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EL LIBERAL . Viceversa

Cuentos de Marta Tomasella

Marta Mercedes Tomasella nació en Córdoba, pero está radicada en Santiago desde hace muchos años. Escribe cuentos y poesías que fueron premiados en concursos literarios, nacionales, regionales y provinciales. Participó en numerosas antologías como integrante del Grupo Cultural Ciudad del Barco.

08/09/2024 06:00 Viceversa
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Cuentos de Marta Tomasella Cuentos de Marta Tomasella

La señal

Era la primavera del año 1957.

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Estoy en el punto de partida, esperando la señal para salir.

Siento miedo como la primera vez.

No tengo memoria de los primeros años, solo el aroma de un delicado perfume de mujer.

El día de mi graduación amaneció soleado, Medianoche entro en mi cuarto, ronroneando se acomodo en el sillón manchando mi vestido con su pelaje mojado por el rocío de la noche.

Matilde llego con el desayuno en una bandeja, al ver mi preocupación por el vestido se lo llevo, asegurándome que quedaría como nuevo.

Abrí la ventana aspirando el aroma de los pinos y naranjos.

Sería el día perfecto.

Papá tenía el regalo preparado, lo vi en su escritorio: una caja rectangular con un gran moño rojo.

La tarde me sorprendió con el bocinazo del auto de Luis que paso a buscarme. Esta noche junto a mi diploma le daré a papá la noticia de mi noviazgo con Luis.

Luis… tan lleno de humor y energía, con esa sonrisa de dientes levemente torcidos que dan a su cara una expresión de niño eternamente travieso.

Cansada y sin aliento, frente al lago, con el regalo de mi padre entre las manos me pierdo en los brazos de Luis.

De repente el aire se escapa de mi cuerpo, Luis se vuelve una figura borrosa, las luces huyen hasta quedar reducidas en un solo y ultimo fogonazo que se pierde cuando cierro los ojos.

No tengo noción del tiempo, puede haber pasado un día o diez mil años, sigo esperando la señal para volver, me duele ver a mi familia tan cerca y tan lejana, tan triste y tan estática ante mi ausencia.

Hoy me siento diferente.

Vuelve a mi memoria aquel abuelo que olía a alcanfor.

Mi cuerpo tiembla, quiero gritar pero mi garganta se ahoga, una corriente me arrastra, no quiero alejarme, aquí me siento segura.

Escucho gritos de dolor, susurros apagados, un llanto, risas. Unas manos grandes y ásperas me rozan, su contacto es cálido y familiar…

Después de una corta carrera me recibe el aroma conocido de un delicado perfume de mujer.

Ensayo una sonrisa, mis ojos enfocan un rostro.

¿Mamá? La mujer que me abraza no es mi mama, me acaricia, su olor es conocido pero diferente.

Todas las imágenes son iguales, todas distintas, todas se borran. Mi voz no suena. Un espacio en blanco.

Es la primavera del año 2007. 

1° Premio. Concurso literario Domingo Adalberto Galli

 Lobos- Bs. As. Noviembre 2011

Un invierno muy frio

Hacia frio. Una ola polar cubría el país. En Santiago no estaban acostumbrados a tan bajas temperaturas. Fue por el año 1973, decían que un meteorito cayó en algún lugar produciendo el cambio climático.

En la casa de doña Chola, las muchachas esperaban en vano algún cliente que se haya animado a salir en medio del frio.

Se acordaban de Margarita, que recién llegada del interior se la llevo Ramón para que le lave la ropa como para hacer unos pesos extras, fue el día que empezó la tormenta de agua nieve, de esto hacia ya una semana. Como la estaría pasando en el pequeño rancho con una ventana precaria y seguramente pocas colchas.

En el rancho de Ramón, Margarita fue adueñándose del lugar, remendó las sabanas, limpio la olla quemada por la leña, improviso cortinas para la ventana, cambio algunas cosas de sitio y tiro otras que ocupaban espacio.

Ramón se acostumbro a verla a su alrededor, trajinando pero siempre con una sonrisa tímida e inocente.

Cuando el frio calmo un poco, doña Chola fue a buscarla con la excusa de que le debía el dinero que debía pagarle Ramón por los servicios. Al ver que la muchacha no quería volver al tugurio, le reclamo el gasto del pasaje y alojamiento, el hombre acordó pagarle en cuotas lo adeudado.

De a poco formaron una pareja formal, ella le pidió permiso para traer a vivir con ellos una hija pequeña que había dejado en el campo. Así fueron una familia.

Cuando algún pariente de Ramón llegaba al rancho, ella se escondía, el tenía que llamarla y la presentaba como su señora, así Margarita fue ganando confianza en la vida.

Ramón siempre fue medio tarambana, los parientes comentaban que solo a él se le podía ocurrir buscar una mujer de esos lugares, pero el hombre con una sonrisa y una mirada cariñosa hacia Margarita, le echaba la culpa al crudo invierno que no le permitió devolverla.

Vivieron juntos más de veinte años. La hija se fue a estudiar a Tucumán.

Mientras vivió no les hizo faltar nada.

Cuando murió Ramón, Margarita se fue a vivir con la hija que ya trabajaba en un hospital en Tucumán.

Ahora está nevando, Margarita se levanta pesadamente y busca en el cajón de la mesita de luz una foto que tiene de Ramón.

Junto a la ventana la contempla y llora, agradecida por ese hombre bueno, que con la excusa del frio no la devolvió a la casa de doña Chola.

La hoja

Julia descubrió que sus pulmones comenzaron a fallar, su vida se apagaba lentamente, sus amigos la visitaban con frecuencia, pasaban largas horas haciéndole compañía. Manuel, su novio, un pintor, que sobrevivía con los mediocres cuadros que pintaba, hablo aquella tarde con el doctor, quien le aseguro que a Julia le quedaban pocos meses de vida, gracias a la amistad y el amor de sus amigos, Julia paso aquel verano en el balcón de su departamento, disfrutando del calor y el aroma de las flores. Una enredadera que trepaba por la pared del edificio del frente fue la fuente de inspiración para Manuel que la pinto de mil maneras y con ese dinero compraba los medicamentos.

El otoño comenzó a pintar de ocre el paisaje, Julia contemplaba la enredadera a través del vidrio de su ventana, veía como poco a poco sus hojas cambiaban de color y caían al vacio. Su salud empeoraba día a día, su piel marchita se apagaba. Una mañana al despertar descubrió que solo quedaba una hoja que con obstinación se aferraba al tallo de la plata y a la pared, en ese momento tomo una decisión: su vida, como aquella hoja, se apagaría cuando el frio y el viento la doblegaran.

Todos los días al despertar, Julia pedía a Manuel que corriera la cortina de su ventana y la contemplaba.

Así paso el otoño y el invierno. La pequeña hoja marrón y la salud de Julia luchaban por sobrevivir. La primavera llego con el viento tibio y un aroma nuevo, el doctor asombrado comprobó que Julia estaba casi curada, había sobrevivido a la peor época del año y al invierno más terrible. Cuando pudo levantarse su primer paso lo dio hacia la ventana, quería darle las gracias a la hoja que con su ejemplo de voluntad le había dado fé para luchar por su vida.

Al estirar la mano, sus dedos acariciaron la hoja pintada en la pared.

3° Premio Certamen de poesía y cuento "Los valores de la vida"

Movimiento Círculos de Juventud- diócesis de Santiago del Estero

Noviembre del 2004

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