Por Francisco Viola.
Displacer: decir lo que uno siente, quiere o no quiere Displacer: decir lo que uno siente, quiere o no quiere
No me gusta sumergirme en agua fría. Me molesta, podríamos decir que me produce displacer. La idea del displacer es, curiosamente muy importante para las personas. Debemos aprender lo que nos disgusta, lo que nos afecta, o sea, lo que de alguna forma nos quita placer. Es, creo, algo que olvidamos con frecuenta. A ver, me explico, el placer es un camino que podemos recorrer desde nosotros mismos hasta el infinito, metafóricamente hablando. Es lógico que descubramos lo que nos produce placer y que eso tengamos tendencia a repetirlo. Como cuando vamos a una heladería y pedimos los sabores que ya sabemos que disfrutamos. Es algo normal, bastante habitual y no hay mucho problema. Es decir, los seres humanos podemos quedarnos con los placeres ya conocidos. Ahora bien, podemos hacer eso siempre. Pero, también, podemos, de vez en cuando, el permitirnos descubrir nuevos senderos para el placer. Algo así como saborear saberes o experiencias nuevas y en ellas descubrir los placeres que no conocíamos o, los conocidos, con nuevos matices. Sin obligación, pero si como una verdadera opción. Creo que eso es algo genialmente humano: tenemos opciones.
Ahora bien, para elegir ese camino, es importante saber algunas cosas: primero, como siento mi placer, que percibo que me pasa, como identifico las banderas verdes que me permiten avanzar. Lo segundo, debería ser conocer lo que me produce displacer. Aquello que lo apaga, que inhibe la satisfacción potencial. Como también, sin lugar a dudas, lo que me produce daño, es decir las banderas rojas donde no debo ir, insistir, pedir, aceptar.
También te puede interesar:
Personalmente, por eso sugiero que debemos identificar los tres conjuntos donde se acomodan las actividades, gustos, comportamientos que podemos tener: Uno es lo que es deseable para uno. Lo que nos genera bienestar, placer y queremos hacer. Lo segundo, aquello que consideramos aceptables, porque en toda relación siempre hacemos cosas por los demás, no siempre porque nos gustan, pero, sobre todo, porque no están jamás en el tercer conjunto: lo inaceptable, lo que decimos no, sea porque nos hace daño o porque hacemos daño. Cuanto antes identificamos cada conjunto para nosotros, mejor vamos a disfrutar casi todo, desde los sabores de helado hasta el sexo, obviamente.
Pero si bien necesitamos identificar esos tres conjuntos y tenerlos muy claro para la persona del espejo, como me gusta decir, luego precisamos lo segundo, vital, imprescindible, urgente: el saber comunicarlo con una asertividad real. Con esto me refiero a tener la capacidad de expresar las propias emociones y decir lo que uno siente, necesita, quiere y no quieres, trasmitiéndolo a los demás de modo claro, concreto y directo, sin que eso sea imposición, sino certeza de tu valía. Eso vale para lo que produce placer como, también, para lo que genera displacer.
Pequeña aclaración: saber por dónde va mi placer o displacer ahora, no debe ser una excusa para no conocer lo nuevo, lo diferente, lo que no experimentamos cuando decidamos, eso es una decisión personal. Lo que sí es un límite que no deberíamos pasar es saber cuáles son los caminos nos producen daño, nos afectan, no queremos experimentarlo y, comprender que poseemos el derecho de decirlo y que lo respeten.
Por eso, creo que conocer los limites donde se encuentra nuestro displacer nos permite, curiosamente, adentrarnos más en el espacio desconocido donde todavía hay placeres que no reparamos y, quizás, zambullirnos en esa experiencia con la certeza que el placer que podemos encontrar siempre debe ser positivo, enriquecedor y, como los tréboles de cuatro hojas, a veces, tan únicos que nos darán el éxtasis o algo parecido. Porque si no es así, siempre podemos decir esto no lo quiero.
Ser feliz sólo es caminar por esos caminos de las vivencias donde nos sentimos seguros. Algo que parece simple, más necesita nuestro compromiso y aprendizaje permanente.