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Hay que aguzar el ingenio

Por Carlos Enrique Bothamley.

13/04/2025 05:55 Viceversa
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Siempre fui bastante aventurero, especialmente con los autos, lo cual me causaba no pocos disgustos.

En el año 1975 creo, estaba un viernes trabajando en Añatuya, por suerte ya volviendo a Santiago después de recorrer todo el norte de la provincia hasta Monte Quemado y Pampa de los Guanacos.

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Tenía que ser muy cuidadoso porque mi Renoleta andaba con las cuatro gomas lisas, no por falta de previsión sino por falta de plata. La rueda de auxilio ya había reventado días atrás.

Salí de Añatuya como a la una de la tarde, me faltaban solo 200 kilómetros para llegar a casa. Para viajar a Santiago primero había que ir hacia Colonia Dora hasta encontrar la ruta 34 y allí doblar a la derecha.

Ese día se me ocurrió tomar una cortada en diagonal para ahorrar un par de kilómetros. Por supuesto todo era de tierra.

Había recorrido unos mil metros cuando se me reventó una cubierta y ya no tenía rueda de auxilio. De más está decir que por ese camino no pasaba nadie.

Cómo sabía que no me iba a socorrer nadie, me puse a pensar y planificar.

Primero desarmé la rueda y comparando la cámara con la reventada anteriormente, elegí la que tenía el tajo más corto. Arreglé la cámara con cinco parches en fila. Eran parches cinco minutos (así se llamaban). Una vez colocados y prensados, se les prendía fuego para que se peguen a la goma.

Tomé una de las cubiertas, la cosí con alambre de fardo (siempre llevaba un pequeño rollo). Luego corté un pedazo de la otra cámara, la doblé en cuatro y la puse de manchón tapando el tajo cosido. Luego la armé y con el extinguidor del auto inflé las ruedas y pude contemplar mi obra terminada. Faltaba comprobar si resistiría. 

Partí de ahí como a las tres de la tarde a más o menos 20 kilómetros por hora. La rueda arreglada hacía un ruido y pegaba un salto en cada vuelta. Así anduve toda la noche.

Pasé por Fernández al amanecer y llegué a Santiago como a las 9 de la mañana. Las gomas resistieron.

Esa fue una de las tantas aventuras que pasé en la ruta. Otras veces tuve que dormir en el monte, con el auto enterrado hasta los ejes en el barrio y después esperar horas para que me vengan a auxiliar. No existían todavía los teléfonos celulares y había que mandar mensajes con algún vehículo que pasaba.

 Aunque ustedes no me lo crean yo disfrutaba de estas situaciones y aún hoy, después de más de 50 años, sigo extrañando las rutas de tierra y los maravillosos pueblos del interior de mi provincia.

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