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EL LIBERAL . Opinión

Navidad

Por Francisco Viola.

El próximo martes se celebra Navidad. La Navidad, lo sabemos, tiene una mística particular. No se trata de creencias, es obvio. Se trata de magia, por llamarlo de algún modo que es fácil comprenderlo. Sí, es una festividad religiosa, no pretendo poner en duda la fe de nadie al respecto. No es algo que uno deba opinar. La creencia no es que sea sagrada, sino que es un derecho. Cada cual puede y debe creer en lo que considera que aligera más su mundo, le moviliza a hacer el bien y le garantiza la idea de futuro más perfecta. Porque la creencia es eso, un plan de acción motivado por ideas sólidas sobre el bien y, siempre, acompañado de rituales y símbolos que tienen sentido dentro de la creencia. Es humano tenerlas, buscarlas, defenderlas, también criticarlas, oponerse y pretender que se deshagan. Frente a ello, obviamente la tolerancia es clave. 

Pero volvamos a la Navidad: es la imagen de un día donde reina cierta felicidad por cosas pequeñas y cotidianas (o que deberían serlo): comidas en familia alrededor de una mesa puesta con cierta delicadeza y colorido. Saludar al otro y ofrecerle un momento de placer, bienestar y hasta de paz. Quizás, eso conjugarlo en un regalo. Buscar que si hay niños crean en la fantasía y encargarse que pase. Ofrecerles una historia perfecta que nos de la esperanza que todo puede ser mejor con tan poco. Por todo ese conjunto de cosas hay cierta garantía que es una festividad muy generalizada. No hace falta creer, tener fe o compartir un ritual religioso para vivirla con el mismo ímpetu y la misma búsqueda de una felicidad genuina y, sobre todo, compartida. 

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Al mismo tiempo, sabemos, que hay mucha gente que, aun creyendo, no podrán celebrar en buenas condiciones la Navidad, gente que "está bajo el nivel de pobreza". Una expresión que parece seria, pero que es una forma que tienen algunos para protegerse emocionalmente. Calificar a un grupo de algo es, en definitiva, hacerse una protección frente a lo que duele. Específicamente, si salimos a la calle podemos identificar personas concretas que están frente a nosotros que no pasaran una Navidad como se pinta en cualquier lado. Nobleza obliga, hay muchas otras personas que, pudiendo pasarla bien, procuran ofrecer su tiempo, esfuerzo y dedicación para que parte de quienes están en carencia tengan una noche mejor. 

No pretendo con esto invitar a nadie a sacrificarse, son decisiones personales y punto. Me quiero detener en otra cuestión. En todo eso que ponemos para que la Navidad sea algo bonito: compromiso, cariño, dedicación, disposición, calma, paz, tentativa de armonía, rituales compartidos, decididas muestras de afecto, una cuota de esperanza, permitirse la sorpresa, imaginar que lo que importa está, tener conversaciones fluidas, autorizarse lo lúdico, sonreír con poquito, pero de modo intenso. Quizás me olvido de otras cosas. Pero creo que hay varias de las que muchos viviremos el 24 a la noche. 

Entonces, les hago una pequeña propuesta si eso que ese día lo exponemos con sincera entrega y los dejamos salir muchas veces, con convicción y decisión, ¿no creen que si mantenemos el ritmo la felicidad de ese instante podría perdurar un poco? Y, con eso, estoy seguro, la vida sería siempre lo que anhelamos. 

Lo sé, todos alguna vez lo hemos pensado así. No soy original. No pretendo, lo que nos hace humanamente perfectos y que crea bienestar, siempre lo sabemos. Solo que, en ocasiones, creemos que no es posible. Pero en la Navidad, parece ser que mucha gente da pruebas que es bastante sencillo.

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