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EL LIBERAL . Viceversa

De lunáticos y fútbol

Cuentos de Ricardo Aznárez.

16/02/2025 06:00 Viceversa
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De lunáticos y fútbol De lunáticos y fútbol

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—"EL DIRE" había dicho que desde aquel sábado íbamos a jugar a la pelota con unos amigos de él que son doctores también, ingenieros y que sé yo qué más. ¿Lindo, qué no?

—Cierto qkkq, bueno qkkq —dijo Andrada haciendo ruido como de hacer chanchito con la garganta— eso nos va a venir bien.

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—Y vinieron no más, la verdad: ¡qué lindo che!, gente educada, pituca, algunos con apellido gringo como coboies. Jugábamos todos los sábados. Nosotros desde la mañana nos cambiábamos para gimnasia y esperábamos. Era el único día en que la cancha era un lugar feliz, porque normalmente era donde íbamos a llorar si no queríamos que nos vieran.

»Siempre llegaban de a uno y nosotros desde el desayuno los estábamos esperando alrededor de la cancha, todos de pantalones cortos, aunque no jugáramos, porque ellos la verdad es que jugaban mejor que nosotros, pero por suerte, buena gente, porque no jugaban contra nosotros, ¡te imaginas nos hubieran goleado!

»Armaban e iban eligiéndonos después de una pisadita, igual que hacíamos nosotros siempre y armaban once y once (aunque la cancha del loquero era más chica), porque así nos cansábamos menos.

»Después del partido hacíamos un tercer tiempo como decían ellos y tomaban cerveza, nosotros coca no más, por las pastillas como nos dijo el director, y algunas veces asado.

—Qkkq qkkq, cierto qkkq —dijo Andrada, lindo era.

—Después de unos partidos, cosa de "el Dire", nos dijo un día que les jugáramos nosotros contra ellos, que nos animáramos, y tomá vos que vamos y les ganamos 2 a 1, con lo justo les ganamos, y nos dimos una flor de vuelta olímpica.

»"El Dire" estaba chocho, ¡grande "el Dire"!, se ve que nos había visto buenos en los picados con los doctores y le pareció que les jugáramos y chocho "el Dire" nos abrazaba, y muchos de los doctores también.

»Hace poco, aquí, alguien lo deschavó a "el Dire".

«Jerecito, ese del pabellón 3 que lo tienen tumbado siempre, había sido bueno para el fútbol, y "el Dire" lo desempastilló desde un jueves hasta un sábado y el Jerecito aguantó sin quilombos y se mandó un gol, y ahí fue cuando nos dijo que les jugáramos nosotros contra ellos.

—No te puedo creer —dijo Juárez pasándole el mate a Andrada.

—Qkkq, tá bueno —dijo Andrada

—Y ahí viene la cosa, que los amigos de "el Dire ya no andaban con cara de buenos ni de caritativos.

—Qkkq, qwwq, recalientes andaban —dijo Andrada, meta putiarse en cuanto les metíamos un gol.

—Y ahí fue la pelea de los dos hermanos esos, doctores los dos, gringos, con un nombre de coboy como de dueño de cantina de las películas, uno grandote y culón de bigotes grandes y el otro de barba y lentes, como de muy lector. Se enojaron mucho ese día. Estábamos por empezar el partido, nosotros en nuestro campo y ellos en el de ellos y ahí empezaron; yo creo que se pelearon porque los dos querían jugar de diez. Se puteaban fiero, (menos a la madre porque era la misma), pero mal, y se empezaron a empujar y ahí se metieron los otros.

»Nosotros los locos, digo los locales, quietitos en nuestra media cancha esperando que la terminen, y nada che.

—Che locos, cortenlá —dijo uno de ellos. "Locos" les dijo, y paz nomás y como son doctores los dejan sueltos.

—Y puteada va y puteada viene, qué no uno de ellos, lo manda a la mierda al grandote culón de los hermanos, al que le dicen "Pavo Alfredo", porque es parecido a ese de las revistas del Pato Donald.

—¿Ah sií?, me voy a la mierda, pero me llevo la pelota que es mía —dijo el dicho "Pavo Alfredo", subiéndose a su Fiat 600 y saliendo a los pedos por el medio del campo de juego de los visitantes.

—Cuando el Fitito pasó levantando polvareda a través del arco, (cancha sin pasto y arco sin red) con el grandote y "la pelota adentro", todos los locales saltamos y comenzamos a gritar:

»¡¡¡GOOOOOOOOOOOOOOL… gooooool!!!; y ahí nomás el árbitro que era uno de los nuestros tocó el silbato señalando la mitad de la cancha, y los changos nuestros que no jugaban tiraron papelitos que empezaron a caer junto con la tierra que había levantado el Fitito.

—Para mí que les ha dado vergüenza ajena por eso no han vuelto a jugar —dijo uno devolviendo el mate al enfermero que era el que cebaba.

—Pobre Jerecito —dijo otro—, ahora no lo van a desempastillar más.

—Buen chango el Negro Noriega, "el Dire" —dijo el enfermero.

—Lástima los pelotudos de amigos que tiene —dijo otro.

—Nombre de revólver tienen los dos, no de cantina, qkkq —dijo Andrada, y después chupó el mate hasta hacer ruido, frente a una hoguera de hojas de eucaliptos, una tarde de invierno al costado de la cancha de fútbol en el hospital Neuropsiquiátrico, después de ningún partido.

Sabbat

DICEN qUE mis padres no son mis padres, se los han llevado presos; ¡estoy aterrado! Dicen los amigos de mis padres que fue otra época, que ellos me amaban desde antes de que yo naciera, que me deseaban… Dicen que mis padres no son mis padres verdaderos. Dicen que mis padres están muertos. Dicen que mis actuales padres son de los que han matado a mis padres. Ahora tengo un nuevo apellido, un nuevo nombre, otros familiares que no quiero ver. Mi nuevo apellido es Levy, no quiero saber de mis nuevos parientes, no quiero nada, no quiero oír, no quiero ver, no quiero sentir. Estoy cuidado en un lugar estatal y solo quiero leer, como siempre. He pedido ir a bibliotecas, he leído diarios de ahora y de otras épocas y libros, varios libros.

Así, solo como estoy, todo ha coincidido para que siga amando bañarme los viernes a la tarde y sentir que empieza el mejor día de la semana y que busque siempre, aunque no sea nueva, ponerme una camisa limpia. Vivo esa noche de los viernes con intensidad, y el sábado con su sol radiante o con su nublado de Buenos Aires invitando a dormir, o al cine Los Ángeles a ver Walt Disney con mi abuela, que dicen que ya no es mi abuela.

Pausa

HABíA PESCADO todo el día para otros, había acomodado el campamento de los pescadores, y volvió a la orilla del Río Dulce, en Santiago, cerca de Villanueva.

La ribera era alta, como a cuatro metros del agua y el boliche estaba casi en la barranca. Era chico; entre la puerta y el mostrador había menos de dos metros y atrás las amadas y multicolores botellas en la estantería.

—Una ginebra —pidió y tomó.

—Otra —dijo, y ahí recién empezó a pensar, a sentir, a estar en el lugar perfecto.

Podría haber ocurrido en una taberna igual del Yukón, con whiskey en lugar de ginebra, mucha nieve, y una bolsa de pepitas de oro en lugar de la libreta y la confianza del bolichero. En la segunda copa, descubrió al hombre borracho, que acodado en el mismo mostrador empezó a contar las

infidelidades de su mujer.

En la tercera copa, reparó en la mujer que cocinaba en un rincón, en sus piernas y en la armonía de sus pechos y glúteos.

En la cuarta copa, no ignoró que ella lo miraba.

En la quinta copa, alguien llamado Jack London soñó esto, pero no llegó a escribirlo.

Viaje

QUIzÁS VIAJE sea, apoyar el mate en el capó de la camioneta y abrazarnos a él como abrazando al motor por habernos llevado hasta ahí; y si llueve, abrir la compuerta de la cúpula y resguardándonos de la lluvia y no del viento que nos acaricia y casi nos perfuma con los aromas de la sierra, como si fuera la compuerta de atrás de una vieja y sólida carreta del virreinato y cebarnos unos mates con tortilla; o contemplar el verde de la cuesta del Portezuelo, con tonos amarillos, grises, u oscuros según el sol; o el rojo marrón mineral, de San Antonio de los Cobres o de Humahuaca; o ver al Ancasti desde una galería de Guayamba; o atravesar el paso de San Francisco con su Laguna Verde, con esa paz de la altura, de la soledad de Dios y nosotros, presintiéndonos; o el nido de una carpa, o una pensión con sábanas suaves limpias y secas esperándonos, y si estamos mojados por la lluvia, un boliche de pueblo serrano, con mate cocido y algo fuerte para el espíritu, o quizás viaje, sea un cielo argentino celeste y blanco para amar y para amarnos.

BIO DE RICARDO AZNÁREZ

Ricardo Aznarez vive en Santiago del Estero, escribe y ejerce la medicina. Está casado desde 1981 y tiene 4 hijos y 6 nietas. Cursó su escuela secundaria en el Liceo Militar Gral. Paz de Córdoba. Allí participó en la revista Stuck, publicación interna de humor gráfico. En esa época escribió sus primeros cuentos y artículos. Egresó en 1973 como bachiller y subteniente de la Reserva Estudio. Fue movilizado al Ejército en 1978 por el conflicto con Chile y en 1982 por la Guerra de las Malvinas, aunque no estuvo en el frente bélico. Sus vivencias de esa época se plasmaron en algunos cuentos. Su libro TORNILLOS Y OTROS CUENTOS fue publicado en 1997 por Barco Edita y fue antologado por el Dr. José Andrés Rivas; otros cuentos suyos fueron publicados en Poesía joven y relatos de Navidad por la Municipalidad de Santiago del Estero en 1988; Cuentos de la Ciudad Vieja, 1997; Cuentistas Argentinos de Fin de Siglo. Tomo 2 de Editorial Vinciguerra en 1997. entre otros. 

Desde 2009 es académico de número de la Academia de Ciencias y Artes de Santiago del Estero y desde 2019 hasta la actualidad se desempeña como profesor adjunto a cargo de la asignatura Clínica Ginecológica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Unse.

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