Por Roy Hora.
¿Cómo enfrentar las tentaciones autoritarias de la Casa Rosada? ¿Cómo enfrentar las tentaciones autoritarias de la Casa Rosada?
El sábado pasado, entre el Congreso y la Plaza de Mayo, una multitudinaria concentración alzó la voz contra los costados más reaccionarios del gobierno de Javier Milei. La Marcha del Orgullo Antifascista y Antirracista LGBTQI+, replicada con éxito en muchas ciudades del país, fue una saludable respuesta al discurso que el presidente había ofrecido el 23 de enero, en el Foro de Davos.
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En ese reducto dominado por políticos y financistas de la elite global, Milei lanzó una violenta diatriba contra los ideales que deben inspirar la vida y la política pública en una nación liberal. Insistió en la asociación de la homosexualidad con la anormalidad y el delito, manifestó su rechazo a las nuevas formas que hoy adoptan las familias, negó las desigualdades de género. Todo dicho sin ningún atisbo de empatía, respeto o compasión por los que, desafiando viejas imposiciones patriarcales, buscan su propio camino.
Se trata de un discurso conocido. Repetido desde una tribuna como el Foro Económico Mundial, la voz presidencial cobra mayor significación. Hace temer que sus toscos prejuicios, a los que sólo pueden adherir sinceramente personas poco educadas o cegadas por la ideología, acentuarán formas muy nocivas de discriminación en terrenos como la administración de justicia, la educación y la salud pública.
Esta agresión no sólo daña a los grupos que estigmatiza. Cuando el Estado promueve una visión normativa y autoritaria de lo que es aceptable y de lo que no lo es causa un daño colectivo. Si ciertas formas de vida sólo pueden expresarse "de las puertas de la casa para adentro" (como propuso, componedor, el jefe de gabinete), es la sociedad toda la que se degrada, forzada a desenvolverse en un entorno más represivo y más gris.
Milei parece no ver contradicción entre sus ideas anti-liberales y su papel de paladín de la libertad. Pero este enorme retroceso conceptual debería ofender a quienes se dicen liberales y que, convencidos de que la reforma económica justifica estos horrores, guardan silencio. Singularidades de nuestro pobre liberalismo.
Del otro lado de la cerca política, el sermón reaccionario del presidente hizo que muchos pensaran que la amenaza fascista está a las puertas de la ciudad. De hecho, esta noción, que evoca el momento más oscuro del siglo XX en Occidente, no sólo dio nombre a la marcha del 1F sino que fue moneda corriente en las arengas de dirigentes e intelectuales, en las conversaciones en la plaza y las redes sociales.
Apelar a la idea de mal radical permite movilizar voluntades ante una amenaza percibida como un desafío existencial. En las circunstancias actuales, sin embargo, invocar el peligro fascista también revela dificultades para comprender los dilemas del presente.
No es la primera vez que sucede. En 1945, muchos vieron al coronel Perón a la luz del gran conflicto que entonces dividía a Europa y concluyeron que acá también se libraba una batalla entre fascismo y democracia. Ese error histórico abrió una brecha insalvable entre la reforma social y la democracia política que tardó décadas en cerrase.
A diferencia de Mussolini y Hitler, Perón no tomó el poder tras una marcha sobre Roma o desmontando y destruyendo el orden constitucional. Y lo mismo cabe decir de Milei. El outsider libertario resultó victorioso en unas elecciones en las que supo interpretar, mejor que sus rivales, demandas perentorias de una ciudadanía hastiada.
Milei es la expresión de la decepción con todas las grandes apuestas que hizo nuestra elite política en el siglo XXI y del hondo malestar que recorre a un país golpeado por más de una década de retroceso económico y alta inflación.
La sociedad argentina tiene importantes sectores conservadores, pero sus grupos reaccionarios y antidemocráticos son minoritarios. No hay allí base alguna para una política fascista, cualquiera sea la manera de definir lo que esto significa. Antes que la encarnación local de una ideología que siempre fue extraña a nuestras tradiciones cívicas, Milei es el resultado de las cegueras y miserias de la elite política.
Hoy nos gobierna porque persistimos demasiado tiempo por el camino de una economía cerrada y sobre-regulada, con un nivel de gasto público infinanciable, para peor asignado de manera deficiente. Con este lastre, la elite dirigente no pudo asegurar ni crecimiento genuino ni estabilidad, y traicionó los legítimos y razonables deseos de progreso del ciudadano de a pie. Y fue castigada por ello.
El abuso del término fascismo, u otros equivalentes (como neoliberal) que también colocan todo el problema en el campo enemigo, reflejan dificultades para entender lo nuevo y, sobre todo, incapacidad para aceptar las razones por las cuales medio país acompaña al gobierno. Y pone de relieve la orfandad de ideas y propuestas que campea en la oposición.
Las tentaciones autoritarias de la Casa Rosada deben ser denunciadas y combatidas. La marcha del 1F mostró que nuestra sociedad posee recursos para ello. Como sucedió con la movilización universitaria de abril de 2024, el gobierno no tendrá más remedio que aprender la lección y asimilar el golpe.
La oposición tiene otra lección que aprender. De iniciativas que impugnan los aspectos más deplorables del modelo de sociedad que propone Milei pero que prefieren no interrogarse sobre la gran verdad que desnuda su llegada al poder que no puede haber mejora del bienestar si no se crean a la vez las condiciones para un crecimiento económico sustentable no surgirá una alternativa mejor.
Sería injusto exigirles a las víctimas directas de tanta agresión que piensen en estos términos. Pero la dirigencia política, sobre todo si quiere ser protagonista de un verdadero renacimiento nacional que deje atrás esta noche de oscuridad y vergüenza, tiene la obligación de hacerlo.