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EL LIBERAL . Santiago

Un argentino en las Islas Malvinas, experiencia inigualable (Segunda parte)

Por Eduardo Lazzari. Historiador

13/04/2025 06:00 Santiago
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Un viaje a las Islas Malvinas sigue siendo una oportunidad notable para conocer en profundidad un territorio y una comunidad de la que se habla cotidianamente y se sabe muy poco. La polémica provocada por los dichos del presidente Javier Milei durante su discurso del pasado 2 de abril, donde sostuvo: "Anhelamos que los malvinenses decidan algún día votarnos con los pies a nosotros. Por eso buscamos hacer de Argentina una potencia tal que ellos prefieran ser argentinos y que ni siquiera haga falta la disuasión o el convencimiento para lograrlo" es otra prueba del fervor patriótico que este tema desata cada vez. Es necesario decir también que hay ciudadanos que han dedicado gran parte de su tiempo y de sus vidas al estudio de las islas en todos sus aspectos, pero la mayoría de los argentinos, llevados por la emocionalidad que nos provoca el tema, muchas veces abordamos con prejuicios y desde lugares comunes todo lo referido a Malvinas.

Merece también sin duda una reflexión la frase "Las Malvinas son argentinas", ya que muchas veces esa expresión oculta la problemática que durante 191 años afecta la pertenencia del territorio isleño al patrimonio físico de la República Argentina. Es duro para las mayorías aceptarlo en el discurso, pero las Malvinas se encuentran bajo control británico desde 1833, salvo el período de 75 días durante la guerra de 1982. Quiero comentar una charla que tuve la oportunidad de brindar en una escuela pública sobre este tema, donde algunos alumnos de 4° grado manifestaron su asombro cuando comenté las dificultades para recorrer la "perdida perla austral": "¿Cómo no podemos ir a Malvinas como a Córdoba?"; "¿Se habla inglés?" y la conclusión de uno de los niños fue: "Entonces no es Argentina".

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La historia amañada y parcial

Sin duda, el relato histórico, político y diplomático argentino adolece de una posición rígida, que se consolidó en los tiempos de hegemonía del pensamiento nacionalista, que dejó de lado algunos aspectos de la verdad histórica, subordinándola al cumplimiento de objetivos prácticos, como si el ocultamiento de parte de la historia pudiera de alguna manera servir a los fines patrióticos tendientes a la recuperación de la soberanía. 

El caso más flagrante es que se omite en el relato habitual de nuestra historia en las islas durante el siglo XIX la existencia de tres gobernadores nombrados por el gobierno de la provincia de Buenos Aires: el germano Luis Vernet, el único profusamente conocido que ocupó el cargo entre el 10 de junio de 1829 y el 10 de septiembre de 1832, sucedido por el francés Juan Esteban Mestivier, asesinado en un motín de la guarnición militar argentina el 30 de noviembre de 1832; y finalmente José María Pinedo, el porteño que fue desalojado de las islas el 3 de enero de 1833. Pero esta es otra historia que merece ser contada en detalle.

Como bien dice el poema del sevillano Antonio Machado: "nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio", por lo que el estudio, la divulgación, la investigación y todo lo referido al pasado y al presente de las Malvinas y sus habitantes debe ser encarado desde el más absoluto criterio de verdad, sin dejarnos llevar solo por la pasión y la emoción, haciendo además un esfuerzo para apartarnos de la peligrosa idea de que la recuperación de la soberanía en las Islas sea la solución de los problemas argentinos, ya que quizá la permanencia de las crisis argentinas sea la razón más importante que impide resolver el conflicto austral.

Algunas anécdotas menores pero sabrosas

Retomando el relato del viaje de 2008, al salir de la casa del sacerdote que regenteaba la iglesia católica "Saint Mary", donde tuvo lugar mi primer desayuno isleño, episodio relatado el pasado domingo, nos dirigimos a la casa donde nos alojábamos, y volvimos a encontrarnos con el matrimonio de la camiseta de Maradona del aeropuerto de Río Gallegos. Ambos me agradecieron calurosamente el consejo ya que habían escuchado un par de comentarios muy adversos a los argentinos allí, y no hubiera sido una buena idea lucir la 10 de Maradona. Quedamos en tomar un café en una de las siete tabernas típicamente británicas que conforman la oferta gastronómica de la capital isleña, además de un único restaurante regenteado por un chileno. Hay que destacar que todos los negocios cierran en punto a las 10 de la noche.

Al anochecer de aquel domingo 7 de diciembre cenamos en el restaurante del único hotel existente por entonces, que tenía un nombre que no me dejó de llamar la atención: "Malvina House". Preguntado el mozo por el nombre, que era el que usamos los argentinos y en general el público de habla hispana para llamar al archipiélago, me dijo que tanto Falklands como Malvinas eran nombres aceptados, aunque más usado el primero. Otra sorpresa en un viaje muy aleccionador. 

Isleños y compatriotas en las calles 

Algo muy importante para tener en cuenta es que la comunidad de los isleños es muy pequeña. En ese tiempo no alcanzaba los 3.000 habitantes, conformados por unos 1.100 nativos, unos 700 británicos, unos 300 nativos de la isla de Santa Elena (donde murió Napoleón Bonaparte), unos 100 argentinos nacidos en el continente, y el resto de la población conformada por chilenos, peruanos, uruguayos, además de llegados de otros países. La distribución es muy desigual en el territorio cuya superficie es algo más que la mitad de la provincia de Tucumán. En este número no se cuenta la dotación militar de la base de Mount Pleasant, ubicada a unos 70 km. de la capital.

Si comparamos a las Malvinas con las distintas ciudades de Santiago del Estero, encontramos allí una clave de la verdadera dimensión humana del problema de la soberanía. En las islas Malvinas viven menos del 1 % de los habitantes de la capital provincial, el 10% de Añatuya, o el 20 % de Loreto, llegando al extremo de Pinto, que duplica en población a los isleños. Sin embargo, no deja de merecer un análisis profundo que no haya encontrado la Argentina la forma de captar el interés y la amabilidad de los malvinenses en las últimas décadas. Vale aclarar que en las islas los habitantes se reconocen como "islanders" (isleños) habiendo dejado de lado hace ya bastante tiempo el despectivo "kelpers". 

Ya el domingo por la tarde y durante toda la semana, las caminatas por las prolijas calles pavimentadas de Stanley (sin el adicional "Puerto"), nombre que los británicos siguen dando a la localidad fundada para capital en 1845 y que para nosotros es Puerto Argentino, se convirtieron en la forma más amable de conocer a los isleños, muchos de los cuales nos miraban con gran desconfianza, producto de la velocidad con que la mayoría ya sabía que esos forasteros que andaban por las calles eran argentinos. Hay que saber que está prohibido la exhibición de símbolos nacionales de nuestro país en los espacios públicos de las islas. 

Luego de ir al correo el lunes por la mañana, donde había una oficina bancaria que permitía el cambio de moneda extranjera por libras malvinenses, cuyo valor es igual al de la libra esterlina, emitidas por el gobierno colonial, junto a mi amigo Jonathan notamos que el trato era frío, distante, pero correcto. Allí comenzamos a pensar que, si las islas son argentinas, debemos considerar a quienes han nacido allí como compatriotas, lo cual no dejaba de ser muy contradictorio con lo que estábamos viviendo, que era sentirnos en un lugar que no era nuestro. 

Un gobernador colonial caminando por ahí

Generalmente, el cargo de Gobernador de las Islas Malvinas y Comisionado de las Islas Georgias del Sur y Sandwich del Sur es para quienes lo ocupan al final de su carrera diplomática, ya que no es un destino apetecido y nunca está exento de tensión con la Argentina. El gobernador es el representante de la corona británica, algo así como un virrey, y cumple la función de jefe de Estado. El efectivo gobierno de las islas está en manos de un consejo legislativo de ocho miembros elegidos por los habitantes. Este consejo se renombró como Asamblea Legislativa.

Era la mañana del martes 9 de diciembre de 2008, luego de pasar por la Catedral anglicana de Cristo, la más austral del mundo y la imagen más conocida de Malvinas, caminando rumbo al oeste, vi venir caminando a alguien vestido con saco y corbata, algo muy inusual allí. Era Alan Huckle, el gobernador. Me dirigí a él, me presenté y le solicité una entrevista, lo que le pareció aceptable y quedamos en vernos en su despacho a las 4 de la tarde. Allí estuvimos a la hora fijada, y me impresionó mi propia memoria. Al entrar en las oficinas de la gobernación, inmediatamente recordé la fotografía del gobernador militar nombrado en 1982, el general Mario Benjamín Menéndez en ese lugar: había un solo cambio que me causó conmoción, el retrato del general San Martín ya no estaba más.

La entrevista había sido pactada de 45 minutos y estuvo siempre presente un secretario, por su condición de hispanoparlante. Fue muy animada la conversación en inglés, a tal punto que duró algo más de dos horas. No es fácil estar frente a quien naturalmente uno considera como representante de un poder injusto. Pero sobre todo la franqueza de la charla hizo posible que tocáramos todos los temas que se propusieron. El momento más significativo, a mi entender, fue cuando ante nuestro planteo de que la relación entre la Argentina y Gran Bretaña pudiera ameritar un acuerdo parecido al que ellos habían establecido con China en Hong Kong, la respuesta fue un ejemplo de real politik y un baño de realismo para nosotros: "El punto es que las Malvinas no son Hong Kong, pero sobre todo la Argentina no es China". Nunca es fácil aceptar que las debilidades propias son la fortaleza del otro.

Si Dios quiere, el próximo domingo seguiremos recorriendo las Malvinas en estas queridas páginas de "El Liberal".

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