Por Eduardo Lazzari. Historiador
El golpe de Estado de 1976 – antecedentes y personajes (Segunda Parte) El golpe de Estado de 1976 – antecedentes y personajes (Segunda Parte)
El oficio del historiador, en su tarea de relator del pasado y de divulgador de los episodios, obliga muchas veces a esforzarse a plantear un contexto que permita una comprensión de los hechos, que en general resultan de una complejidad que no puede ser simplificada. Pero la ética profesional genera la obligación de presentar los hechos desprovistos de las interpretaciones que luego llegarán, a la vez que la tarea de la investigación se encuentra bajo el imperio de la honestidad intelectual de abarcar todos los hechos, incluso aquellos que no son simpáticos, conformando un panorama completo que convierta en historia, es decir un pasado que explique el presente y ordene la construcción del futuro, esos tiempos extraños de mediados de los '70.
Hemos transitado tiempos donde la subordinación del relato histórico a la coyuntura política ha alejado un entendimiento acabado de los acontecimientos que llevaron a convertir la década de 1970 en la más violenta del siglo XX argentino. En este espíritu es que continuamos recorriendo los hechos centrales que concluyeron con el derrocamiento de María Estela Martínez de Perón y dieron lugar al Proceso de Reorganización Nacional.
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La decisión del golpe de Estado
El 5 de octubre de 1976 se produjo el primer ataque del Ejército Montonero a una guarnición militar como tal. Vale destacar que en ese hecho los guerrilleros usaron uniformes con grado militar y actuaron en lo que llamaron un "enfrentamiento contra el ejército de ocupación", denominación que daban al Ejército Argentino. La sorpresa de los atacantes, que esperaban contar con la ayuda de los conscriptos (finalmente los héroes de la jornada al rechazar el ataque), terminó en una retirada que incluyó el secuestro de un avión de Aerolíneas Argentinas, que se destrozó luego de un aterrizaje forzoso en medio del campo al noroeste de la provincia de Santa Fe.
Esto marcó un límite para las Fuerzas Armadas, cuyos comandantes fueron presionados por los mandos medios y altos para tomar medidas drásticas. Esto llevó el 13 de octubre a una reunión de los tres comandantes generales, el general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier Héctor Luis Fautario, prevista en principio para resolver los ascensos militares a fin de año. Establecido un cuarto intermedio, el 17 de octubre, a bordo de un yate en el delta del Paraná, Videla y Massera, respondiendo a los pedidos de generales y almirantes, pusieron en marcha el golpe. El gran obstáculo era la resistencia de Fautario a participar.
Videla, según su propia versión, solicitó una reunión con la presidente Martínez de Perón para solicitar el retiro debido a la imposibilidad de cumplir su propio compromiso, que había asumido en agosto de 1975, de mantener la institucionalidad por la presión del generalato para producir un golpe de Estado, y para su sorpresa la primera mandataria le habría pedido que siguiera, porque algún otro "sería peor que usted". Falta el testimonio de Isabelita que corrobore o desmienta este hecho.
El anticipo del golpe en diciembre de 1975
El 18 de diciembre de 1975 se produjo una sublevación en la Fuerza Aérea, encabezada por el brigadier Orlando Capellini, quien exigió el relevo de Fautario, que fue tomado prisionero, y la renuncia de la presidente Martínez de Perón. Durante los cuatro días de la rebelión quedó claro que el poder político no tenía forma de combatir una asonada militar. La caída de Fautario se produjo con su reemplazo por Orlando Ramón Agosti el día del inicio de la sublevación. Agosti había sido compañero de Videla en el Colegio Militar, poco tiempo antes de la creación de la Fuerza Aérea Argentina, cuando el arma aérea era una dependencia del Ejército.
Pocos días después, el 23 de diciembre, en el operativo guerrillero más importante de la historia argentina, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) intentó el copamiento del Arsenal Militar de Monte Chingolo en el gran Buenos Aires, a través de un despliegue que implicó a más de cien combatientes que fueron enfrentados por la guardia militar de la dependencia. Los muertos superaron el centenar entre guerrilleros, militares y civiles. Fue la derrota definitiva del ERP, aunque todos sus jefes sobrevivieron.
Con Videla, Agosti y Massera en la cumbre del poder militar, comenzó a correr el reloj que culminaría con el derrocamiento de Isabel Perón el 24 de marzo de 1976, fecha establecida seis meses antes. Nunca un golpe de Estado fue tan anunciado y organizado como este, que la historia establecería como el último. En 1983 terminarían 53 años de inestabilidad política, y este es sin duda el mayor logro de la Argentina en estos últimos cincuenta años. Vale destacar que hoy solo un tercio de los argentinos vivos hemos nacido antes de la restauración de las instituciones democráticas
La ausencia de soluciones desde la política
La responsabilidad de los partidos políticos en la crisis desatada a fines de 1975 fue evidente y palmaria. El intento de reemplazar a la presidente por el titular provisional del Senado, Ítalo Argentino Luder a través de una licencia médica fracasó. Lo curioso es que la enferma fue enviada a Ascochinga a descansar junto a las esposas de Videla, de Massera y de Fautario en septiembre de 1975. El intento de juicio político contra Isabel también naufragó en negociaciones estériles. Nadie quería hacerse cargo del costo de deponer legalmente a quien llevaba el apellido del líder muerto en 1974.
Ya con el golpe en ciernes, el periodismo preguntó al líder de la principal oposición, el radical Ricardo Balbín, qué caminos para resolver la crisis existían, y con sinceridad brutal contestó: "A las elecciones con muletas", esperanzado en llegar a noviembre de 1976, fecha en la que podían celebrarse las elecciones presidenciales bajo el estatuto que habían establecido los militares en 1972, que curiosamente nunca había sido derogado a pesar de haber sido una reforma constitucional encubierta. Es imprescindible destacar que al momento del golpe solo faltaban ocho meses para el acto electoral.
Pero el dramatismo del momento lo marcan los bruscos cambios en las posiciones políticas. El 16 de marzo el mismo Balbín diría por cadena nacional: "Argentinos de todos los rincones, civiles de todos los lugares, militares de todo el país, brigadieres y marinos, ¿para qué llegar a los últimos cinco minutos? ¿Por qué no estamos conjugando la ilusión de aquel poeta? Se acerca el angustiado, el enfermo, el desprotegido, todos los incurables que tienen cura cinco minutos antes de la muerte. Desearía que los argentinos, hoy, no empezáramos a hacer la cuenta de los últimos cinco minutos". La realidad iba a desmentirlo. A los ocho días sería derrocado el orden constitucional, empezando por quien lo encabezaba: María Estela Martínez de Perón. Como testimonio del fracaso de la política, varios legisladores nacionales habían vaciado sus despachos del Congreso Nacional, convencidos que nada quedaba por hacer. Esa defección estableció el precio que toda la Argentina pagaría.
Los hechos del 24 de marzo de 1976
El 24 de marzo se inició un período al que pomposamente se llamó Proceso de Reorganización Nacional. El titular de un diario vespertino de tirada nacional rezaba el día anterior: "Todo está dicho". Comenzaba un tiempo que ni los protagonistas pudieron prever. Una larga vigilia tuvo lugar en la noche del 23 de marzo. La presidente Martínez de Perón permanecía en la Casa Rosada pasada la medianoche con algunos pocos colaboradores, entre ellos Julio González, secretario Legal y Técnico de la Presidencia desde el 25 de mayo de 1973, testigo de esos tiempos borrascosos y quien siempre aludió al sentido de responsabilidad de Isabelita, paralela a su falta de condiciones para el cargo. Quien esto escribe tuvo el gusto de compartir algunas charlas con González, un hombre leal y cabal.
Un hecho poco recordado es que el jefe del regimiento de Granaderos a Caballo, con la responsabilidad de custodia de la primera mandataria, se negó a que el derrocamiento fuera en la propia Casa de Gobierno, ya que su juramento lo obligaba a defenderla. En la Plaza de Mayo unos cincuenta seguidores gritaban "Isabelita" en apoyo de la mandataria ya en retirada. Fueron los últimos fieles. La decisión del granadero obligó a los complotados a armar un operativo fuera de la sede presidencial para tomar el poder político del Estado.
Cuando a las dos de la mañana el helicóptero presidencial dejó la Casa Rosada llevando a la presidente y a González hacia la residencia presidencial de Olivos, el piloto fue obligado a desviar su curso rumbo al Aeroparque, donde se produjo efectivamente el derrocamiento y la detención de Isabel. En ese dramático momento, protagonizado por oficiales de las tres fuerzas, el general José Villarreal le impuso que "las Fuerzas Armadas han decidido tomar el control político del país y usted queda arrestada", a lo que Martínez de Perón contestó preguntando si iban a fusilarla. Los militares le garantizaron su seguridad personal.
Quedan por relatar los episodios consecutivos del 24 de marzo de 1976 en adelante, que si Dios quiere el domingo próximo en estas páginas de El Liberal continuaremos haciendo. Es un buen tiempo para reflexionar si esté feriado no debería ser cambiado por el 10 de diciembre. Los pueblos grandes nunca recuerdan el inicio de las tragedias nacionales, sino su final. Las derrotas no son inspiradoras, las victorias sí.