ANTULA: SIEMBRA Y COSECHA BUENAS AMISTADES

"Un amigo fiel es seguro refugio, quien lo encuentra ha encontrado un tesoro" (Eclesiástico 6,14). La amistad, especial mente con Jesús (Jn 15, 15) y- - - con los hermanos al servicio de su causa es un tesoro inigualable que no puede compararse con otro tipo de relación humana. Principalmente porque es gratuidad, regalo de su infinita ternura. Aún más, si este vínculo con el Señor se fortalece en la experiencia del amor fraternal en la comunidad. Allí se aprende a perdonar, agradecer, celebrar, caminar juntos. 

María Antonia se consagró beata a los 15 años para vivir el seguimiento de Jesús junto a otras mujeres. Podría haberlo hecho viviendo en su hogar, con su familia. Sin embargo, decidió ingresar al Beaterio. No es una decisión producto de la casualidad, sino de la opción de vivir en Iglesia, simbolizada en esa pequeña comunidad de fe. Esta experiencia eclesial duró hasta la expulsión de la Compañía de Jesús cuando ya era una mujer madura de 37 años. Todo lo aprendido en la "madre", así llamaba Antula a la Compañía, enriqueció su posterior apostolado. 

En ese tiempo construyó lazos de amistad que la acompañarían a lo largo de su vida: "Las compañeras que he tenido fueron al principio la Beata Ferreyra, la Doña Juana Beata, la Beata Inés: todas como hermanas e hijas de la misma madre, la Compañía, nos unimos para servir a los ejercitantes y promover los Ejercicios: la cual unión y amor que nos teníamos, causaba mucha edificación a las gentes. Éstas quedaron en Santiago cuando yo partí para Salta a girar la Provincia. Las que me acompañan presentemente y casi siempre son: mi sobrina Ramona Ruiz y otra llamada Manuela." (Carta de Mama Antula al Padre Juárez, del 26 de mayo de 1785). De este riquísimo párrafo de la Carta citada quiero rescatar que la unión y el amor que se tenían causaban mucha edificación a las gentes. La amistad entre estas mujeres, centrada en el seguimiento de Jesús, evangeliza, es decir, es una "buena noticia" para la sociedad de su tiempo. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestra cómo el testimonio de fe y unidad de la comunidad de Jerusalén sumaban nuevos miembros a la Iglesia (Hech 2, 44-47). La comunión entre las Beatas edificaba a la Iglesia en ese tiempo y lugar. 

El papa Francisco dice a sacerdotes y monjes de la Iglesia Ortodoxa Oriental que lo visitan: "La unidad es un don, un fuego de lo alto. Ciertamente, tenemos que rezar constantemente, trabajar, dialogar y prepararnos para recibir esta gracia extraordinaria". Dios construye la unidad porque Él es "comunión". Mama Antula y sus amigas al vivir en la presencia de Dios y con la misión de hacerlo conocer, son un signo creíble de esta comunión que se expande y abarca a todos. 

Las cartas entre Antula, el Padre Juárez y Ambrosio Funes son un canto a la amistad: comparten sus sueños, preocupaciones y necesidades, se relacionan en un lenguaje coloquial teñido de afecto y comprensión, no se reprochan nada y los une un "hilo invisible" de amor a Dios más allá de sus vínculos afectivos. El apostolado de Antula y los frutos que produce en el nuevo mundo ocupan el centro del itinerario epistolar. Ella, sin embargo, está convencida que es Dios quien guía la historia de salvación que va escribiendo a través de sus proezas. 

Antula cultiva una amistad para toda la vida con el Virrey de Lima Don Manuel Guiror y su esposa. Ellos debieron pasar por Buenos Aires, camino a Madrid hacia donde se dirigían a rendir cuentas al Rey que los había citado a comparecer ya que habían caído en desgracia, y en esas circunstancias conocieron y establecieron un vínculo permanente con la Madre Beata. Ambos hicieron los Ejercicios Espirituales. "Después de hechos los Ejercicios, y aun todo ese tiempo que se demoraron en aquella ciudad, quisieron tener con la Beata una continua y estrecha comunicación. La que lograron con la ocasión de habitar en una casa inmediata a la de los Ejercicios, donde habitaba nuestra Beata" (Carta de Ambrosio Funes al Padre Juárez del 7 de octubre de 1784). 

Antula los consoló, aconsejo y les predijo que el problema sería resuelto favorablemente, cosa que efectivamente sucedió. La amistad perduró con el tiempo y se comunicaban de manera epistolar. La Virreina en agradecimiento le obsequió un altar de madera de jacarandá, incrustado de marfil y nácar, que actualmente se denomina "altar de la Virreina" y se conserva en la Santa Casa en Buenos Aires. Igualmente mantiene una estrecha amistad con las monjas Teresas (Carmelitas) y las Catalinas (Dominicas). Con estas últimas cultiva una relación especial según se describe en el Opúsculo "El Estandarte de la mujer fuerte". 

Mama Antula posee una dulzura especial en el trato con las personas, especialmente con los más pobres y estigmatizados de la sociedad de su tiempo. El trato amable y cercano le vale el apelativo de "amiga del pueblo". También hoy, es considerada amiga de miles de devotos que se acercan a ella con afecto para pedir por su intercesión alguna gracia especial a Dios. Y como buena amiga que es, nos comparte lo mejor que ella tiene: "su fe en Jesús", para que conociéndolo cada día más, podamos imitarlo.