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La Orden Dominicana en la Génesis de La Diócesis de Santiago del Estero (última parte)

Por María Mercedes Tenti

07/09/2024 06:00 Opinión
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La celebración del Concilio de Trento hizo imperioso replantear la actitud evangelizadora de la monarquía en América, a la vez que exigía una revisión de los esquemas que hasta entonces había seguido la Iglesia en el Nuevo Mundo. El objetivo primordial de la monarquía hispana desde el descubrimiento de América había sido el de evangelizar al mundo indígena, y esta labor aún no se había Iogrado. Por esta razón, la Corona juzgó primordial que las determinaciones del Concilio de Trento se aplicaran de manera definitiva y para ello instó a los arzobispos a hacerlo mediante la celebración de concilios provinciales. Cumpliendo con el mandato regio, en 1581 se promulgó el edicto de convocatoria al III Concilio provincial de Lima, presidido por el arzobispo Toribio de Mogrovejo, que se inauguró el 15 de agosto de 1582. Participaron en él los obispos, el virrey, procuradores de las iglesias, cabildos, órdenes religiosas, y consultores teólogos. 

En América, la problemática era distinta a la europea: la doctrina católica no estaba siendo cuestionada, sino que no estaba siendo enseñada de manera unificada, y este era uno de los principales problemas de la evangelización. En el caso específico del Virreinato del Perú, el establecimiento de una unidad en materia doctrinal se hacía vital, ya que la existente desorganización catequística se hacía muy perjudicial para la labor misional. Este desorden se explicaba por las diversas dificultades que presentaba el Virreinato, entre ellas, su gran extensión territorial, la dispersión geográfica de los indígenas y, en especial, el desconocimiento de las lenguas aborígenes por parte de los misioneros. La solución se encontró finalmente en la creación de herramientas pastorales específicas que sirvieran para toda la provincia. El III Concilio mandó para ello la elaboración de un catecismo que unificase la enseñanza de la fe a los indios. 

El resultado de esta prerrogativa fue la creación de la ""Doctrina Cristiana y Catecismo para la instrucción de los indios y de las personas que han de ser enseñadas en nuestra santa fe"en 1584, siendo la primera obra impresa en América del Sur. Asimismo, para lograr aún más claridad en la catequesis, se requería que la doctrina fuese predicada en las lenguas indígenas del Perú. Se mandó, por tanto, que el catecismo estuviese traducido al quechua y al aymara. 

Trento configuró al obispo como la figura clave de la labor pastoral. En América esto se hizo aún más patente, pues era el obispo el encargado de velar por la evangelización indígena. Para ello debía tener claro conocimiento de todo lo que ocurría en su Diócesis. De aquí surgió la necesidad de realizar visitas pastorales con regularidad. Precisamente en el tema de las visitas se vislumbra una particularidad de la Provincia eclesiástica del Perú, pues la gran extensión de territorio que abarcaban las diócesis hacía muy difícil la consecución de estos recorridos, a lo que se sumaba la gran variedad de climas y de factores geográficos que ponían obstáculo al desplazamiento de los prelados. Asimismo, se recibió la disposición de crear seminarios y colegios en la Provincia, pues era vital que el clero recibiese una educación completa que le permitiese enfrentar los particulares desafíos americanos. Esta fue una iniciativa importante y que siguió proliferando durante las décadas siguientes, en que se fundaron otros centros de estudios, dirigidos tanto al clero secular como al regular. 

En 1583 el gobernador Hernando de Lerma fue reemplazado por Juan Ramírez de Velazco (el fundador de La Rioja) que también chocó con Victoria. El obispo desde Lima, envió su renuncia a Felipe II, según Cayetano Bruno su renuncia era "porque no había nacido para el oficio pastoral. Su temperamento lo constreñía más a lo material y económico de las grandes empresas comerciales que a lo espiritual del apostolado". Pese a su renuncia, regresó en 1585 a la sede de su diócesis acompañado por dos frailes dominicos. Los enfrentamientos con el gobernador fueron una constante. El mandatario denunciaba al obispo y este lo excomulgó en dos oportunidades. 

Sus contemporáneos describen a Victoria como el prototipo del mercader. En Perú logró la autorización de enviar una expedición por barco a Brasil, llevando los "productos de la tierra", que no eran otra cosa que las producciones artesanales de los obrajes de paño del Tucumán, elaborados por manos indígenas -especialmente de mujeres- en telares rústicos, para traer perolas para triturar caña de azúcar, negros esclavos y jesuitas. La primera expedición la realizó en 1585 y a su regreso, a la entrada al río de la Plata, fue atacada por piratas ingleses que lo despojaron de gran parte del cargamento. 

Dos años después, el 2 de septiembre, mandó una segunda expedición que abrió el libro de Tesorería de Buenos Aires con el detalle de los productos que exportaba: 650 varas de sayal, 1.680 varas de lienzo, 292 varas de telilla, 526 cordobanes, 36 frazadas, 180 costales, 51 sobrecamas y 60 arrobas de Lana (Tenti, 1993, La industria en Santiago del Estero, p. 19). "La industria argentina nació a la sombra de los telares santiagueños". Por ese acontecimiento, el 2 de septiembre se celebra el día de la industria. Jaimes Freire afirma que el obispo se ocupaba tanto de los intereses espirituales como de los materiales (1914, p.131), aunque, según su mirada, hubiera sido mejor gobernador que obispo.

 Si bien los juicios sobre el obispo Victoria son dispares, Levilliere (1927), Cayetano Bruno (1968), Vicente Sierra (1979) y José N. Achával (1988) coinciden en que, si bien en alguna medida descuidó su misión pastoral, sus empeños comerciales apuntaban a abrir nuevas vías comerciales por el Atlántico que redundó en mejoras en la situación económica del Tucumán, del obispado y en la llegada de los primeros jesuitas en misión evangelizadora. 

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