Por Monseñor José Luis Corral.
Reflexión ante la partida del Papa Francisco Reflexión ante la partida del Papa Francisco
Por Monseñor José Luis Corral | Obispo de la diócesis de Añatuya.
"Hoy nos ha sorprendido una noticia que cuesta asimilar: el Papa Francisco ha partido a la casa del Padre. Todavía resuena en nosotros su último saludo desde el balcón de la Plaza San Pedro, el mismo desde donde, hace doce años, se presentó por primera vez como el "obispo de Roma". Ayer, con voz más frágil y cuerpo cansado, nos deseaba a todos una feliz Pascua y nos regalaba su última bendición.
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A lo largo de su pontificado, Francisco no dejó de sorprendernos: por sus palabras, por sus gestos tan humanos, por sus decisiones muchas veces valientes. También su muerte nos tomó por sorpresa. Muchos manteníamos la esperanza de que pudiera recuperarse, aunque fuera lentamente.
Pero hoy, en medio de esta tristeza, volvemos la mirada a Cristo resucitado. En nuestras iglesias, el cirio pascual sigue encendido desde la Vigilia, recordándonos que la última palabra no la tiene la muerte, sino la vida. Y seguramente eso es lo que él también querría: que no nos centremos en su figura, sino en el Resucitado, en ese Cristo que vence toda oscuridad. Que dejemos resonar en nuestro interior esas palabras que tantas veces escuchamos de sus labios: "No tengan miedo. Alégrense. Mi paz les dejo."
Francisco nos enseñó a vivir abiertos a las sorpresas de Dios. Nos invitó a caminar con esperanza, con una fe que se renueva en cada paso, incluso en medio de las incertidumbres. Nos dejó como lema para este Año Santo del 2025 una frase que lo describe de cuerpo entero: "Peregrinos de la esperanza." Así vivió él. Como un peregrino. Siempre en camino. Siempre buscando el rostro del Señor y la comunión plena en el amor eterno.
Hoy, con profunda gratitud, le pedimos al Buen Pastor que lo reciba en su abrazo eterno, que lo premie por su entrega, por su servicio, por su corazón lleno de compasión, de nombres y rostros. Que pueda repetir, como Pedro: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo." Que se abran las puertas del Reino y escuche de labios de quien lo miró con misericordia desde su juventud y lo llamó a su seguimiento: "Entra servidor bueno y fiel a participar del gozo de tu Señor".
Francisco quiso que la Iglesia fuera una casa con las puertas abiertas. Que dejáramos de mirarnos solo hacia dentro y nos animáramos a salir, a abrazar a todos, especialmente a los más olvidados. Soñó con una Iglesia donde nadie se sintiera excluido, donde cada persona fuera tratada como hermano o hermana, no como extraño. Nos ayudó a asimilar el estilo de ser Iglesia, marcado por la cercanía, la misericordia y la ternura. Nos animó a no tener miedo de "embarrarnos" tocando la realidad, especialmente el sufrimiento del otro.
Hoy el mundo lo reconoce como un gran referente espiritual, un líder atento a las heridas más profundas de la humanidad, que supo alzar la voz por la justicia, la dignidad y poner en el centro a los últimos y descartados.
Fue un líder espiritual de esos que no se imponen, sino que inspiran. Que no gritan, pero que se hacen escuchar.
En la Iglesia, fue un hermano mayor, padre y pastor que presidió en la caridad y en la fe, recordándonos que el centro es Jesucristo y su Evangelio. Su llamado constante fue a ser una Iglesia misionera, en salida, que se acerca a todas las realidades humanas para llevar la presencia de Cristo, dador de vida plena.
También fue un hombre profundamente espiritual, capaz de discernir la voluntad de Dios en medio de los tiempos complejos que nos toca vivir, ayudándonos a ser testigos creíbles de la misericordia divina. No siempre fue comprendido ni aceptado; incomodó, desafió, removió estructuras y mentalidades. Pero lo hizo con paciencia, con humildad y con una fortaleza que solo puede nacer de la oración. Siempre cuidó la unidad de la Iglesia, sabiendo que es más grande que cualquier conflicto o grieta, pero también frágil y necesitada de pastores con corazón de padre a quien les duelen las divisiones y las rupturas.
Su última encíclica, dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, es una bella síntesis de su magisterio, donde se unen lo humano y lo divino. En ella nos invita a caminar juntos hacia un mundo más justo y fraterno, donde Cristo Resucitado armonice nuestras diferencias con la luz que brota de su corazón, y donde la caridad se traduzca en signos concretos de esperanza. Un corazón que late al ritmo del Evangelio.
Pedimos al Pastor eterno que conceda al Papa Francisco contemplar su rostro, que reciba de sus manos todos los frutos, fatigas y gozos de su ministerio, sus silencios, su sonrisa, su entrega. Y que ahora, desde el cielo, pueda seguir intercediendo por esta Iglesia que tanto amó."









