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EL LIBERAL . Viceversa

Los objetos en la vida cotidiana. Notas para una sociología mecánica

Alberto Tasso 

19/01/2025 06:00 Viceversa
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Los objetos en la vida cotidiana. Notas para una sociología mecánica Los objetos en la vida cotidiana. Notas para una sociología mecánica

Puede parecer excesivo el adjetivo 'mecánica' aplicado a una ciencia que se ocupa de las relaciones sociales. Sin embargo recuerdo que ya en sus primeros trabajos el pensador francés Augusto Comte llamó "física social" a esta nueva disciplina. 

Su idea me dio pie para pensar que el mundo, en tanto entidad física, está poblado de sujetos y objetos que se relacionan unos con otros. Por lo tanto, así como hay vínculos entre los humanos –las relaciones sociales propiamente dichas-, también los hay entre los humanos y las cosas. 

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Estos son los que me interesan, especialmente desde que me pregunté: ¿qué hacemos a lo largo del día? En nuestras horas de vigilia, es decir cuando estamos despiertos ¿a qué actividades nos dedicamos?

En mi caso, concluí que paso más tiempo interactuando con objetos que con un 'otro' real, de carne y hueso. El maestro José Ortega y Gasset me ayudó a ver que ese era yo, y esa mi circunstancia: un hombre de la tercera edad que vive solo y pasa la mayor parte del día en mi casa.

Imaginé la pregunta de un/a posible encuestador/a: ¿podría describirme un día común de su vida? Al contarle cuales son mis rutinas como fuesen una representación teatral comenzaron a tomar fuerza los personajes de la escena. Camisa, pantalón, cinturón y botines hablaban por sí mismos. Cada uno tenía su pequeña historia de compras, herencias o regalos. 

Ya en pie, apago el ventilador, que no dejó de hablar toda la noche; antes de dormirme escuché algo de los argonautas y luego un periodista deportivo que hablaba rápido.

El ritual del baño y sus artefactos es harto conocido y no por eso menos trascendente. Lavarse la cara es acto iniciático, una suerte de bautismo diario posible gracias a la canilla y el sistema de agua corriente. El chorro de agua también habla.

Desayunar supone ir a la cocina y hacer operaciones conocidas que involucran muchos protagonistas, cada uno/a con su rol específico: pava eléctrica, cucharita, colador, taza, sartén, cocina y fósforos hacen lo suyo, pero nada serían sin agua, café, azúcar, aceite y un huevo de gallina para fritar (sic). Todo esto nos habla de un complejo productivo que incluye agro e industria, vida vegetal, animal y mineral.  

Mientras tomo el café la radio me cuenta las noticias del día, las que prefiere el noticiero. Cualquiera sea, la dicen voces humanas, de aquí o allá, que me llegan a través de microondas que conectan sociedades de todo el planeta.

Cuando me siento ante la compu para iniciar la jornada de trabajo, una red de este tipo me permite conectarme a Internet, ver mi correspondencia en el correo electrónico o en al whatt, conocer las últimas catástrofes, escuchar una clase de Enrique Dussel o ver una escena de Woody Allen.

En resumen, antes de recibir la primera visita humana me he pasado cuatro horas dialogando con los objetos que me rodean y ayudan. Algunos son instrumentos que debo empuñar, como el cuchillo o el bastón, y otros son máquinas, más o menos complejas, que se desempeñan como robots a mi servicio. 

Pero tras el confort y la satisfacción que me proporcionan surge una comprobación inquietante, la de que soy yo quien está al servicio de las cosas. Y de acuerdo a las tendencias observadas lo estaré cada día más, ya que el mundo de los objetos no deja de crecer, es como una galaxia en expansión. 

En su libro No-cosas, el filósofo coreano Byung-Chul Han coloca a la pantalla y la digitalización como ejemplos de la actual revolución tecnológica. Según dice, las imágenes desplazan a las cosas y las hacen desparecer. No es difícil ver que lo virtual es distinto de lo real.

Yendo hacia atrás nos encontramos con el mito de la caverna, que Platón toma como metáfora de la sociedad: encadenados al conocimiento falso de la Doxa (opinión, en griego), los hombres solo ven las sombras de lo que sucede afuera. Cuando uno de ellos logra salir y ve por primera vez las cosas, no sus sombras, regresa y lo cuenta a sus compañeros de cautiverio, que no solo no le creen sino que amenazan matarlo.

No está de más revisar nuestra relación con los objetos, serviciales pero esclavizantes que nos mantienen entretenidos en nuestra casa, esa caverna desde la que vemos las sombras de lo que sucede. 

La pregunta es ¿podemos liberarnos de las cadenas de la creciente robotización? Claro que sí, responde mi optimismo. Luego de servirle la comida a mi gata Dominga, abro la puerta de mi casa y salgo al patio. Veo cuánto ha crecido este mes el retoño de mistol, mido el espacio de la huerta. Luego camino hasta la plaza –el ágora- y converso con niños, jóvenes y ancianos. 

Al regresar ya tengo el tema para mi próxima nota: pasaré de la sociología mecánica a la sociología de la liberación, que pasa por reconstruir el lazo humano, amenazado por una cultura destructiva de la vida.  

 

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