Más de 200 almas tributaron desgarrador adiós a la jovencita muerta de un tiro por un policía Más de 200 almas tributaron desgarrador adiós a la jovencita muerta de un tiro por un policía
“¡Levantate hermanita querida! ¡Qué te han hecho, por Dios!” El grito desgarrador de la nena de 13 años paraliza el cortejo fúnebre en la capital.
Son más de 200 almas que tributaron ayer el último adiós a Silvia Verónica Maldonado, en una ruidosa despedida, mezcla de caños de escape de motos y un torrente de lágrimas reticentes en enjugarse al sol.
La ceremonia de la adolescente unió a vecinos, conocidos y amigos.
Carlos, Diego, María y Juliana se fundieron en un abrazo fraterno, de esos que no distinguen parentezco o condición social.
De la casa, en calle Teodoro Fels, a las 11 de la mañana, los restos de Silvia, querida y conocida como Agustina, fueron conducidos a La Piedad.
En las calles, los automovilistas detuvieron la marcha, dejando la sensación de que el luto por una joven que recién abría los ojos a la vida, duele (¡y cómo!) mucho más.
Dijeron presente exponentes de instituciones de derechos humanos y representantes de movimientos sociales, resueltos en abrazarse ya mismo a la lucha por justicia.
Al arribar a la necrópolis, una treintena de jóvenes improvisó un cordón humano, y sus familiares descendieron el féretro.
Con cánticos y gritos de “¡Agustina, presente!”, la muchedumbre caminó los casi 50 metros que separan la calle del nicho en el que ahora descansa la jovencita. Agustina, porque así la bautizó con cariño uno de sus abuelos.
Fue el instante de mayor clamor desgarrador. Toda una familia debió ser sostenida por sus amigos, presa de un sufrimiento que se inició el domingo a la noche. El plomo, quizá del cabo 1° José Miguel Abraham, causó efectos devastadores, que trasuntan más allá de una vida juvenil.
Apagó la alegría de padres. Diezmó a los ocho hermanos y decretó la orfandad total para sus dos hijos, de un mes y de dos años. Con el tiempo, apenas las fotos de un celular se convertirán en el único legado de una madre tan presente y ahora devenida ya en recuerdo.
“No hermanita; no la cierren; déjenmela!” La niña no entiende de velatorios o sepultura. Para ella, la puerta del nicho implica el indeseado muro. La valla del nunca jamás contemplar los ojos de “Agustina”. Del plato sobrante en la mesa. La cama tendida y las ojotas en soledad.
Imposible mantenerse frío o neutral, ante tanto sufrimiento.
Las lágrimas de la nena recorrieron las mejillas de los centenares de amigos. Cual catalizador, tal vez devinieron en el puente necesario para alcanzar paz, entre la sangría emocional interna, y el natural proceso de resignación.l