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EL LIBERAL . Santiago

Un argentino en las Islas Malvinas: experiencia inigualable

Por Eduardo Lazzari, historiador.

19/04/2025 06:00 Santiago
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Aquel viaje a las islas Malvinas del 2008 que estamos relatado desde hace un par de semanas desde la conmemoración de los 43 años del desembarco argentino el 2 de abril de 1982, me ha permitido darme cuenta lo significativo que fue, porque recuperando la vivencia de aquellos momentos descubrí que todo se hacía más presente y detallado de lo que hubiera esperado por el hecho de contar aquella gran experiencia.

Ha sido la intención siempre relatar los hechos, intentando no poner impresiones subjetivas. A veces las cosas no ocurrieron como uno esperaba, otras veces no como uno quisiera, pero siempre los acontecimientos ocurrieron. Los invito a acompañarme en una visita a los campos de batalla de 1982 y al cementerio militar argentino de Darwin, 

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El cementerio británico 

   Una mañana bastante confortable teniendo en cuenta el clima habitual de las islas, los veteranos de guerra que habíamos conocido en Río Gallegos nos invitaron a recorrer la isla Soledad en busca de los campos de batalla en los que ellos habían combatido. Sin duda aceptamos, ya que para un historiador recorrer un escenario épico de la mano de los protagonistas es impresionante. Emprendimos entonces un recorrido que nos mostró la crudeza del enfrentamiento y el descuido en que han caído esos campos de honor, debido a la decisión de las autoridades isleñas de dejar todo tal cual quedó desde 1982, quizá para dejar patentes las consecuencias de aquel hecho que para los nativos constituye el evento más importante de su historia contemporánea.

    Así fue como llegamos al solar donde se levantaba el cuartel de los Royal Marines en Moody Brooks, en el extremo occidental de la capital isleña, que ha sido demolido y sólo queda su contrapiso, lugar donde se produjo la rendición de la exigua guarnición británica el 2 de abril del '82 y la muerte del primer héroe argentino de la guerra, el capitán Pedro Giacchino. Nos dirigimos posteriormente hasta el puerto de San Carlos, una minúscula población al norte, donde comprobamos que los nombres en castellano de los lugares geográficos no fueron traducidos al inglés: bautizado por los españoles aún hoy se llama Port San Carlos, no Port Saint Charles. Los británicos son más pragmáticos que los argentinos, que a veces nos embarcamos en estériles discusiones por los nombres de la historia.

   Hay que destacar que en los pequeños poblados donde se produjeron combates o batallas los isleños han abierto pequeños museos evocativos, que en el caso de San Carlos estaba instalado dentro de un contenedor, frente al deteriorado muelle de madera utilizado por las fuerzas británicas para desembarcar el 21 de mayo del '82. Muy cerca se levanta el cementerio militar británico, donde se encuentran las pocas tumbas de soldados británicos que fueron sepultados en Malvinas. Fue muy conmovedor poder dejar, en un libro de honor, las impresiones que como argentinos sentimos al visitar ese lugar que nos mostró el costo que el enemigo también tuvo durante la guerra. 

Los grandes campos de batalla

   Emprendimos el viaje hacia Puerto San Luis, histórica capital argentina de las islas durante la gobernación de Luis Vernet, Esteban Mestivier y José María Pinedo. En el camino descubrimos los restos de un helicóptero caído en combate. Me impresionó recordar cuando escuché esa noticia en 1982 en un comunicado oficial. Más adelante llegamos a una estancia británica dentro de la cual se conserva casi intacto el edificio levantando en 1830 por Vernet como casa para su familia y escritorio de su gobernación. A cada paso descubríamos instalaciones telegráficas, vainas servidas de ametralladoras, alguna petaca, frazadas derruidas por el viento, cocinas de campaña y decenas de trincheras hechas con piedras, mudo testimonio de vigilias que para quienes nunca hemos peleado en una guerra es imposible imaginar.

   Pasamos por el cerro Dos Hermanas, por el monte Longdon, escenario de dos grandes batallas a la vieja usanza, cuerpo a cuerpo, como prácticamente no se han repetido en la historia posterior, hasta llegar al monte Tumbledown, donde varios de los veteranos que nos acompañaban habían combatido. Fue impactante revivir con ellos momentos extraordinarios escuchando sus escalofriantes testimonios. Allí tenía yo encomendada una tarea patriótica, quizá la más importante que he tenido en mi vida: la madre del soldado de marina Roberto Leyes me había visitado en la radio en la que trabajaba y me dio objetos personales de su hijo para que los enterrara en las Malvinas. 

   El destino quiso que uno de los veteranos con los que compartía el viaje fuera su compañero de armas y me indicó exactamente el lugar en que Leyes había caído peleando por la Patria. Allí hice con mis manos un pozo en la turba y puse lo que su madre me había pedido. Hicimos una pequeña ceremonia, cantamos el Himno Nacional, la Marcha de las Malvinas y los siete nos abrazamos, derramando todos sentidas lágrimas en homenaje a Leyes, declarado por ley Héroe Nacional. Quiero dejar constancia que al tiempo del viaje en 2008 aún no se había ubicado su tumba en el cementerio de Darwin,

   Llegamos a la cima del monte Tumbledown, donde hay un monumento en tributo de los británicos muertos en combate y desde allí pudimos ver las laderas del cerro llena de pozos, fruto de los bombardeos de los adversarios en los cuales no ha vuelto a crecer la vida. Desde allí pasamos por el monte Williams y llegamos a la capital. No dejó de llamarme la atención que por entonces hubiera campos de minas a lo largo del camino, bien marcados por los isleños como "Peligro, minas argentinas", una buena forma de recordar mal lo ocurrido en 1982.

Un gran descubrimiento

   Al día siguiente, y sólo con Claudio Guida, conscripto en la Marina de Guerra y como tal integrante de la única guarnición militar creada con sede en el territorio isleño durante la guerra, el Apostadero Naval Malvinas, fuimos a visitar el puerto de la capital donde encontramos el rastro del mástil, cortado por los británicos, donde Guida izó la bandera argentina el 25 de mayo de 1982, cuya foto ha recorrido el mundo. En los galpones que fueron barracas navales hoy se lee "Falklands Islands Company" y la pintura gris apenas disimulan las ventanas que se hicieron para posar las ametralladoras argentinas de defensa del apostadero.

   Más tarde, nos dirigimos a la península Camber, ubicada en la otra costa de la pequeña bahía capitalina, donde Guida había combatido hacia el final de la conflagración. Llegamos hasta su trinchera, y él, con cierto halo de misterio me dijo: "Espero encontrar lo que dejé hace algún tiempo…". Comenzó a remover algunas piedras y sólo terminó de hacerlo cuando encontró su borceguí izquierdo que con toda intención dejó en el puesto de combate al ordenarse la rendición; también estaba la media que había dejado dentro hecha un nudo. Ese nudo se trasladó a mi garganta.

El Cementerio Militar Argentino de Darwin 

   Pero todos suponíamos que el momento más potente y emotivo lo íbamos a vivir cuando visitáramos el cementerio de Darwin, que se ha convertido en una de las postales de la Argentina en las islas. Salimos una mañana rumbo al sur donde se encuentra el memorial argentino, construido gracias a la generosidad y patriotismo de Eduardo Eurnekian cuando acompañó el pedido de los familiares de los caídos en la guerra a partir de 2004. Yacen allí 238 héroes nacionales de los 649 muertos en la guerra, sin dejar de recordar que sólo en el hundimiento del crucero ARA Gral. Belgrano fallecieron 323 argentinos.

   El cementerio se habilitó en 1982, establecido por orden del coronel británico Geoffrey Cardozo, cuando fueron trasladados allí todos los restos de los argentinos que habían sido sepultados en los lugares de su sacrificio patriótico. Es destacable la prolijidad y el respeto con que fue realizado dicho procedimiento, a poco tiempo del final de la guerra. Cardozo sería décadas después el impulsor de la campaña de ubicación de cuerpos junto al veterano argentino Julio Aro, que se desarrolló en la segunda mitad de la década de 2010. Hay decir con firmeza que nunca hubo en ese cementerio N.N,, porque si bien no se sabía que cuerpo se correspondía con la identidad del héroe, siempre se supo con precisión quienes estaban sepultados allí.

   Llegar a Darwin significa un viaje de noventa kilómetros por la mejor ruta de las islas, que sólo tenía asfaltada cada curva del recorrido y las rectas de ripio mal conservadas. Al llegar tuvimos que caminar unos metros que parecieron eternos. Abrimos la tranquera que oficia de portal del cementerio. Desde ese momento cada uno de nosotros inició un ritual individual, todos diferentes. Uno se mantuvo en silencio desde que llegamos allí hasta dos días después. Otro, hablaba compulsivamente. Algún otro se quedaba parado delante de las tumbas cuyo nombre le recordó al amigo héroe. Y yo, sin una razón que lo justificara, tres veces me dediqué a contar cuantas eran las tumbas y cuantos los héroes. El mayor impacto fue leer las lápidas que decían "Soldado Argentina sólo conocido por Dios". Hoy, gracias a la tarea de Cardozo, Aro y todos los familiares, sólo quedan cinco tumbas que no han podido ser ubicadas debido a la carencia de ADN de sus familias.

   Luego de reencontrarnos frente a la cruz que preside el cementerio, entonamos el Himno, la Marcha y rendimos el homenaje a quienes dieron la vida por la Patria. En ese momento me sonó el teléfono celular. Algo muy extraño ya que en las islas entonces no había conexión con las redes internacionales. Por alguna condición ambiental extraña, me estaban llamando de la radio en que trabajaba, y ese hecho me convirtió en el primer argentino que salió al aire desde el cementerio militar, un honor inmerecido. 

   Quedan pendientes algunas anécdotas de ese viaje de 2008, que esperamos continuar el próximo domingo en estas páginas de "El Liberal". Para todos los lectores de este legendario diario, FELICES PASCUAS.

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