Por Belén Cianferoni.
Crónicas malabrigadas Crónicas malabrigadas
¿Cuándo te apura la vida hacia dónde apuntas? ¿Cuándo no sabes dónde refugiarte? ¿Qué haces?
Mirás a un lado, luego al otro, y no hay nada. Vacío. Un mar desolado de nada se acerca hasta tu puerta, y uno se queda pensando en qué barco subirse.
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Cada vez que pienso en eso, vuelvo a mi interior. Me imagino atrapada en un ascensor, respirando y me asusto con el poco aire que me queda en ese cubo. Estoy desesperada hasta que entro en mi conciencia y siento cómo el oxígeno vuelve a llenar mis pulmones. Siento la textura de mi piel, el movimiento de mi pelo, los sonidos con sus ritmos que salen del pulso de mi corazón, y me digo, estoy viva, aún puedo seguir luchando contra la gravedad unos días más. Estos dedos pueden escribir un par de ideas más.
Miro a mi alrededor, y la mano de mis hermanos se extiende para sacarme del precipicio. A veces estoy tan sola como creo estarlo, y tan acompañada como me lo permito. Mi desierto se puebla, y siento cómo las voces de mis amigos resuenan y derriban esa muralla que construyo. De algún lugar lo aprendí. Como dije en crónicas anteriores, el arte te salva, te acuna y te deposita en el camino correcto, pero es tu decisión la que importa, en esta autopista llamada vida.
Recuerdo a ese hermoso viejo cascarrabias, Borges, en su "Soneto del vino": "¿En qué reino, en qué siglo (...) surgió la valerosa y singular idea de inventar la alegría?"
Entonces, me doy permiso para inventar la felicidad en una mesa de amigos, de amores, de familia. Pienso en mi amiga tocaya Belén, bohemia de pura cepa, sangre de pura guaracha y cumbia, y me digo que la felicidad es compartir esta vida con gente que celebra el hecho de estar surfeando otro día más en el camino de las decisiones malas y no tan malas.
Mis hermanos, mis sobrinos, mi padre siempre presente y mi madre, que estiran las fibras de la vida para realizar una vez más el milagro del brindis. Esos tíos que te regala el destino. Ojalá todos tuvieran una Angela, un Pablo, una Marcela, una Patricita, una Elsa para abrigarte, y un Diego y una Pocha para reírte en la mesa. Ojalá tuvieran la bendición de tener un padrino con quien atravesar el tiempo.
No se trata solo de años, de ruidos, de celebraciones; también se trata de tener la sabiduría suficiente para aceptar consejos y saber brindar en las victorias. En esos momentos de introspección, me detengo a escuchar el murmullo del viento afuera, la calidez de la luz que se cuela por la ventana, recordándome que cada día es una nueva oportunidad para encontrar la paz dentro de uno mismo y en la compañía de quienes amamos. Hasta la próxima, porque siempre hay una próxima.