Miguel Juárez Celman, el primer presidente que renunció Miguel Juárez Celman, el primer presidente que renunció
Buenos Aires por la primacía nacional. Fue la primera ciudad del
actual territorio argentino en tener universidad, la tercera de
América. Desde 1699 es sede del obispado más antiguo de la Argentina,
el del Tucumán, que se fundó en 1570 en Santiago del Estero.
Y su fama intelectual le ha valido hasta hoy el sobrenombre
de “La Docta”. También nació allí el primer poeta de nuestro territorio,
don Luis de Tejeda. En la continuidad de esa tradición,
el presidente Sarmiento la hizo sede de la Academia Nacional de
Ciencias y del primer Observatorio Astronómico del hemisferio
sur. Algún autor ha dicho que la “cordial enemistad entre cordobeses
y porteños” ha sido la tensión que mantuvo unida a la Argentina.
Y la historia muestra que la antigua gobernación colonial y la
posterior provincia argentina fueron semillero de grandes políticos
y dirigentes de estas tierras. El marqués Rafael de Sobremonte
y Núñez, un sevillano noble que se trasladó a las Américas
en 1780 como secretario del recién creado Virreinato del Río de
la Plata y que se iba a convertir en el primer gobernador intendente
de Córdoba del Tucumán tres años después, fue un magnífico
gobernante que durante tres lustros se destacó por el progreso
que impuso a su jurisdicción, allanándole el camino para
ser el cuarto Virrey del Río de la Plata. La invasión de los británicos
en 1806 iba a poner final a su carrera, ya que el apego a los
reglamentos en semejante situación de crisis (la protección de
los fondos reales, su retiro hacia Córdoba y el abandono de la
capital) provocaron su destitución en el cabildo abierto de 1807,
olvidado en el relato histórico de esos años, y que fue antecedente
de la revolución de mayo de 1810.
Varios fueron los presidentes argentinos nacidos en Córdoba:
Santiago Derqui, José Figueroa Alcorta, Fernando De la Rúa y
el protagonista de las anécdotas de hoy, don Miguel Juárez Celman.
Varios se destacaron en la política nacional y es curioso
que sólo el presidente del Centenario, Figueroa Alcorta haya terminado
su mandato, que se inició como compañero de fórmula
del porteño Manuel Quintana, que murió en 1906, dejando al cordobés
a cargo. Vale como anécdota que la provincia de Córdoba
es la segunda en cantidad de presidentes constitucionales argentinos,
y todos nacidos en la capital.
Miguel Juárez nace en la ciudad de Córdoba, en el seno de
una familia con más de un siglo en “La Docta”, el 29 de setiembre
de 1844, y es bautizado al día siguiente en la Catedral Nuestra
Señora de la Asunción con el nombre de Miguel Gerónimo del
Sagrado Corazón. Su infancia transcurre en esos años de la guerra
civil y es estudiante del Colegio de Montserrat, donde conoce
al primer santo argentino, su comprovinciano José Gabriel del
Rosario Brochero. Ingresa en la facultad de Derecho de la Universidad
Nacional de Córdoba, donde recibe el título de abogado
en 1869 y se doctora en Jurisprudencia cuatro años después.
Su pertenencia a una antigua familia mediterránea lo vincula
con la joven Elisa Funes, representante de uno de los clanes fundadores
de Córdoba, los Díaz, propietarios de la estancia Santa
Catalina, vieja pertenencia jesuita. Se casan en la catedral cordobesa
el 20 de abril de 1872. Unos meses después, en agosto,
en el mismo lugar, la hermana mayor de Elisa, Clara Dolores se
casa con Julio Argentino Roca. Miguel y Elisa tendrán once hijos
a lo largo de dieciséis años. Vivirán en armonía durante treinta y
siete años. Los concuñados Julio y Miguel tendrán por delante
dieciocho años de cooperación política y luego años de una enemistad
eterna.
A los treinta años fue elegido diputado provincial, en 1874 y
tres años después pasó al Senado de Córdoba. La muerte del
gobernador electo Clímaco de la Peña deja en ese cargo a Antonio
del Viso, quien lo nombró a Juárez Celman su ministro de gobierno,
donde comenzó a mostrar su capacidad de gobernante
y su sintonía con los tiempos liberales que vivía el país. Ocupó
ese cargo entre 1877 y 1880. Su lealtad al presidente Avellaneda
durante la revolución encabezada por el gobernador bonaerense
Carlos Tejedor, lo impulsó a la gobernación de su provincia. Asumió
el 17 de mayo de 1880, luego de un intento revolucionario encabezado
por Lisandro Olmos. Eran tiempos en los que el período
gubernamental en Córdoba era de tres años.
Su gobierno fue progresista y de gran dinamismo. Creó el Registro
Civil, obligó a la sepultura en los cementerios estatales,
fomentó la colonización de los inmigrantes, construyó el primer
dique de San Roque, que permitió resolver el problema de la provisión
de agua corriente en la capital provincial, instaló varias
escuelas y hospitales, mostrando en términos políticos un anticlericalismo
explícito que lo enfrentó con el vicario a cargo del
obispado luego de la muerte de Fray Mamerto Esquiú, monseñor
Jerónimo Clara, que ordenó a las familias católicas no enviar sus
hijas a los establecimientos a cargo de las maestras estadounidenses
que fundaron las escuelas normales argentinas, en general
protestantes.
Durante su gobierno provincial se manifestaron dos características
del carácter de Juárez Celman, que para ese entonces
usaba habitualmente su doble apellido, su fundamentalismo liberal
que le impedía ser pragmático en algunas circunstancias, y
su intolerancia a la crítica, lo que lo llevó a rodearse de aduladores
y obsecuentes. Su presencia en el plano nacional de la política
había sido evidente como jefe de la liga de gobernadores que
apoyaron en 1880 la candidatura presidencial de Julio Argentino
Roca, impulsando su prestigio obtenido por la exitosa campaña
al desierto, con la que el Estado nacional había tomado posesión
de más de un millón de kilómetros cuadrados en esos años.
Al finalizar su mandato como gobernador, fue elegido senador
nacional, dentro de la costumbre establecida en esos años
de convertir a la Cámara alta del Congreso en una reunión de ex
gobernadores de prestigio. Allí se destacó en el carácter de mediador
entre el gobierno nacional, presidido por su concuñado, y
los gobiernos provinciales, mostrando una astucia notable para
convertirse en un personaje indispensable de la política nacional.
Su oratoria, sin embargo, no era muy destacada por lo que no tuvo
gran participación en los debates legislativos. Hacia 1886 varios
de sus aliados políticos del interior promovieron su candidatura
a la presidencia, con el apoyo apenas disimulado del presidente
Roca, por lo que su camino parecía expedito hacia la Casa
Rosada.
Domingo Faustino Sarmiento criticó ácidamente la nominación
de Juárez Celman, diciendo que no hablaba bien de la República
que para ser candidato hubiera que ser “el marido de la
hermana de la mujer del presidente que se iba” refiriéndose a la
condición de concuñados entre el cordobés y el tucumano Roca.
Esa campaña de 1886 fue la primera en la Argentina en que se dio
un proselitismo de los candidatos a la usanza estadounidense. El
adversario de Juárez Celman era Bernardo de Irigoyen, que recorrió
el país en tren visitando las catorce provincias históricas.
Es un gran detalle destacar que en los territorios nacionales que
abarcaban la mitad de la superficie del país, su población no votaba.
El respetable Irigoyen sufrió varios contratiempos por parte
de los partidarios de Juárez Celman, sobre todo en Córdoba,
donde su tren fue tiroteado un par de veces.
En abril se hicieron las elecciones y el triunfo de Miguel Juárez
Celman fue importante. Asumió la presidencia el 12 de octubre
de 1886. Era el cuarto presidente del interior del país consecutivo,
luego de Sarmiento, Avellaneda y Roca. Desde su asunción,
se convirtió en una protagonista social de relevancia su
suegra, doña Eloísa María de las Mercedes Díaz de Funes, quien
se presentaba como la única suegra de dos presidentes en la historia,
y pretendía un sitial de honor por tal condición en cualquier
evento artístico o político. Comenzó su gobierno en medio
de una creciente euforia económica y una mayor apatía política,
que fueron germen de la gran crisis que sobrevino años después
y le costó su renuncia. Tenía 42 años. Evidenció una notoria necesidad
de poder propio, que lo llevó incluso a malquistarse con
los hombres que habían acompañado a Roca, no recurriendo a
ellos para la formación de su gobierno, y esta tendencia al aislamiento
y la falta de discusión ideológica y política rigieron su gobierno
durante cuatro años.
Fue un liberal dogmático en el ejercicio del poder. Todo lo que
estaba en manos del estado fue vendido por convicción ideológica.
No se evaluaron las contingencias económicas con una visión
realista. Finalmente el estado, con posterioridad, se hizo cargo
de los costos generales que estas políticas generaron. Sin embargo
hay que reconocer que varias de las condiciones necesarias
para el estallido que sobrevino en 1890, eran anteriores a su
paso por el poder. Los endémicos déficits del presupuesto nacional,
la contracción de deudas para todos los desarrollos económicos
importantes, los gastos suntuarios que desequilibraban
la balanza comercial con el extranjero y la falta de una austeridad
tanto pública como privada, llevaron a una situación de virtual
quiebra nacional, y con ello la imposibilidad de responder a
los compromisos adquiridos, tanto de los particulares, como del
Estado.
Sin embargo, el gobierno de Juárez Celman puso en vigencia
la moneda nacional, con la paridad de un peso papel equivalente
a 44 centavos de pesos oro, que se mantuvo hasta 1931, y la
moneda hasta 1970, se terminó el Palacio de Gobierno, se construyó
el Palacio de Aguas Corrientes, uno de los más bellos edificios
argentinos y se mantuvo el fomento de la inmigración y el
crecimiento de los ferrocarriles. Es bueno recordar que el cura
de San Alberto, en Córdoba, el padre Brochero, siempre contó
con la colaboración del gobernador y luego presidente Juárez
Celman. La provincia de Santiago del Estero logró mantenerse
al margen de la crisis nacional y los tres períodos de gobierno
compartidos con la presidencia de Juárez Celman cumplieron sus
tiempos constitucionales: los dos mandatos de Absalón Rojas y
el de Máximo Ruiz.
La situación económica y la cristalización del unicato, es decir
el gobierno de uno, llevaron a una efervescencia política que
derivó en la primera revolución partidaria de la historia constitucional
argentina, encabezada por Leandro N. Alem en lo político
y Manuel J. Campos en lo militar. La revolución del Parque, que
debe su nombre al parque de Artillería que se encontraba donde
hoy está el Palacio de Tribunales, fracasó sobre todo debido a la
gestión de Roca y Carlos Pellegrini, el vicepresidente de Juárez
Celman, que operaron tanto sobre los gestores militares como
políticos y consiguieron el éxito de la represión.
Si bien la revolución fracasó, “el gobierno está muerto”, y esta
frase dicha en el Senado dio el verdadero significado a los hechos.
El 6 de agosto de 1890, en la más absoluta soledad política,
el presidente renunció ante el Congreso. Se produjo un gran alivio
en la tensión social y las tintas se cargaron sobre Juárez Celman
y su hermano Marcos, gobernador de Córdoba que también
se fue del poder. Tal era el entusiasmo popular ante la salida de la
crisis que hasta se compuso una polca que se llamaba “Ya se fue,
ya se fue, el burrito cordobés”, cuya publicación se hizo con una
ilustración del equino con la cara de Juárez Celman.
Una vez que fue aceptada su renuncia, la del primer presidente
constitucional en la historia, se retiró para siempre de la actividad
política, a pesar de su juventud (45 años) y se recluyó en
su caserón del Paseo de Julio (hoy avenida Leandro Alem) frente
a la plaza Roma de Buenos Aires. Volvió al ejercicio de su profesión
de abogado y se ocupó de los negocios agropecuarios de su
familia. Nunca volvió a hablar con Roca, a quien responsabilizó
como jefe de la conspiración que acabó con su presidencia. Su
suegra tomó partido por Miguel. Decía doña Eloísa que “Miguel
siempre fue fiel a Elisa, cosa que no puedo decir de Julio respecto
de Clara”. Tampoco volvió a encontrarse con su vicepresidente
y reemplazante Carlos Pellegrini.
Su única actividad vinculada con lo público fue el reclamo que
hiciera al inicio de las sesiones del Congreso Nacional cada año
para que se trataran las cuentas de su período presidencial, con
la intención de demostrar que podría haber sido un mal presidente,
pero honesto. Lo logró recién en 1907, muchos años después
de su renuncia. Miguel Juárez Celman murió en su estancia
“La Elisa” de Arrecifes, el 14 de abril de 1909. Al día siguiente fue
sepultado en el panteón familiar del Cementerio de la Recoleta.
Pero cuando varios mausoleos presidenciales de esa necrópolis
fueron declarados sepulcros históricos nacionales, el de Miguel
Juárez Celman fue dejado fuera de la lista. La familia decidió
entonces retirar sus restos de allí y actualmente permanecen en
alguna de las propiedades de sus descendientes. Curiosamente,
las puertas de su casa demolida en Buenos Aires forman parte
del patrimonio del Museo de la Ciudad de Buenos Aires.
Como varias veces en la historia argentina, el presidente Juárez
Celman se convirtió en el chivo expiatorio de todos los males
de una generación. No fue un buen presidente, pero el olvido y el
maltrato suenan como exagerados. Los cordobeses, que se hacen
cargo siempre de toda su historia tienen un pueblo y un departamento
que lleva su nombre, como el de Sobremonte, el de
Liniers y el de Marcos Juárez. Una buena costumbre que ayuda a
hacerse cargo de la historia, con la memoria completa