispuestos a trabajar como exalumnos”, mientras lo dice, toma la vieja fotografía entre sus manos y la mira en silencio.

“Tuve oportunidad de irme cuando el frío se filtraba entre el nilón y congelaba las manos de todos y esto era duro y difícil. Elegí quedarme con los chicos y en verdad que no me veo en otro lugar”, baja la mirada hasta las viejas fotos en blanco y negro, sonríe y deja con naturalidad que los ojos se le llenen de lágrimas y repite.

“No. Después de todo lo vivido con mi gente no puedo dejar este es mi lugar”.

Aniversario de una foto

Buscando en los archivos viejas notas, descubrí esta foto en la que se ve claramente en el pizarrón la fecha 6 de septiembre del 2005, será casualidad, o será tiempo de volver como los viejos druidas trashumantes en busca del humus ancestral que nos sostiene en este trabajo y, volví acompañado por mi hijo a quien sorprendía con mis relatos sobre el camino y sobre la escuelita que funcionaba con paredes de nilón, y de cómo una joven maestra cruzaba guadales y arenales como piloto de un rally cotidiano para llegar a dar clases a un grupo de niños.

El contexto estaba todo cambiado. Ya no hay arenales, ni guadales. La ruta de la costa llega hasta muy cerca de la escuela y una firme calzada de ripio pasa por el frente del nuevo edificio de la escuela. Parece que todo cambio, y nada está como entonces.

Pero hay un instante en que vemos salir a la maestra y sus alumnos a ensayar una danza para participar del festival del Hijo del jornalero y, con pasión enseña, trasmite, con cariño recomienda, cuida, mira, está alerta… en verdad todo cambió en Coro Pampa menos su maestra.


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