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Crónicas otoñales

Por Belén Cianferoni.

23/03/2025 03:46 Opinión
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Estamos en otoño. ¿Se dieron cuenta? Conseguimos llegar a la estación de las hojitas amarillas con mucho sufrimiento, pero lo logramos. Queda inaugurada toda perfección panderil que se encuentre humeando en una parrilla por la calle. Bienvenidos, chipacos, siéntanse como en su casa. Tortillas a la parrilla, sean muy felices de entrar a mi panza, moroncitos. Este es su tiempo de brillar.

Cuando paso por las calles de Santiago en otoño, me siento un poco impostora. Una farsante. ¿Cómo es eso de salir a la calle y que el sol no te lastime? Miro el exterior y me siento rara cuando el vapor y el viento en modo secador de pelo no aparecen.

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Tuve que prender el termotanque. Casi me olvido de que tenía termotanque. ¿El resto del país sufre de estos olvidos? Se aproxima la lluvia, esa que supo maltratar otras provincias y que nosotros siempre extrañamos. ¿Dónde estará esta forma de recordar que el agua también es nuestra?

Seguimos caminando entre el calor y nos olvidamos de que también podemos existir pacíficamente. Es marzo, el mes de los guardapolvos, de las clases, del olor a plastilina y galletitas dulces. Otoño es ir saltando entre baldosas camino a casa, pensando que la tabla del 7 es lo peor que nos puede pasar.

Crecemos y extrañamos esas tablas, esos cantos. El pelo de nuestra seño cuando intentaba enseñarnos la magia de la fotosíntesis es ahora nuestro pelo, cuando estamos atendiendo un cliente o haciendo una cola en el banco.

Las hojas caen, nuestro pelo cae, y últimamente parece que nuestra paciencia y nuestra fe también. La poesía decide habitar el otoño y dar inicio a la temporada. La poesía rompe la cotidianidad y te permite pensar todo con otros lentes, con los vidrios de la poesía. No son rosa, no se confundan. Muchas veces pueden parecer incluso más claros o más oscuros de lo que en verdad son.

Para recordar las formas y los tonos tenemos a la Memoria, hermana de la poesía, que también se encuentra a su lado, recordando no solo quiénes somos, sino qué caminos pasaron por nuestras suelas…

Sobre todo, a qué caminos no volver nunca más. Estoy muy segura de que, más de una vez, sabemos a dónde no regresar en nuestra vida. ¿Entonces por qué seguimos empecinándonos en volver a los mismos rumbos una y otra vez? Hay ciertas decisiones que no son para nosotros, hay ciertos chipacos que es mejor no comer. No te autoestafes, no nos engañemos.

A veces, el otoño nos encuentra sin haber cerrado bien el verano. Como cuando dejás la puerta entreabierta y se cuela un viento raro, que no es ni fresco ni caliente, sino un limbo que incomoda. Hay otoños en los que todavía estamos con la cabeza en otra estación, con promesas que quedaron flotando en el calor de febrero y listas de pendientes que nunca se tacharon del todo. Pero el tiempo avanza igual, aunque no estemos listos.

Tal vez, por eso, el otoño es una invitación a soltar. A dejar caer lo que ya no suma, como esas hojas que se despiden de las ramas sin drama. A darnos permiso de aflojar un poco, de no sostener lo insostenible. Porque si algo nos enseña esta estación es que hay ciclos que terminan, pausas necesarias, silencios que no son vacío, sino espacio para lo que viene.

Caen las hojas, caen los poemas, y que te sigan cayendo buenas noticias en otoño, hasta que nos volvamos a ver.

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