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EL LIBERAL . Santiago

El ángel caído que volvió a volar

Detalle de la escultura del Mayor Eduardo Alfredo Olivero DEL ESCULTOR CARLOS LEONARDO GÓMEZ

Detalle de la escultura del Mayor Eduardo Alfredo Olivero, DEL ESCULTOR CARLOS LEONARDO GÓMEZ

02/02/2019 22:23 Santiago
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El ángel caído que volvió a volar El ángel caído que volvió a volar

Hace unos días, caminaba por

las calles porteÑas con un viejo

amigo, que como yo ama a

los trenes, hablando de bueyes

perdidos y de trenes extraviados,

y conmemorando

viajes como aquél que compartimos en el Ferrocarril

General Bartolomé Mitre a bordo del “Estrella

del Norte”, y el calor santiagueÑo que supo

concedernos una tregua al llegar a La Banda.

Con

alegría, sentíamos nostalgia del calor seco a orillas

del río Dulce. Luis Gutiérrez (así se llama mi

amigo) recordó entonces a un personaje legendario

de la aviación argentina, muy poco recordado,

y que él admiraba desde sus tiempos de vecino de

Ciudad Jardín, en El Palomar, una localidad suburbana

de Buenos Aires, cuyas calles tienen todas

nombres de aviadores, por su cercanía con la

primera base aérea que tuvo el país y toda Sudamérica.

Luis me contó esta anécdota escrita por el

aviador militar Luis Barreira, que recordaba

palabra por palabra: “Sí, lo vi muchas veces en

el Círculo de la Fuerza Aérea con sus lentes muy

oscuros y su caminar vacilante, sintiendo en derredor

los murmullos a él dirigidos y como cedían

las conversaciones en la forma que lo hacen

cuando aparece en escena un famoso: Allí

viene Olivero”. Barreira era joven y no conocía

las hazaÑas de ese hombre misterioso que inspira

un sagrado respeto y más adelante se arrepentiría

de no haberlo saludado.

Aprovecharemos

estas líneas para conocer a uno de los más

grandes héroes de la aviación europea, un pionero

de la aviación argentina y el primero en

llegar a Nueva York, por aire, desde Buenos Aires.

INFANCIA Y FAMILIA.

PIONERO DE LA AVIACIóN

Eduardo Alfredo Olivero nace en Tandil, provincia

de Buenos Aires, el 2 de noviembre de 1896, en el

hogar formado por dos inmigrantes italianos: Giovanni

y Margarita Galfré, que habían llegado al país

aÑos antes con sus hijos italianos.

Luego de vivir con

un hermano en el campo en la zona de Tres Arroyos,

viaja solo a los diecisiete aÑos a Buenos Aires,

y se instala por la zona de Villa Lugano, hasta lograr

ser admitido como alumno del Aeroclub Argentino,

logrando volar en julio de 1914. Aprueba los exámenes

de vuelo, pero no le otorgan el brevet por ser

menor de edad.

Es el piloto pionero más joven del

país. De regreso a Tandil, logra volar sobre la plaza

Independencia, convirtiéndose en un ídolo popular

en su ciudad.

GUERRA EN EUROPA

El estallido de la I Guerra Mundial significó

la convocatoria de muchos europeos que habían

abandonado el viejo continente para buscar un

destino mejor. Italia convocó al padre de Eduardo

y a su tío, lo cual conmovió al joven y lo decidió a

presentarse en la embajada italiana y solicitar ser

aceptado en reemplazo de sus familiares, lo que

fue aceptado por su condición de aviador. El 20

de julio de 1915 parte desde Tandil en tren y a los

dos días se embarca en el vapor “Algere” que lo

desembarca en Génova, viaja en tren a Roma y se

presenta en el Ministerio de Guerra, que lo asigna

al frente.

Le ofrecen convertirse en oficial renunciando

a la ciudadanía argentina, lo que Olivero

rechaza y prefiere ser soldado raso. En Turín obtiene

su brevet de aviador militar N° 1452.

Participa de numerosos combates, siempre

con una cinta celeste y blanca en su uniforme, y

obtiene su primera victoria el 13 de noviembre de

1916 derribando un avión austríaco.

Es ascendido

a sargento y a teniente con celeridad. A mediados

de 1917 llega a capitán, convirtiéndose en oficial.

El 2 de febrero de 1918 bate el récord europeo

de distancia en misión de reconocimiento. Al terminar

la guerra, Olivero cuenta con 553 misiones

de combate en 850 días.

Obtiene el récord italiano

de permanencia en el frente, al negarse a aceptar

licencias. Es comandante de flotilla y se convierte

en el as de la aviación italiana, al ser el piloto

con más derribos enemigos de la guerra.

Fue laureado con múltiples condecoraciones:

3 medallas de plata, dos medallas de bronce, la

Cruz de Guerra, Medalla Militar, Medalla para el

Voluntario de Guerra y la Medalla de la Unidad,

todas italianas, Cruz de Guerra con palmas francesa,

y la gran Cruz de Oro de Karageorgevic, de

Serbia. Gracias a Gabriel D’Annunzio, autor del libro

“De los Apeninos a los Andes”, logra regresar

a la Argentina, donde es recibido como un héroe.

Al llegar a su ciudad natal, fue recibido en la estación

ferroviaria por un cartel que decía: “Saludamos

al bravo Tandilero, que al caer de los cielos

aterriza, del rancho patriarcal bajo el alero… ¡Al

hermano pujante del pampero! ¡Al hijo de la Piedra

Movediza!

TRAGEDIA EN EL AIRE

Olivero se convierte en un entusiasta de las hazaÑas

y los récords. Logra batir el récord mundial

de altura, alcanzando los 8000 metros, donde perdió

el sentido y solo superó el desvanecimiento a

poco de estrellarse. Da clases en Tandil, y durante

un vuelo sobre el centro de la ciudad, su avión comienza

a incendiarse y para proteger a su copiloto

y amigo Guillermo Teruelo, lo cubre con sus manos

y su rostro, quemándose gravemente, a pesar de lo

cual logra aterrizar el avión. Sobrevive y las huellas

del accidente lo acompaÑarán para siempre:

pierde el tabique nasal, los pabellones auditivos y

su rostro, manos y brazos mostrarán para siempre

sus cicatrices. Recupera la movilidad de sus manos

tocando el bandoneón y para siempre deberá atarlas

al volante del avión, para seguir volando.

HAZAÑA AMERICANA

La década de 1920 será pródiga en eventos aéreos

inolvidables. En 1923 llega a Buenos Aires el

“Plus Ultra”, primer avión que cruza el océano Atlántico

Sur de la mano de Ramón Franco. Y para

Olivero el gran desafío es llegar a Nueva York. En

1926, junto a su amigo y alumno Bernardo Duggan

y al mecánico Emilio Campanelli, emprenden

la expedición desde Buenos Aires, que luego de 37

etapas y 81 días, los lleva a la gran ciudad norteamericana

en un avión italiano Savoia Marchetti,

al que bautizaron “Buenos Aires”. Este periplo se

convirtió en un suceso que estuvo en la tapa de todos

los diarios del mundo.

Al regreso, se perdieron en el río Amazonas,

donde convivieron con los indios, hasta que una

embarcación les permitió reparar su avión y les

proveyó el combustible que necesitaban para continuar

viaje a Buenos Aires. La llegada del hidroavión

a la capital argentina fue apoteótico, fueron

recibidos por el presidente Marcelo Torcuato de

Alvear, y varios autores y compositores les dedicaron

poesías, melodías, incluso tangos.

MATRIMONIO Y PERTENENCIA

A LA FUERZA AéREA

A pesar de su apariencia, que llega a ser descripta

como monstruosa en los periódicos de la

época, se casa en la iglesia Santo Domingo con Esther

Aurelia Petrone, quien lo convierte en padre

de Margarita, su única hija. Sigue vinculado en forma

permanente con la Fuerza Aérea, siendo un visitante

frecuente de las distintas bases aéreas y de

la escuela de oficiales, donde era recibido como un

héroe.

Sabedor de las penurias de los inmigrantes, decide

construir una iglesia y un colegio en el barrio

de la Boca, en Buenos Aires. Hoy la parroquia

Nuestra SeÑora de los Inmigrantes recuerda a este

hombre, que también quiso levantar un asilo para

huérfanos de guerra, pero no lo logró. Investigó

el desarrollo de combustibles vegetales y soÑó con

ser el primer hombre en alcanzar la estratósfera.

MUERTE Y HOMENAJES

Eduardo Olivero muere el 9 de marzo de 1966

en Buenos Aires. Se había convertido en el hombre

emblema de los aviadores militares argentino. Fue

sepultado con todos los honores en el Cementerio

de la Recoleta. Hoy se lo recuerda con calles, monumentos,

y en su ciudad natal, el museo “Fortín

Independencia” le dedica una sala, en la que hay

pertenencias personales de Olivero, una exquisita

colección de fotografías y maquetas de los aviones

volados por el prócer aéreo. Se ha fundado un instituto

de investigaciones aeroespaciales que lleva

su nombre, antecedido por su grado militar: “Mayor

Eduardo Olivero”.

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