Por Belén Cianferoni.
Crónicas de las Manchas Crónicas de las Manchas
Fue una semana difícil, amigos. Muchas despedidas. Partió el Papa, llegó la lluvia para llorar por toda la tierra. Se fueron al descanso eterno un par de amigos. Sentía que era necesario honrarlos y decidí hacerlo como me enseñó mi viejito, como su Dios se lo mandaba: con risas y algún que otro chiste incómodo.
Venimos por muy poco tiempo, estallamos como un suspiro en una existencia colorida y perfumada, y nos creemos que vamos a ser eternos. Pero así no es la canción, patrón.
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Aquí nada es eterno, ni el mate así que apure esa tomada que lo estamos esperando en la ronda, ni la mancha en la remera blanca que se te cayó por comer mal ese plato de salsa que seguramente estaban preparando tu mamá o tu abuela cuando llovía. Somos así: nos manchamos con la vida. Y mientras más felices estamos, más nos ensucia. Pero aceptamos el barro y la machada con la más grande de las sonrisas. Total, es carnaval. Total, después lavo. Total, después lo veo.
Hay manchas como depresivas, azules, porque la tristeza también nos marca. Entra en las fibras íntimas de nuestra tela y nos dura durante varias lunas, hasta que una eventual alegría, a veces, intenta hacernos borrar ciertos recuerdos
Posiblemente tengamos esa suerte, de encontrar el vinagre de alcohol emocional que saque la marca por completo Pero no debemos olvidar que esa marca existió, y que nos marcó.
Hay que aceptar esa marca como un trofeo, como la mayor de las experiencias. Si la borramos, debemos recordar todo lo que tuvimos que hacer para quitarla, y el esfuerzo, con todo el camino de aprendizaje, que nos llevó a estar donde estamos.
No es solo pensar que una marca siempre estará o que la quitamos: es pensar en lo que aprendimos gracias a esa mancha.
Es rezar por el buen humor para sobrevivir el proceso, en lo que tanto se concentró mi padre. Todavía suena su voz diciendo: "No lo tomes tan grande, a veces es algo pequeño y te estás ahogando en un vaso de agua".
Hay que rezar por una buena digestión, y cuando la vida nos ponga un banquete delante, detenernos, sonreír, bendecir todos los pasos, y con una sonrisa agradecer por todas las lágrimas y risas que vamos a servir.
Les dejo de regalo una de las oraciones más hermosas que encontré gracias a mi hermana: La oración por el buen humor, de Santo Tomás Moro:
Concédeme, Señor, una buena digestión,
y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar
lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante
el pecado, sino que encuentre el modo de poner
las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y los lamentos, y no
permitas que sufra excesivamente por ese ser tan
dominante que se llama: YO.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría y
pueda comunicársela a los demás.
Así sea.
Y así, entre manchas, risas y llantos, seguimos dando vueltas en esta ronda infinita que es la vida. Nos vemos la semana que viene, mis queridos amigos, con la taza llena, el corazón abierto y alguna que otra anécdota más para mancharnos juntos.








