El drama de un hombre enfermo El drama de un hombre enfermo
El último presidente porteño de los argentinos
nació el 24 de setiembre de
1886 y sus padres lo llamaron Jaime
Gerardo Roberto Marcelino, de apellido Ortiz.
Este hijo de inmigrantes y alumno de la escuela
pública se recibirá de abogado en la Universidad
de Buenos Aires a los 23 años.
A los
26 se casará con María Luisa Iribarne, con
quien tendrá tres hijos. Desde muy joven participó
en la Unión Cívica Radical, siendo protagonista
de la revolución de 1905. Practicó
su profesión en forma independiente y su actividad
política lo llevará al Congreso Nacional
como diputado en 1920.
En 1925 su militancia lo llevó, sumada a
su versación como abogado especializado en
asuntos económicos, al ministerio de Obras
Públicas bajo la presidencia de Marcelo Torcuato
de Alvear.
Compartió el gabinete con el
general Agustín Pedro Justo, titular de la cartera
de Guerra. El destino unirá a estos tres
hombres, que llegaron a ser presidentes. Pero
la gran historia los iba a encontrar enfrentados
o juntos, aliados o adversarios.
Como
ministro, Ortiz enfrentó a las empresas ferroviarias
que habían sido sus clientes, rebajando
las tarifas e imponiendo condiciones más
duras para las concesiones.
Adhirió al sector antipersonalista del radicalismo,
y terminó apoyando el golpe de estado
de 1930, enfrentándolo posteriormente
por las ideas filo-fascistas de José Félix Uriburu.
Participó del armado de la Concordancia,
el acuerdo partidario entre los antipersonalistas
y los conservadores que llevaron
a la presidencia a Agustín Pedro Justo, quien
lo llamaría más adelante a Ortiz para que se
convierta en ministro de Hacienda, y luego en
su delfín.
Ya en campaña y a pesar del fraude
electoral en boga, postulaba como idea matriz
de su futuro gobierno retornar a los ideales
de Roque Sáenz Peña: el respeto al voto popular.
Ortiz era auspiciado por Justo, y su adversario
era Alvear.
La historia vuelve a unirlos,
o separarlos.
En 1937, pocos advirtieron que en la campaña
electoral su salud mostró signos alarmantes
de deterioro. Sufrió un shock diabético
durante un viaje en tren que lo llevó a los
arrabales de la muerte, y se decidió ocultar
el episodio a la opinión pública.
El mal llamado
“fraude patriótico” (nada fraudulento puede
vincularse a la patria) dejará en el camino
la candidatura radical de Marcelo T. de Alvear
y consagrará a Ortiz presidente de la República.
Asumirá el 20 de febrero de 1938 y algo lo
volverá a unir a Justo, el presidente que le entregó
el mando y a Alvear, el presidente que
lo hizo ministro: los tres eran partidarios del
alineamiento de la Argentina con las democracias
modernas: Francia, Inglaterra y Estados
Unidos. Como presidente, el hecho de
ser hijo de inmigrantes lo hermana con Pellegrini,
Frondizi, Menem y Macri, y el hecho de
ser porteño, lo convierte en el último de esa
condición en llegar al sillón de Rivadavia.
Vale
recordar que De la Rúa es cordobés y Macri
tandilense.
El presidente Ortiz trató de mantener a la
Argentina expectante frente a los acontecimientos
mundiales: la guerra civil española,
y finalmente la segunda guerra mundial.
Optó
por la neutralidad. En abril de 1940 muere su
esposa y su salud se deteriora con gran rapidez.
Como muestra del drama de un hombre
enfermo, el presidente solía llamar a la Confitería
del Molino para que le enviaran merengues
con crema o con dulce de leche, que devoraba
en su despacho.
Ortiz, sin quererlo,
agravaba sus males. En los asuntos políticos,
toma dos decisiones trascendentales: interviene
las provincias de Buenos Aires, que lo
enfrenta a los conservadores, y de Catamarca,
que lo pelea con su vicepresidente, que
no soportó que un asunto sobre su provincia
no fuera motivo de consulta. Su intención de
purificar el voto popular no iba a prosperar.
La diabetes y sus adversarios no lo dejarían
concretarla.
La salud del presidente se convirtió en un
asunto de Estado a nivel internacional.
Luego
del pedido de licencia del 3 de julio de 1940,
cuando un ataque lo dejó ciego, el presidente
de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt
envió a sus médicos personales para
ayudar en la recuperación de Ortiz. Incluso
se llegó a evaluar la posibilidad de trasladarlo
a Nueva York para su tratamiento, pero los
diagnósticos desaconsejaron el viaje.
En términos
políticos, el vicepresidente a cargo del
Poder Ejecutivo decidió independizar sus decisiones
de las líneas de gobierno de Ortiz, lo
que produjo un enfrentamiento que nunca cesaría.
Pero Ortiz nunca volvió a estar en condiciones
de mandar en el país.
El estallido de un escándalo respecto de
las compras de tierras para ampliar el Colegio
Militar, en El Palomar, al noroeste de Buenos
Aires, y la acusación acerca de la participación
de Ortiz en el episodio, provocó su inmediata
renuncia, que fue rechazada por el
Congreso.
En marzo de 1942 comienza un año trágico.
El 23 de ese mes moría Marcelo T. de Alvear.
Ortiz, ya vencido por la enfermedad, decide
renunciar el 27 de junio. Su sucesor Ramón
Castillo, el vicepresidente que no siguió
sus políticas y que de alguna manera lo traicionó,
le permitió habitar la residencia presidencial
de la calle Suipacha 1032 (hoy sede
de la Conferencia Episcopal Argentina) donde
murió el 15 de julio, a los 55 años.
Es el
segundo presidente más joven al morir, detrás
de Nicolás Avellaneda, que lo hizo a los
49 años. Sus funerales fueron los de un jefe
de Estado en ejercicio.
El 11 de enero de 1943
fallecía Agustín Pedro Justo. En menos de
diez meses la Argentina perdía a los tres líderes
del momento: el presidente Ortiz, el radical
Alvear y el conservador Justo. La historia
volvía a unirlos. La cumbre política argentina
quedó vacía.
No es tarea del historiador imaginar
qué hubiera pasado si estos hombres
hubieran vivido más tiempo. Pero es posible
conjeturar que el camino hacia el poder de
Juan Domingo Perón habría sido más complicado.
Pero pensar en eso no es historia.