Por Belén Cianferoni.
Crónicas desde la incomodidad Crónicas desde la incomodidad
Estar vivo requiere valentía. Estar vivo en una tierra de gente aguerrida... Tener una discapacidad es lo mismo, solo que un poco más incómodo.
Un respiro y a seguir. Voy a desnudar mi alma por un momento frente a ustedes, pero no por los clicks ni para acompañarlos durante el desayuno del domingo, sino porque es necesario.
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Tomen el mate o el café, porque hoy el chisme va para largo.
Para los que no saben, tengo una condición que se llama Esclerosis Múltiple. Sí, sé que mis adorados neurólogos me dirán: "Es una enfermedad porque esto y aquello", y tendrían toda la razón del mundo. El Dr. Jiménez y el Dr. Nacul siempre la tienen. Usted también, Dr. Sinay, solo que está un poco lejos.
Le digo "condición" porque no me siento enferma. Me levanto todos los días, me miro al espejo y me digo: "Belén, hoy te pasaste de bella".
No me siento enferma, me siento condicionada a tener que elegir entre las opciones del día a día.
Escribo desde lo que representa una incomodidad para la sociedad. Una molestia para algunos profesionales, una "cajita negra" para otros, y para otros menos, solo un paciente más.
No estudio donde quiero, sino donde puedo. No voy al bar que quiero, sino al que puedo. No compro lo que quiero, sino lo que puedo. Estoy condicionada, como todos, a pensar el día a día un poco más. En mis excentricidades, en mis múltiples derrames de locura para afrontar todo, he optado por el humor y el arte para seguir adelante.
La sociedad dice: "Hasta aquí llegarás", y te pone escaleras cuando tienes ruedas en los pies... Y entiendes que, en el Día de la Discapacidad, no hay nada que celebrar, sino reflexionar sobre nuestra existencia en el planeta Tierra.
Uno de los primeros recuerdos asociados con mi condición fue cuando me dijeron que debía sobrellevar un tratamiento experimental nuevo. Me quedé llorando en el bar que estaba al lado de mi obra social.
Los que llevamos un tiempo viviendo en Santiago del Estero conocemos la maravillosa existencia de Shinfu Sgoifo, quien fue una suerte de abuelo para los artistas y que hoy se encuentra saltando de estrella en estrella, como quien hondea.
Shinfu me encontró llorando en ese bar, sobre un café. Como quien rescata a un animalito herido de la calle, me dijo:
"Sabía que había algo salado en el aire, pero no sabía que eras vos, nenita".
Shinfu estaba atravesando su tercera operación y, en ese momento, estaba en silla de ruedas. Me miró como un abuelo que dice: "Todo va a estar bien". Me dio un caramelo y se sentó a contarme chistes.
Este es el mismo chiste que les voy a contar a ustedes, por si lo necesitan.
Había dos borrachos, hace muchos años en la Plaza Libertad, cuando la fuente era una estructura cuadrada y gigante que albergaba todo tipo de alimañas y devotos de empinar el codo.
Uno de los beodos estaba macerando un estado de ebriedad parejo y constante, mientras que el otro aflojó la velocidad de la ingesta y se largó a llorar:
Ay... Estoy cada vez más grande y la diabetes me está llevando. Me estoy quedando cada vez más ciego y pronto no podré ver nada.
El otro borracho, desde la borrachera total, intentó consolarlo diciendo:
Pa' lo que hay que ver y hacer en Santiago...
Miraba a esta persona, con su enfermedad a cuestas y su incomodidad a flor de piel, riéndose y contándome chistes como si no hubiera sufrido dolor alguno, y me di cuenta:
No estaba enferma, estaba condicionada a pensar la enfermedad desde el punto de vista de la muerte y la decadencia.
Cuando te enfermás y atentos, porque a todos nos pasa descubrís que el tiempo ha cambiado su velocidad. No hay nada más que esperar, más que reírse de la vida y de todo, mientras los demás creen que tienen la vida haciendo lo que quieren. Ahora viene el verdadero secreto: nadie hace lo que quiere, sino lo mejor que puede.
Estar enfermos es estar condicionados a elegir y pensar la vida desde la finitud. Sean felices hoy y siempre, que no hay más camino que el de sonreír desde cada cuerpo y decirte al espejo:
"Otro día para ser radiantemente vos".