Por Belén Cianferoni.
Crónica de una expedición a los maragatos Crónica de una expedición a los maragatos
A lo largo de mis crónicas, he recorrido sabores de todo tipo, simples y complejos, en búsqueda de poder disfrutar la belleza de la vida en una mordida. Me enamoré en el Mercado Armonía de un sánguche de milanesa, busqué en el lomito especial compartido el amor, mientras comía sfijas lloraba pensando en mis amados ancestros de Oriente, y hasta pude observar la conducta de quien come picadas... Al final del día, somos eso: un alma en búsqueda de combustible para soportar un día más. Un alma de una tribu, la tribu del fuego.
Mis caminos me llevaron esta vez a visitar y explorar la vida maravillosa y simple de los maragatos en Carmen de Patagones.
También te puede interesar:
Los maragatos fueron pobladores pioneros de los establecimientos coloniales de la Patagonia atlántica durante el siglo XVIII, fundando las poblaciones argentinas de Carmen de Patagones, Mercedes de Patagones (actual Viedma), Puerto San Julián y Puerto Deseado. Este amoroso apodo es como ellos han elegido denominarse, como la comarca de orgullosos maragatos.
Mientras viajaba, con las horas de ruta acumulándose, sentí ese pequeño golpecito de nostalgia y añoranza. Pensé para mis adentros: ¿Tendrán lomito en Carmen de Patagones? Una voz en mi cabeza me decía que, para este viaje, era mejor llevar el lomito en el corazón, pero no en la cabeza, porque me iba en busca de nuevos sabores y aventuras con aroma a sal marítima.
Fui a parar, más precisamente, a la tribu de los Figueroa-Goyenola: un maragato sonoro por adopción y una maragata de pura cepa con voz de sirena.
En lenguaje cotidiano: fui a pasar unos días a la casa de mi tío en Carmen de Patagones. Es lo mismo, pero como soy poeta, me gusta darle un rulo a lo que digo. Se demora, sí, pero se vive mejor.
Los sabores de este hermoso lugar explotan en mariscos, con salsas y sin salsa. Tuve el placer de presenciar una pseudo competencia amistosa de cocción de paella y cazuelas, en la que, sinceramente, arrasó mi tío con la copa a la mejor paella que he comido.
Mis días en Carmen fueron pacíficos y aprendí mucho de Santiago y de mí misma a la distancia. Mientras cruzaba el puente que une Carmen con Viedma, me sorprendió su parecido estructural con otro puente que conocía. Hasta que mis tíos, con toda la dulzura del mundo, me aclararon que es el mismo puente. Me sorprendí y les pregunté cómo era posible. Me contaron que este puente ferroviario está compuesto con tramos del puente carretero santiagueño, con la diferencia de que aquí tiene extensiones que lo hacen levadizo.
Carmen tiene los sabores del mar y de la pampa. Degusté sorrentinos de cordero, cordero en distintas formas, y hasta me bañé en las aguas de sus maravillosas playas.
Para quienes buscan un lugar maravilloso para vacacionar en un mar calmo y tranquilo, el balneario El Cóndor es una opción para disfrutar del mar desde el sur patagónico.
Pasé un tiempo pensando en todo lo que une a este pueblo con el mío, y es, simplemente, el amor de ser hermanos. Ellos son la tribu del mar, del frío, los maragatos que habitan pacíficamente la costa, como gentiles elfos y sirenas que cuidan con toda la rigurosidad posible su ecología.
Triste fue enterarme de que la ciudad aledaña, tan unida al sur, Bahía Blanca, está bajo el agua.
Somos hermanos, somos familia, todos, no importa dónde estemos. Y es nuestra misión en el mundo cuidar este hermoso país y también cuidarnos los unos a los otros.
Esta oración, con agüita del río Dulce, va para toda la Patagonia. Y una feliz lucha para todas las mujeres que, día a día, siguen en el trabajo de mover el país con cariño y fe.