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EL LIBERAL . Opinión

Maestro

Por Francisco Viola.

El pasado miércoles 11 se celebra en Argentina el día del maestro, que por economía de fechas o confusiones varias se unificó en ciertos lados como día del profesor. Felicidades para todo el mundo que está en docencia se puede decir. Pero todos los sabemos hay matices. Es simple, un adulto tipo en la Argentina que curso tres niveles de estudio puede haber tenido a casi 100 docentes en su formación. Sin embargo, recuerda como pertinente y permanente a lo sumo 3, exagerando 5, a quienes le da un valor de maestro. Al resto, hasta puede recordarlo si da la ocasión, pero no siente que ha atravesado su vida, salvo por anécdotas divertidas o sádicas. Es más hasta en reuniones de egresados siempre hay algunos con una memoria de elefante que recuerdan a todos los docentes, pero son varios que ante la evocación de un nombre ni lo recuerdan como existente. Tal vez hasta hayan sido prolijos en su enseñanza, pero nada más. Aunque ser prolijo no es poco, valga señalarlo. 

Lo cierto que maestro es una palabra maravillosa en sus implicancias, concreta en sus funciones y simplificada en sus usos. Casi como la palabra amigo. Cuando pensamos seriamente en maestro se nos viene a la cabeza personas que impactaron positivamente en nuestra vida y que, sin obligarnos a nada, nos mostraron un camino que hoy consideramos positivo, necesario. De tal manera que nos generó o apoyó una elección de vida que repercutió positivamente en nosotros. No pensamos en primer lugar en los que nos enseñó, aunque eso es clave porque es su función. Pero lo que resalta es el estímulo eficaz, la indicación certera, la convicción absorbida y, sin dudas, el demarcar un sendero o impedir que vayamos por uno negativo. No por nada cuando evocamos imágenes de maestro siempre son personas simples pero que generaron en nosotros un "Carpem diem". No por nada, cualquier adulto recuerda una película que muestre como un docente llega a una clase "especial", sea por rebelde, por conservador, por algo negativo y genera un cambio copernicano y transforma esa clase en una verdadera superación personal de los que participan. Es decir, la redención de las personas por vía de la educación, que siempre se asocia con tres elementos claves: la apertura al conocimiento actualizado, el desarrollo de habilidades para la vida (concepto de la Organización Mundial de la salud) y el estímulo de valores universales asociados a los Derechos Humanos.

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Básicamente estoy seguro – hay una enorme dosis de esperanza que sea así en mi afirmación- que ningún ser humano pasa la vida sin reconocer como maestro a alguna persona, porque le permitió encontrar su propia voz, desarrollar su sensibilidad más interna e intuir, por lo menos, el camino que permitiría la mayor autorización. Pero, como los verdaderos amigos y no los que impulsó Facebook: siempre son un par, nunca más que los dedos de una mano. 

Pues bien, estemos orgullos de un sistema educativo que con personas variopintas nos brindaron la educación que se podía, con los recursos que había y con la profundidad que cada uno lograba crear. Pero, en estos días, celebremos y honremos la memoria de esas personas que fueron maestros en nuestra vida. En esas personas esta la verdadera posibilidad de crear un mundo mejor si tratamos de hacer eso simple: dejar que el otro camine a su ritmo hasta sus propias estrellas.

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