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EL LIBERAL . Santiago

Los Cardenales argentinos 90 años de la vida de la iglesia en el país (Primera Parte)

Por Eduardo Lazzari. Historiador.

29/12/2024 06:00 Santiago
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Los Cardenales argentinos 90 años de la vida de la iglesia en el país (Primera Parte) Los Cardenales argentinos 90 años de la vida de la iglesia en el país (Primera Parte)

La Iglesia Católica en la Argentina, que ha acompañado desde los tiempos de la llegada de los españoles, allá por 1516 con Juan Díaz de Solís, la vida de los pueblos es una historia que no ha estado exenta de serios conflictos con el poder civil, tanto en los años de la cerrada alianza entre la Santa Sede y la corona de los Austria en primer término y de los Borbones en segundo lugar, como desde la Independencia. Desde 1810 podemos recordar el enfrentamiento entre el clero regalista y los curas revolucionarios, donde por su adhesión a la monarquía española el castigo a los obispos fue severísimo aunque ocultado generalmente en el relato histórico. 

Sólo basta recordar que el arzobispo de Charcas y metropolitano del virreinato del Río de la Plata Benito Moxó y Fráncoli murió en cautiverio en Salta en abril de 1816; o la dudosa muerte del obispo de Buenos Aires Benito Lué y Riega en marzo de 1812; así como las distintas prisiones que sufrió el obispo cordobés Rodrigo de Orellana, hasta que logró huir hacia la península ibérica en 1818; y el caso del obispo salteño Nicolás Videla del Pino, quien fuera prisionero del Ejército del Norte y que murió en Buenos Aires en marzo de 1819 luego que el Congreso General Constituyente de 1816 le impidiera ejercer su poder en la jurisdicción eclesiástica. Luego, por décadas en el país no hubo obispos titulares de diócesis.

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La discusión entre liberales y católicos en las décadas de 1870 y 1880 también fueron violentas, pero el papel de los clérigos fue bastante limitado a la expresión de sus ideas desde el púlpito, aunque algunos prelados y sacerdotes fueron diputados. En el siglo XX hubo dos momentos álgidos en la relación entre el poder civil y el eclesiástico, el uno por la provisión del arzobispado porteño en la presidencia de Marcelo T. de Alvear y el otro cuando se produjo el más violento enfrentamiento entre el Estado y la Iglesia en la Argentina durante 1955, en los últimos momentos de la presidencia de Juan Perón.

El aumento de la estructura eclesiástica desde las modestas 11 diócesis en 1900 hasta las 52 que existían en el país al momento de la realización del Concilio Ecuménico Vaticano II en 1965, más la creación de la Conferencia Episcopal Argentina, dieron a la Iglesia un poder más evidente, que se incrementó a su vez por la presencia de una camada de obispos que dieron un nuevo talante al protagonismo social de la institución religiosa. Entre ellos se destacó el prelado que es considerado por quien esto escribe como el más hábil político y el más astuto negociador que la Iglesia Argentina ha tenido en su historia: el arzobispo de Córdoba entre 1965 y 1998: el cardenal Raúl Francisco Primatesta. Dedicaremos hoy esta columna a un sacerdote ejemplar que marcó la vida del país y de la Iglesia durante un largo tiempo.

Raúl Francisco Primatesta

Su formación y su tarea como presbítero

Raúl Francisco Primatesta nació en el pueblo de Capilla del Señor, en el partido bonaerense de Exaltación de la Cruz el 14 de abril de 1919. Se vivían por entonces nuevos tiempos desde la asunción a la presidencia del radical Hipólito Yrigoyen. El seno de una familia humilde, con un padre constructor y una madre ama de casa, y un hogar de piedad religiosa fueron el caldo de cultivo para que se despertara en el joven Raúl una temprana vocación religiosa, que comenzaría con su ingreso a los 11 años al Seminario Menor de La Plata, por entonces cabeza eclesiástica de la provincia de Buenos Aires. 

Viaja más adelante a Roma para estudiar en la Pontificia Universidad Gregoriana, donde se licencia en teología, y más adelante en el Pontificio Instituto Bíblico, donde recibe sus títulos de grado en Sagrada Escritura. Es ordenado presbítero el 25 de octubre de 1942. Regresa al país y comienza su vida pastoral en La Plata, destinado a una iglesia en la ciudad de Quilmes, al mismo tiempo que asume tareas docentes en el Seminario Menor y luego en el Metropolitano. Va asumiendo nuevas responsabilidades y llega a ser rector de la alta casa de estudios eclesiásticos a principios de la década de 1950. 

Obispo y padre conciliar

El papa Pío XII lo nombra obispo titular de Tanais y auxiliar de La Plata el 14 de junio de 1957 con sólo 38 años, y es ordenado por el arzobispo platense Antonio Plaza en la gigantesca Catedral el 15 de agosto de ese año, en la fiesta de la Asunción de la Virgen María. Desde ese momento fue nombrado vicario general de la arquidiócesis, cargo que ocupó hasta que fue promovido como primer obispo de la recientemente creada diócesis de San Rafael en Mendoza el 12 de marzo de 1961. Su llegada a Cuyo fue apoteótica, siendo recibido por el arzobispo de Mendoza Alfonso Buteler, además de autoridades provinciales y locales. El 11 de noviembre celebró en la nueva Catedral de San Rafael Arcángel su primera misa como obispo titular. 

En aquella diócesis aún se lo recuerda afectuosamente y las primeras palabras que pronunció allí aún resuenan: "Mi lema es el que caracteriza a San Juan Bautista: Preparar los caminos del Señor. No se puede construir una sociedad sin acordarse de Dios". Además de su tarea pastoral, Primatesta participó de la Comisión Preparatoria del Concilio Vaticano II, del que participaría en las cuatro sesiones generales entre 1962 y 1965. En medio del Concilio y debido al violento enfrentamiento entre el arzobispo de Córdoba Ramón Castellano y el clero secular, hecho que provocó la renuncia del prelado por el desconocimiento a su autoridad, Primatesta fue promovido a la sede más antigua del país, Córdoba, el 16 de febrero de 1965. 

Arzobispo y Cardenal 

El ambiente religioso convulsionado de Córdoba fue el campo en el que se demostró la extraordinaria capacidad de comprensión y negociación del arzobispo Primatesta, un hombre joven de 45 años. Tuvo que enfrentar la desobediencia de algunos sacerdotes que se habían convertido en obreros y dejaron de vivir en las parroquias, incluso la toma de alguna iglesia, además del clima enrarecido en el ámbito sindical y político durante los finales del gobierno del presidente Arturo Illia y el gobernador Justo Páez Molina, derrocados por la llamada Revolución Argentina. 

Asistió a las primeras diez asambleas del Sínodo de los Obispos desde 1967, llegando a ser miembro permanente de la secretaría general de la magna reunión episcopal de todo el mundo. El papa Pablo VI lo creó cardenal presbítero de S. María Vergine Addolorata a Piazza Buenos Aires el 5 de marzo de 1973. Vale recordar que la iglesia argentina en Roma tiene ese título, hasta hoy sólo ocupado por argentinos. En 1980 fue nombrado presidente delegado del Sínodo reunido en el Vaticano.

Como arzobispo, tuvo que enfrentar los eventos del llamado "Cordobazo", una revuelta sindical apoyada por los estudiantes universitarios, además de algunos sacerdotes del Movimiento del Tercer Mundo. Fue inflexible en no tolerar la participación política directa o en actos violentos de sus sacerdotes, llegando al extremo de reducir a estado laical a algunos díscolos. Fue testigo privilegiado del convulso tiempo que vivió Córdoba durante toda la década de 1970, con episodios como el "Viborazo", el "Navarrazo" y el golpe militar de 1976.

Líder de la Iglesia y elector papal

Su actuación clara y firme lo fue destacando entre sus colegas mitrados, como Vicente Zazpe, Antonio Quarracino, Eduardo Pironio y Alberto Devoto, entre otros, quienes visualizaron en él un líder político natural para conducir el timón de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) en esos tiempos tormentosos. Fue elegido presidente de la Comisión Ejecutiva de la CEA en 1976, cargo que ocupó hasta 1982 y nuevamente entre 1985 y 1991. Hasta hoy ha sido el obispo que más tiempo ocupó ese cargo en la historia. 

   En 1978 participó, junto a los argentinos Juan Carlos Aramburu y Eduardo Pironio, de los cónclaves que eligieron papa a Juan Pablo I y Juan Pablo II. En 1979 asistió a la III Asamblea General del Episcopado Latinoamericano en Puebla, México, donde firmó el documento que marcó el devenir de la Iglesia durante más de dos décadas. Fue varias veces nombrado por el papa Juan Pablo II como delegado a los Congresos Eucarísticos nacionales en varios países de América del Sur. Durante su largo mandato, Primatesta ordenó como obispos a decenas de argentinos, destacándose entre ellos Cándido Rubiolo, Estanislao Karlic, José María Arancibia y Carlos Ñañez, quien sería años después su sucesor.

    Como demostración de su habilidad, cada vez que un conflicto amenaza con incrementarse, él ofrecía su mediación, y cuando la solución no aparecía con facilidad, el cardenal Primatesta se tomaba unos días de reflexión en alguna de las capillas coloniales de su jurisdicción para meditar, logrando además que bajara la ebullición de la circunstancia. Fueron siempre proverbiales sus modos austeros y su bajo perfil, incluso el tono de su voz era apacible. 

   Queda para el próximo domingo continuar con los aspectos mas mundanales del cardenal Raúl Francisco Primatesta: su rol como líder político de la Iglesia Argentina, su papel fundamental para evitar la guerra contra Chile en 1978 y su participación en la visita papal de Juan Pablo II en 1982, entre otros hechos destacables. Quiero desear a todos los lectores, los trabajadores y los directivos de "El Liberal" un muy feliz Año Nuevo y un próspero 2025 para todos. Que Dios lo quiera así. 

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