Por Eduardo Lazzari. Historiador.
Un argentino en las Islas Malvinas experiencia inigualable (primera parte) Un argentino en las Islas Malvinas experiencia inigualable (primera parte)
La literatura tiene un género que es apasionante para los que nos dedicamos a la historia: los diarios de viajeros. Los relatos dejados para la posteridad por aquellos hombres que han realizado grandes periplos o pequeños viajes por el mundo, que generalmente con la maestría de su pluma dejaron testimonio gracias a su capacidad de observar detalles, costumbres y curiosidades de los lugares por los que han pasado, terminan convertidos en verdaderas piezas de escritura que sirven para formar cuadros de situación, reproducir apreciaciones cercanas y sobre todo nos muestran aspectos que, de otra manera, no serían conocidos por quienes los hemos sucedido en el camino de la vida.
Un ejemplo extraordinario de esta literatura vital es el "Viaje de un naturalista alrededor del mundo" del científico Charles Darwin, el autor de la teoría de la evolución, quien en su viaje en el buque "Beagle" comandado por el capitán Robert Fitz Roy, dejó cada una de las impresiones que le produjeron la naturaleza, las sociedades y los hombres que conoció, y que particularmente para los argentinos tiene la realista y cruda descripción del carácter de las pampas y sus habitantes, los gauchos, además del relato de sus encuentros con argentinos notables, como el gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, o el gran naturalista Francisco Muñiz, con quien luego siguió manteniendo correspondencia por temas de la ciencia.
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Quien esto escribe viajó a las islas Malvinas en el ya lejano diciembre de 2008, permaneciendo siete días en la isla Soledad, la mayor del archipiélago, lugar donde han estado ubicadas las capitales histórica y actual del territorio, siendo una de las experiencias más fascinantes, emocionantes y conmovedoras a lo largo de la vida. Mi recomendación es que viajar a Malvinas sirve como baño de realismo para poner en su correcta posición todas nuestras fantasías y nuestros deseos sobre la "perdida perla austral", tal como las llamamos en la marcha que se interpreta cada 2 de abril en los actos de homenaje a los héroes y veteranos de guerra del conflicto del Atlántico Sur en 1982.
Vale destacar, a 43 años de aquella conflagración, que la experiencia permite afirmar que no hubo una sola guerra, sino que cada uno de los héroes y de los combatientes, hoy veteranos, tuvo "su" guerra, ya que la diversidad de escenarios en los que se desarrollaron las batallas y los combates hace que quien ejerce el oficio de la historiografía y se ha dedicado a recopilar testimonios de esos patriotas que defendieron el suelo austral siempre se encuentre con nuevas anécdotas, conociendo nuevos personajes y sobre todo recopilando experiencias de una consistencia vital que en todos los casos merece el respeto y la admiración por las circunstancias vividas por aquellos hombres.
Quiero compartir, con sentimiento patriótico, aquellos días primaverales de hace 17 años que han quedado sellados y plasmados en mi memoria, para que podamos profundizar y aprender sobre lo ocurrido en 1982, poniendo en la "biblioteca de los recuerdos" cada hecho en su lugar.
Una apuesta que salió bien
Aquel viaje inolvidable fue fruto de una propuesta que consideré extravagante por parte de un buen amigo, Jonatan, quien me dijo mientras tomábamos un café en un bar notable de Buenos Aires si me interesaba viajar a las islas. Contesté que mientras tuviéramos que volar desde Chile no lo haría, y él me desafió diciendo que una vez al mes el vuelo semanal desde Santiago, pasando por Puerto Montt y Punta Arenas, rumbo al aeropuerto de la base militar de Mount Pleasant, aterrizaba discretamente en Río Gallegos y proseguía su viaje hacia el este. Le retruqué que si fuera así, comprara los pasajes para viajar juntos. Al día siguiente nos volvimos a encontrar y mi amigo trajo los boletos de avión en la mano. Ya no había vuelta atrás.
Quedaba superar la ingrata sensación que significaba mostrar el pasaporte argentino y sellarlo para pisar suelo que consideramos nacional. El prurito se diluyó bastante cuando supimos que todo nacido fuera de las islas, incluso británico, debe mostrar su pasaporte a fin de que las autoridades locales lo sellen. Pocos días después, el viernes 5 de diciembre de 2008, llegamos a Río Gallegos para tomar el vuelo hacia las islas, que partía pasado el mediodía del sábado 6. Era curioso descubrir que los vuelos nacionales trataran de evitar su combinación con el vuelo a Malvinas, llegando minutos después de la partida hacia Mount Pleasant del que sería nuestro viaje.
Ya instalados en el aeropuerto luego de un suculento desayuno, de pronto cinco muchachos de más o menos mi edad, se acercaron y preguntaron de un modo poco amable quien era Lazzari. Yo había comentado el viaje anteriormente en el programa "Con todo respeto" que por Radio Mitre hacíamos todos los sábados por la mañana con Mariel Di Lenarda, Horacio Pagani, Adrián Ventura y Juan E. Romero. Con cierta desconfianza me puse de pie y el líder del grupo me extendió la mano con simpatía y nos saludamos cordialmente: eran cinco veteranos de guerra que volvían a sus campos de batalla en Malvinas. Con Claudio Guida, uno de ellos, nos hicimos amigos, nos convertimos en hermanos y cada 2 de abril compartimos el Día del Veterano y los Caídos hasta hoy.
Un alemán y una irlandesa desorientados
Cuando el grupo de viajeros se acercó a la sala de embarque, me llamó la atención un joven que tenía puesta una camiseta argentina con el número 10 que decía: "La mano de Dios". Me acerqué y le pregunté de donde era y hacia donde iba: Helmut me dijo que era alemán y viajaba con Mary, su esposa irlandesa, para seguir con su luna de miel. Le inquirí el porqué de la camiseta y me habló de su admiración por Diego Maradona. Le comenté que entre Gran Bretaña y Argentina había habido una guerra en 1982 y que no me parecía una buena idea ir con esa camiseta puesta. El matrimonio se asombró porque nunca habían oído hablar de esa guerra, tan presente para nosotros, y aceptó el consejo, aunque a regañadientes. No iba a terminar allí el episodio de la camiseta.
Un error fue mostrar el pasaporte al personal de seguridad argentino en el aeropuerto "Piloto Civil Norberto Fernández". Entre risas me dijeron que para ir a un territorio argentino con el DNI era suficiente. Eran las 13 hs. cuando despegamos rumbo a las Malvinas, y nos sorprendió escuchar una advertencia del comandante sobre el uso de filmadoras o máquinas fotográficas sobre las islas, ya que existía aún "un estado de guerra debido a que nunca se declaró el cese de fuego definitivo". El momento jocoso del viaje fue cuando Guida, mi compañero de asiento me consultó respecto del formulario que debíamos completar para desembarcar: decía uno de los rubros: "¿Ud. ha visitado las islas Falklands anteriormente?". Guida me miró y me dijo: "Yo estuve en las Malvinas y no de visita" y marcó el "no". Admiré esa capacidad de bromear por parte de un hombre que había peleado mano a mano con los británicos 26 años antes.
El aterrizaje fue suave en una tarde soleada, pero el camino entre el avión y la terminal aérea no fue amable, ya que nos custodiaban soldados británicos con cara de pocos amigos, con sus armas en la mano y con gesto amenazante. Finalmente partimos hacia la capital de las islas en un remise rumbo al "bed & breakfast" que habíamos rentado, en la casa de una vecina uruguaya radicada desde hacía 40 años en las Malvinas, Susan. Luego de descansar un rato y asearnos, salimos con Jonathan a caminar rumbo a la costanera, sobre todo para encontrar un lugar para cenar. No lo encontramos y tuvimos que conformarnos con una cerveza con ingredientes en una de las típicas tabernas.
Una misa dominical en St. Mary's Church
A la mañana siguiente, me dirigí sólo a la iglesia católica para asistir a misa, St. Mary's Church, por entonces a cargo del prefecto apostólico de las islas Malvinas, el padre Michael Bernard McPartland, perteneciente a la orden de los misioneros africanos. Vale destacar que la Santa Sede ha establecido desde el 10 de enero de 1952 una jurisdicción religiosa que no depende ni de Argentina ni de Gran Bretaña, atendida por sacerdotes galeses. Al entrar en la bella construcción, noté que nadie me dirigió la mirada. Fue mi primera experiencia de una misa en inglés, y al terminar todos se quedaron inmóviles en sus bancos.
El sacerdote salió al atrio para saludar, pero todos permanecieron inmutables. Yo decidí salir y allí fue cuando el padre Michael me invitó amablemente a tomar un café en la casa parroquial, costumbre compartida cada domingo con todos los fieles. Fue bastante chocante que nadie de todos los que disfrutaron de ese momento bebiendo café y comiendo budines me dirigiera la palabra, ignorando mi presencia. Me sentía en un libro de Agatha Christie, tanto por las vestimentas, el mobiliario como por el carácter flemático de mis ¿conterturlios?
Un caballero, que había leído los Hechos de los Apóstoles, finalmente me extendió su mano y me saludo con cordialidad y entonces, pasada media hora, al fin pude hablar con un católico en las islas. Cuando le pregunté si era isleño ("islander" es la nueva forma de tratar a los nacidos en las islas Malvinas, ya desechado el antiguo "kelper") y me contestó airadamente: "De ninguna manera… Soy británico y el año próximo regresaré a mi tierra". Volví a interrogarlo sobre cuanto hacía que vivía en Malvinas: "Treinta y cinco años, pero ahora me jubilo y vuelvo a Inglaterra". Descubrí en ese momento que la relación entre los isleños y los británicos que se radican sólo para trabajar no es una panacea, sino todo lo contrario.
Espero que este relato tan personal sea compartido con los lectores de "El Liberal" y haya podido comenzar a transmitir las sensaciones de aquel periplo por las Malvinas, que continuaremos el próximo domingo, si Dios quiere.