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Carlos Virgilio Zurita recibió el Premio de Poesía 2023 de la Academia Argentina de Letras

La comunidad santiagueña recibió con inocultable orgullo la distinción que recibió uno de sus más virtuosos escritores, el Dr. Carlos Virgilio Zurita. 

17/11/2024 08:03 Viceversa
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Carlos Virgilio Zurita recibió el Premio de Poesía 2023 de la Academia Argentina de Letras Carlos Virgilio Zurita recibió el Premio de Poesía 2023 de la Academia Argentina de Letras

La Academia Argentina de Letras otorgó el Premio de Poesía 2023 por su libro "A falta de otra cosa". El jurado compuesto por los académicos Rafael Felipe Oteriño, Santiago Kovadloff y Santiago Sylvester propuso a Zurita para este honor, y su elección fue aprobada por unanimidad por los miembros de la Academia.

Al hablar de su vida y de cómo llegó hasta este premio tan prestigioso, Carlos Virgilio Zurita nos cuenta: "Salvando la infinita distancia con quien la pronunció, hay una frase de Borges que asumo como propia, es cuando afirma; en el fondo nunca salí de la biblioteca de mi padre. El mío era juez y profesor universitario, sobre todo amante de los libros y de la música clásica. Su biblioteca –hoy donada a instituciones de Santiago del Estero, la Biblioteca Sarmiento y la Universidad Católica- era tan vasta que incluía desde los clásicos griegos, el Siglo de Oro español, curiosidades como los seis tomos de la Historia de la literatura Argentina de Ricardo Rojas, hasta llegar a la novelística francesa, inglesa y norteamericana.

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Hacia mis quince años, cuando él se enteró que escribía versos me dijo que yo debía mostrárselos a unos amigos suyos muy próximos, abogados y escritores; eran Bernardo Canal Feijóo y Horacio Rava; (que luego formarían parte de esta Academia) su acogida y condescendencia, sus consejos fueron tan precisos que debo a ellos el estímulo para emprender mi larga trayectoria de pretendido versificador. También por ese entonces conocí a Francisco René Santucho quien me brindó su amistad, me acercó a poetas y pintores del grupo Dimensión que el promovía y en cuya revista publiqué mi primer poema.

Al terminar el bachillerato me trasladé a Córdoba a estudiar Derecho; allí merced a la generosidad de Alberto Díaz Bagú me integré al grupo de la revista Laurel que conducía, donde pude alternar con poetas como Rodolfo Godino, Alejandro Nicotra, Osvaldo Guevara, Carolina Vocos; además participé en recitales del grupo en diversas ciudades. Cuando decidí discontinuar mis estudios de Abogacía mi madre, sabiamente, decidió que debía retornar a Santiago, lo que lamenté por tener que alejarme de Laurel. 

Hacia 1962 me fui a Buenos Aires con el propósito de estudiar Letras, pero quizás por el clima intelectual y político de esos momentos me decidí finalmente por Sociología. Luego de registrarme en la Facultad de Filosofía y Letras debí realizar el ciclo Preparatorio entonces vigente, que duraba todo un año, con un régimen semejante al secundario, con clases todos los días, y que, mirándolo en perspectiva, resultó una experiencia formativa muy importante que recibí de los cursos de "Lectura y comentario de textos" (dictada por Pedro Tur, que luego sería Secretario del Decanato de José Luis Romero, y entre los textos que nos presentaba recuerdo al Edipo rey y a las Confesiones de San Agustín), el seminario de "Gramática estructural" -una cuestión en ese entonces novedosa y difícil para mí-, y, sobre todo, del curso sobre "Historia de las civilizaciones" que dictaba Gregorio Weimberg. Como las notas que obtuve en dicho ciclo Preparatorio fueron altas me postulé y obtuve una Beca que concedía la UBA a alumnos del interior. Recuerdo que el Director del Departamento de Becas era, curiosamente, un poeta, Natalio Kisnerman. 

Ya en la carrera, de entre los docentes que tuve, recuerdo a Gino Germani, Ana María Barrenechea, y muy apreciadamente a José Luis Romero y Miguel Murmis. Al principio mi cursado fue normal, pero luego se vio seriamente alterado por lo que ahora estimo como una exacerbada participación en política que me llevó a presidir el Movimiento Universitario Reformista.

Pero como ya en ese entonces llevaba una doble vida, y me interesaba tanto la sociología como la poesía, en Buenos Aires frecuenté a varios poetas, entre ellos, Horacio Pilar y Miguel Ángel Bustos y particularmente a dos personas que me ayudaron inmensamente con sus conocimientos y buena voluntad: uno fue Raúl Gustavo Aguirre quien me vinculó a Poesía Buenos Aires y el otro Alberto Girri quien solía recibirme en su casa a veces en compañía de su esposa, la pintora Leonor Vassena.

Hacia 1970 retorné a Santiago a trabajar en un organismo que financiaba el BID. El período de la Dictadura militar lo viví con zozobra, ya que no sólo por mis ideas políticas sino por el mero hecho de ser sociólogo me convertía en un elemento sospechoso. No obstante el rector de la Universidad Católica, el arquitecto Daniel Cisneros Saavedra, me convocó para organizar un Instituto de Investigaciones donde realizamos varios estudios sobre migraciones, en conjunto con el Ceil-Conicet de Buenos Aires. Y cuando retornó la democracia pude incorporarme a la Universidad Nacional a raíz de un decreto de Alconada Aramburú –ministro de Educación del Presidente Alfonsín- designándome decano normalizador, y con la ayuda de varios colegas pudimos constituir la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales.

Fui docente en diversas Universidades del país y también del exterior, en EE.UU, Francia, España y Chile, donde conocí a mi esposa. Pero mi permanencia por dos años en el Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México constituyó una instancia fundamental en lo académico, pero sobre todo, en lo personal, ya que la fascinante vida mexicana amplió mi sensibilidad hacia las costumbres y modos de vida de sus sectores populares que reconocí como propios, como santiagueños. Visité la tumba de Trotsky en Coyoacán, y gocé y estudié con detenimiento las letras de las canciones, los boleros, especialmente de José Alfredo Jiménez".

Sus lecturas 

Al referirse a su libros preferidos, Carlos Virgilio Zurita expresó: "En poesía mis primeras lecturas fueron de Neruda, Vallejo y Rimbaud; luego descubrí a los surrealistas. Tales fueron los autores que me deslumbraron en mis primeros años. Pero después comencé a frecuentar a Garcilaso y Quevedo. Merced a recomendaciones de Aguirre y Girri me encaminé a las poéticas de, entre otros, T. S. Eliot, René Char, Saint John Perse. Fue mi propia sensitividad la que me llevó tiempo después a valorar a Edgar Lee Masters y Wislawa Szymborska. De entre los más actuales, debiera referir a Mark Strand, algunos de cuyos poemas procuré traducir con resultados probablemente inciertos.

En cuanto a mi canon argentino, por mencionar sólo unos pocos nombres lo integran Olga Orozco, Enrique Cadícamo, Borges, Juan Gelman y Manuel J. Castilla.

Mis compañeros de viaje en la escritura poética, los refiero en orden cronológico, fueron Rodolfo Godino, Ángel Leiva y Marcelo Sutti. Alberto Tasso no integra esa secuencia porque la trasciende, ya que desde hace medio siglo nos acompañamos. Suele ser frecuente en ciencias sociales el compartir la coautoría de libros y artículos académicos, tal lo hice en diversas ocasiones con colegas de la sociología, pero sólo con Alberto nos atrevimos a incurrir en ese género creo que poco transitado que es la coescritura poética". 

Temas recurrentes

"Varias veces me dijeron: 'Carlos, siempre escribes sobre las mismas cosas'. Estas palabras las tomé, no como un elogio, sino como un recaudo, porque en verdad mi repertorio es escaso: por ello procurando disculparme en un poema escribí "debo abrir las ventanas de mi pieza" y en otro consigné "quisiera hablar de mí sin olvidar a nadie".

Pero tal vez fueron inútiles advertencias que me hacía, ya que debo admitir que soy un escritor ensimismado. ¿Por qué escribo? Creo que lo hago procurando conocerme. Nada veo de la vastedad de la vida, sólo la luz de la lámpara que ilumina la hoja en blanco, las altas paredes de una casa colmada de cuadros y retratos, un patio donde hay una santarrita con sus flores purpúreas cayendo sobre el piso de ladrillos, las nubes en el anochecer de una ciudad equinoccial, un gato deslizándose por el secreto de las habitaciones, el recuerdo de un hijo distante y silencioso, a veces las mesas del bar donde solía reunirme con amigos, los epitafios en el cementerio de La Piedad, y siempre, siempre, sumergiéndome en los mares de los ojos de Anita.

Suponiendo que la conozca, tal fue la historia de mi vida", cerró el laureado poeta.

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