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El arte de la provocación

Jorge Elías

26/12/2024 12:56 Opinión
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El arte de la provocación El arte de la provocación

Delirios de magnate: comprarle Groenlandia a Dinamarca, recuperar el control del Canal de Panamá y, por si fuera poco, que Canadá se convierta en el Estado número 51 de Estados Unidos. Cualquiera diría que se trata de fake news si esos tres propósitos no hubieran sido formulados por Donald Trump, mentor de ese latiguillo contra todo aquello que no comulgara con su egolatría. El presidente electo cultiva como en su primer mandato el arte de la provocación. Una forma sencilla de hacer enemigos entre los amigos para negociar después una solución habitualmente rentable para sus intereses.

Trump nació en Queens, condado de Nueva York rodeado de islas. Su madre, Mary Anne MacLeod, vino al mundo en una isla. La de Lewis, en el norte de las Hébridas Exteriores, Escocia. No es extraño que, después de haber amasado su fortuna en el negocio inmobiliario, pretenda comprar una isla. No cualquiera. La más grande del mundo: Groenlandia, territorio autónomo perteneciente al reino de Dinamarca. Era uno de los sueños de otro presidente de Estados Unidos, Harry Truman. Su oferta, 100 millones de dólares, no prosperó en 1946.

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En estos tiempos, dice Trump, "por motivos de seguridad nacional y libertad en todo el mundo, Estados Unidos considera que la propiedad y el control de Groenlandia son una necesidad absoluta". No llegó a ponerle precio. El jefe de gobierno de la isla, Múte Bourup Egede, replicó: "Groenlandia es nuestra. No estamos en venta y nunca estaremos en venta". La isla en cuestión, un enorme bloque de hielo entre el Atlántico y el Ártico que alberga una base militar norteamericana, obtuvo su autonomía en 1979. En 2019, ofendido por el rechazo a su pretensión de comprarla, Trump canceló una visita a Copenhague.

Otro berrinche: "Si no se siguen los principios, tanto morales como legales, de este gesto magnánimo, entonces exigiremos que el Canal de Panamá sea devuelto a Estados Unidos en su totalidad, rápidamente y sin preguntas", soltó Trump. El gesto magnánimo fue haberlo construido. La apertura data de 1914. Lo administró durante décadas Estados Unidos, pero en 1977, por los tratados Torrijos-Carter, cedió la soberanía a Panamá. Un hito en la historia del país centroamericano que Trump, disconforme con la "tonta cesión", las "tarifas ridículas" que pagan los barcos por cruzarlo y la influencia de China, pretende borrar de un plumazo.

El Canal de Panamá, de 82 kilómetros de longitud, vincula los océanos Atlántico y Pacífico. El presidente de ese país, José Raúl Mulino, uno de los primeros en poner en suspenso las relaciones con Venezuela a raíz del fraude electoral de Nicolás Maduro, le respondió, irritado: "Quiero expresar de manera precisa que cada metro cuadrado del Canal de Panamá y su zona adyacente es de Panamá, y lo seguirá siendo". Trump, al mejor estilo de un matón de barrio, publicó en su red social Truth Social: "¡Ya veremos!" con una imagen de la bandera norteamericana acompañada de la frase "¡Bienvenidos al canal de Estados Unidos!".

Más allá del rencor por haber perdido su primera inversión en América Latina, Trump amenaza a México y Canadá con el aumento de los aranceles

En un viaje a Panamá me alojé en el Trump Ocean Club, el edificio más alto de América Central. Puro lujo, cinco estrellas, sobre la Bahía de Panamá en la península de Punta Pacífica, con 70 pisos y 284 metros de altura. En la mole, una vela desplegada al viento, desde el jabón y el champú hasta las batas tenían impreso el nombre Trump, así como una botella de vino tinto de bienvenida. En 2018, durante el primer mandato de Trump, hubo un hervidero legal por vicios de construcción y mala gestión. El empresario chipriota Orestes Fintiklis compró 202 de las 369 habitaciones y borró de sus operaciones el nombre Trump, ahora JW Marriott Panamá.

Más allá del rencor por haber perdido su primera inversión en América Latina, Trump amenaza a México y Canadá con el aumento de los aranceles y, especialmente, al sur del río Bravo, que separa a su país del continente, con la deportación de millones de inmigrantes indocumentados y con el aumento de las restricciones para ingresar en Estados Unidos. Justin Trudeau, primer ministro de Canadá en horas bajas por la renuncia inesperada de su segunda, Chrystia Freeland, pasó a ser, para Trump, "el gobernador del gran Estado de Canadá". En su primer mandato lo había llamado "lunático de la extrema izquierda".

En la residencia de Mar-a-Lago, Florida, Trump y Trudeau hablaron sobre el comercio y otros asuntos. Fue una reunión informal. El anfitrión deslizó con una sonrisa sarcástica la posibilidad de que Canadá se convierta en el Estado número 51 de su país. "Estamos subsidiándolo con alrededor de 100.000 millones de dólares al año", según Fox News, canal afín a Trump. Sus allegados le avisaron que no sería buena idea incorporar a un país liberal. Bueno, terció Trump, podemos dividirlo en un Estado liberal y otro conservador. Trudeau, prudente, calló. Quizá porque dudaba de la veracidad de la broma o de la provocación. Un arte, cual estrategia.

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