Un cuento de Guillermo Zimmermann.
El SITIO (o: incrustado en una bestia) El SITIO (o: incrustado en una bestia)
Otro ruido. Realizó el movimiento para cerrar la puerta pero un extraño embolsamiento de aire le indicó que algo no estaba bien y fue casi un reflejo, porque la madera ya se había encastrado en el marco pero el pestillo aún no se había insertado, que sin soltar el pomo en ningún momento volviera a abrirla. El paso ya no existía tras ella. En vez de una abertura al living central (el cual diera hacia la derecha a la puerta cancel por la que se entraba desde el zaguán, y a la izquierda se continuara en un largo pasillo hasta la puerta de roble); se levantaba una pared musgosa y derruida, de ladrillos deformes. Acaso mucho tiempo atrás hubieran tenido revoque entre y sobre ellos pero ahora los cubría un polvo húmedo y oscuro. Una telaraña todavía ondulaba, aspirada por la súbita descompresión. Cubría casi un tercio del marco. La arañita huyó asustada, incapaz de soportar aire nuevo.
?Que que es esto cómo puede ?dijo él tartamudeando un poco? cómo puede
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?Vamos, vamos, termina de cerrar esa puerta ya no tiene ningún sentido y esa pared tan antigua humedecería pronto el ambiente ?le interrumpió ella mientras dejaba de tejer. Deslizó el índice en silencio pero moviendo los labios; susurrando para sí cuántos puntos contaba.
Pero él pensaba en la lejana puerta de roble, en la seguridad que creyó conquistar al cerrarla, algunas semanas atrás. Lo dominó el pánico.
?¿¡No te das cuenta!? ¡No podemos salir, Irene!¡Y aquí en tu dormitorio no tenemos nada, nada de lo que hace falta para vivir! ?gritó entre nerviosos ademanes. Varias veces hizo el ademán de tocar la pared frente a sí pero nunca lo hizo?. Deberíamos gritar. ¡Oh Dios santo, deberíamos gritar, llamar hacia esos ruidos tal vez fueran pasos que !
?Hierros de la fábrica, eso fueron. Y poco más encontrarías tras ese muro. Calderas, polvo, acaso más paredes. Pero ninguna casa, ya no.
Él guardó silencio un instante. Por alguna extraña razón, no podía dudar de lo que su hermana le decía. En vez de pedirle explicaciones insistió con su propuesta de gritar, de pedir socorro. Entonces habría obreros, argumentó; o visitantes, o alguien que pudiera escuchar. Lo importante era salir, escapar hacia alguna parte. Ella guardó sus agujas con parsimonia. Una punta se escapó por la rotosa costura de la canastilla.
?Sería inútil, Julio, no hay nadie allí. Los ruidos serán de hierros que se desmoronan. O de revoque que se desprende. Cae agua sobre ellos desde siempre. ¿No lo recuerdas?
?¿Recordarlo?
? Desde siempre, sin detenerse. Agua oscura y contaminada que poco a poco, como un ejército de hormigas, fue llevándose la fábrica consigo. Desde que éramos niños y veníamos a jugar aquí. ¿Lo recuerdas ahora? Sí, veo que estás recordando, Julio.
?Yo no no lo sé
?¿No lo sabes? Pues deberías. Porque eras tú quien me traía por aquí. Donde los mayores no pudieran vernos.
?¡Pero no lo sé!¡Somos viejos ya, y toda mi vida fue dedicada a nosotros! ¡Me ocupé de cuidarte y atenderte; no de recordar! Limpiamos la casa durante décadas, Irene. ¿Qué otra cosa quieres que recuerde además de eso, si nosotros nunca pensamos?
? Julio
?Limpiamos y limpiamos, con agua jabonosa, mucho más limpia que la de la fábrica.
?¡Que la de ésta fábrica, Julio! porque yo siempre me quedé aquí, donde me dejaste. No importa que un cuerpo de niña se rencontrara contigo esa tarde o esa noche, cuando finalmente regresaste. Ni que envejeciera a tu lado dejándose cuidar. Para mí no hubo nunca ningún después de aquél entonces. Y mira, Julio, mira lo que son las cosas ?dijo levantándose lentamente de la mecedora y abrazando la canastilla contra su pecho sin dejar de mirarlo?. Lo que son las cosas
? por favor hermana, detente. Ya han pasado demasiados años.
?Para mí nunca, acéptalo de una vez ?dijo caminando hacia la puerta?. Ni esas mañanas inútiles limpiando los pisos ni tampoco esas tardes largas, innumerables e idénticas, yo tejiendo a tu lado mientras leías. Sólo pasó que una casa enorme se hizo chiquita, Julio. Eso sí pasó. Que cerró tanto sus puertas desde adentro que tal vez ya no sea más que un punto. De esos que se miran para siempre, sin pestañear.
?Con ojos vidriosos y fijos.
?De niña flotante. De las que escuchan en el agua turbia susurros como de conversación. Y también que rozan despacio, con la cabeza, el metal de los bordes. ¿Sabes cómo se escucha ese roce? Como el volcar de sillas sobre la alfombra. Interminablemente. Interminablemente.
?Una niña arrojada en un tanque por vergüenza.
?Por cobardía.
Fue acercándose a donde estaba, pero sólo porque se encaminaba lentamente hacia la puerta que él mantenía abierta, como si estuviera dándole paso. Se detuvo un instante y lo miró con infinita ternura y perdón.
?Hice lo que pude, Julio. Todo lo que estuvo a mi alcance. Quise permitirte algo que sea casi parecido a una vida. Intenté protegerte del remordimiento y también ocultarte de la locura; pero ya ves, hermano ya ves cómo fracasé en lo último.
?¿Estoy estoy vivo entonces, Irene?
?Eres lo único ?dijo, y atravesó suavemente la añosa pared.