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Cuando los valores son pisoteados

Por Ana Palavecino.

18/08/2024 17:32 Opinión
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En la historia de la República Argentina, el sillón de Rivadavia ha simbolizado el más alto honor y la mayor responsabilidad que un ciudadano puede asumir: liderar a la nación. No es solo un cargo; es un compromiso solemne con el pueblo y con los principios que fundamentan nuestra república. El juramento que todo presidente realiza al recibir la banda y el bastón, "Si no cumpliere, que Dios y la Patria me lo demanden", no es una simple formalidad. Es una promesa que trasciende lo personal y lo político, una obligación hacia la Patria y sus ciudadanos.

Sin embargo, cuando los valores que deben guiar esa función son pisoteados, cuando el sillón de Rivadavia es utilizado para satisfacer los más bajos instintos, la confianza del pueblo se ve traicionada. En lugar de gobernar con honestidad, integridad y una clara visión del bien común, algunos líderes han transformado el poder en un instrumento para sus propios fines. En esos momentos, el juramento pronunciado ante la Nación pierde su significado, convirtiéndose en palabras vacías, sin sustancia ni compromiso real.

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Hoy, más que nunca, es necesario recordar que la Patria tiene el derecho y el deber de exigir cuentas a quienes no han cumplido con su promesa. No se trata de un mero formalismo, sino de la esencia misma de nuestra democracia. Cuando se violan los principios fundacionales de nuestra Nación, cuando el sillón de Rivadavia se convierte en un trono de impunidad, corresponde que la Patria lo demande.

Es un llamado a la conciencia cívica, a la responsabilidad ciudadana y al respeto por los valores que nos unen como argentinos. Porque la grandeza de una Nación no se mide solo por su economía o su poderío militar, sino por la integridad de sus líderes y la firmeza de sus instituciones. Y cuando esos valores son pisoteados, es deber de todos alzar la voz, para que la Patria demande lo que es justo y necesario.

Como argentino, exijo que a quienes han traicionado la confianza de la Patria se les nieguen los privilegios que tradicionalmente se conceden al finalizar una gestión presidencial. No es un capricho ni una venganza; es una cuestión de justicia y respeto hacia el pueblo argentino.

El sillón de Rivadavia es más que un símbolo de poder; es la representación de los valores y principios que fundan nuestra Nación. Cuando estos son pisoteados, cuando se gobierna en contra de los intereses del pueblo y se utiliza el cargo para fines personales o corruptos, no se merecen honores ni distinciones al final del mandato. Por el contrario, se debe establecer un precedente claro: quien traicione a la Patria no recibirá ningún reconocimiento, y su legado será recordado como una advertencia para futuros líderes.

Es necesario que este acto de justicia quede registrado como un antecedente para quienes ocupen ese cargo en el futuro. Que sepan que el poder no es un derecho, sino un deber; que la presidencia no es un privilegio personal, sino un compromiso inquebrantable con la Nación. Al negar esos privilegios, estamos enviando un mensaje claro: en Argentina, el honor y la integridad deben prevalecer sobre la impunidad y la corrupción.

Este precedente no solo protegerá el futuro de nuestra democracia, sino que también reafirmará la importancia de los valores que nos unen como país. Es hora de que la Patria exija lo que es justo y necesario, y que quienes aspiren a liderarla entiendan que no habrá privilegios para aquellos que traicionen su juramento.

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