Por Belén Cianferoni.
Crónicas de la yerba mate sanguinaria Crónicas de la yerba mate sanguinaria
Todos somos buenas personas, hasta que alguien nos mueve la bombilla del mate. No es para menos: la vida nos golpea y parece que solo la yerba mate nos acaricia últimamente; cualquier afrenta en contra de nuestro matecito... se paga con sangre. No somos seres tranquilos ni maravillosos. Nos despertamos, tomamos mate y logramos apaciguar a la bestia que duerme en nuestro ser. Un día duro se sobrelleva con un matecito antes de volver a salir a la calle. No es de extrañarse que defendamos al mate como a nuestra madre.
Hay un ritual en el mate que no admite interrupciones ni desvíos. Es un código no escrito, tan antiguo como nuestras siestas largas y nuestras calles de tierra. Por eso, cuando alguien demora en pasarlo, algo se quiebra. No es solo el ritmo del círculo; es el hilo invisible que nos conecta. ¿Qué estás pensando? Esa demora me hace sentir que el mate ya no es prioritario, que rompiste la comunión sagrada del "mate va y viene". Y ahí me enojo. Pero no un enojo de gritos, sino uno de silencios cargados, porque entendés que el mate no se retiene.
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Y luego está la bombilla. Ah, la bombilla. Ese pequeño tubo que sostiene nuestra felicidad. ¿Por qué alguien la toca, la gira, la sacude? Si ya está todo perfecto: la yerba bien en montañita, el agua en su punto justo. Hay un arte en cebar mate, y cuando alguien mueve la bombilla, siento que esa obra de ingeniería emocional se viene abajo. Es como si reescribieran mi historia, pero con faltas de ortografía.
¿Dulce o amargo? Ahí ya tocás las fibras más profundas del ser argentino. Amargo, para quienes abrazan la tradición; dulce, para quienes desafían los dogmas. Es el River-Boca de la infusión, un debate que nunca tendrá fin. Pero, en el fondo, cada sorbo, sea dulce o amargo, es nuestra manera de hablar sin palabras.
El mate es eso: un reflejo de nosotros mismos. En su simplicidad está todo. Podemos encontrarnos en el tipo de yerba mate que elegimos; es un espejo que refleja nuestras faltas y carencias.
Conozco muchas personas que toman un mate bañado en almíbar y se justifican diciendo que para amarga ya está la vida, y se quedan tomando y succionando la dulzura que el destino les niega. Caso contrario me pasa con las personas que aman sentir el amargo del verde: son personas dulces que quieren experimentar la dureza. El mate amargo te enseña a decir "no", y a marcar un límite. Decir: "Hasta aquí puedo, hasta aquí estoy... pero solo hasta aquí".
Conocí personas muy rígidas y estructuradas tomando mates muy suavecitos, con yuyos digestivos y perfumados. También conocí a personas muy dóciles probando la rudeza de una yerba que es un cross a la mandíbula.
Soledad Bernal y Romina Osorio, amigas del mate, me comentaron cómo ha cambiado un poco la visión de lo que tomamos en el mate. Me explicaron que la yerba "barbacuá" que tanto amamos con mi mamá es una yerba mate sometida a un proceso de secanza utilizado por los nativos guaraníes. Barbacuá significa "tostado" en guaraní. Consiste en un proceso lento y artesanal, en el que las hojas son expuestas al calor del fuego de leña durante todo un día. Este proceso le da a la yerba mate un ligero sabor ahumado o tostado, propio de las maderas utilizadas durante el secado de las hojas.
Lo importante es ayudar, porque el mate es ayuda y autocuidado. La yerba mate orgánica viene siendo una respuesta a la necesidad de volver a ciertos gustos y procesos que supimos tener antes.
No me despido sin antes advertirles que no hay nada más peligroso que un correntino esperando a que le des el mate... y que le muevas la bombilla. Que Dios te ayude si eso te llega a suceder. Mejor nos despedimos.
"Aháma che. Jajoecha jey peve."
Ya me voy yo. Hasta que nos veamos de nuevo.