Por Belén Cianferoni.
Crónicas de las uñas encarnadas Crónicas de las uñas encarnadas
Tengo una relación inexistente con mis uñas de los pies. Nací sin uñas y, de a poco, fueron creciendo. De vez en cuando, mes por medio, deciden encarnarse y mandarme una señal de dolor. "Alto ahí, o nos mirás, o la cosa se pone fea". Así, intentando salvarme del dolor, conocí a una persona importante en mi vida: mi podóloga.
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Me acompaña desde hace un tiempo Romina, y hasta mi familia terminó usando sus servicios de vez en cuando. Por eso, Romina me regaló un hallazgo sobre esa relación dormida con mis pies: tengo la misma forma de uña que mis familiares, por eso caminamos parecido y se genera ese pequeño dolorcito.
Tenemos un doblete curvo en la unión de la uña con la piel, que cuando crece, se encarna. Y, por lo que ella vio, es algo familiar.
Recordé a mi papá con sus cortes de uñas: él siempre sufría de eso. Mi abuela también. Y de pronto fui uniendo el rompecabezas de los dedos de los pies de mi familia.
Mi cuerpo recuerda a cada miembro de mi familia, no importa lo lejos que estemos unos de otros. El negro de mi pelo es el color de la familia de mi madre. La forma musicalmente crujiente de mis huesos es una unión entre hermanos. Hacemos ruido cuando caminamos.
Me quedé pensando en todo lo que tengo en mi cuerpo y en cómo hasta lo más mínimo justifica quién soy y quién seré. Cómo algo tan pequeño como una uña encarnada puede darme indicios de lo que sintieron mis ancestros al desplazarse.
Seguramente mi cerebro, que domina mi ser, poco a poco vaya olvidando caras y nombres, pero mi sangre y la historia de la gestación de mi cuerpo no se olvidan de nadie. Ni siquiera de tíos o tías que no conocí.
Este omóplato es de alguien, mi columna perteneció a otro. Pensaba conocerme, pero ahora me siento una extraña.
¿Qué busco en la casa de mi cuerpo si no conozco a las personas que habitan ahí?
Estas manos, con sus dedos largos y grandes, siento que son de mi abuelita, y cada vez que me lavo el pelo, ella me acaricia en cada enjuague del shampoo.
Eso también explicaría por qué soy tan bruta al hacerme un peinado o una colita.
Fui más lejos: entonces, estas cuerdas vocales, con su voz y sus palabras, ¿son verdaderamente mías?
Me quedé pensando en mis opiniones, en mi experiencia y en mis enojos, que a veces son la uña encarnada de mi personalidad. ¿Qué tan mías son mis palabras y mi visión de la vida, cuando hasta una uña afecta mi forma de ser?
Romina Oviedo me regaló, sin saberlo, una pequeña fortuna escondida en la forma de una de las partes más pequeñas de mi cuerpo.
El amor no se olvida. Queda pegado en todo el cuerpo toda la vida, camina con nosotros. Solo tenemos que prestarle atención.