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EL LIBERAL . Santiago

Permisos

Por Francisco Viola, médico y sexólogo.

El placer comienza con concedernos permisos, se dice en la terapia sexual. El permiso, recordemos, es una autorización que recibimos para poder hacer algo. Desde que nacemos nos introducimos en la lógica de lo permitido y, por oposición, de lo permitido, de lo prohibido y, generalmente, así vamos por la vida. 

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La noción de prohibido se asocia con una palabra de origen polinesio: "tabú" que, en su contexto original, significaba "prohibición". Era una suerte de ley sagrada que controlaba la conducta, sino que impedía, además lo tabú ni siquiera podría ser pronunciado, salvo por las personas autorizadas, generalmente sacerdotes o chamanes. Implica, entonces una prohibición no expresada sino tácita o sobreentendida en una sociedad, construida por razones sobre todo morales de algo que no se puede decir, hacer o hasta sentir. Al ser una prohibición, también conlleva una idea de castigo real o el escarnio, el rechazo social, también puede pasar el castigo por una vergüenza propia. Particularmente creo que el problema no son las cosas prohibidas, sino quien decide lo que es prohibido y porque razones. Porque eso se relaciona con quien debe autorizarlas. 

Esa noción de tabú, si bien vale para cualquier situación, toma mucha relevancia asociada con la vida sexual. Así en conductas sexuales siempre hay cosas que son consideradas como prohibidas. Lo que no está mal. Cada cual tiene cosas que prefiere no hacer, no quiere probar o que considera que lo correcto es no hacerlas. Es más, existe un excelente consenso, casi universal, que la pedofilia es algo que debe estar prohibido y sancionado. Entonces, ¿de qué hablamos? De reconocer que cosas nos prohibimos solamente nosotros, el porque nos las prohibimos y, llegado el caso, quien nos debería autorizar a hacerlas. 

Para pensar este tema, voy a dejar de lado todas las situaciones relacionadas con la sexualidad que tengan que ver con el uso de la violencia en cualquiera de sus formas, porque realmente creo que están prohibidas. Es más, sería bueno que todos y todas las consideremos así, porque afecta a las personas involucradas y nos imposibilita de vivir plenamente. Sobre el resto de situaciones ya el planteo es otro que tiene que ver porque nos prohibimos las cosas y más profundo porque creemos que ciertas actividades son prohibidas no sólo en nosotros, sino para los demás. Porque reivindico que cada cual pueda decidir lo que quiera hacer con su vida en su vida sexual, con los limites mencionados. Pero, ¿Por qué debo opinar sobre los que los demás decidan? ¿quién me nombró dueño moral de las acciones sexuales?

Es allí donde nos merecemos lo mejor posible. En este caso, que sea uno, el que decida que permitirse y que no, pero que primero se dé el permiso para poder elegir libremente. Permitirse lo que está probado que es saludable: descubrir el cuerpo erótico, el sentir deseo y poder expresarlos, el poder jugar, el animarse a hacerlo, el imaginar nuevas situaciones, el poder preguntar, el poder ser actor de su propia vida sexual del modo más satisfactorio que uno encuentre. Todo basado en los tres principios innegociables: no ejercer violencia jamás, consentir siempre, esforzarse seriamente en el cuidado y el buen trato. 

Pero, si uno tiene, por educación o estructura prohibiciones y las cree, ¿a quién pedir permiso? Siempre sostengo en las terapias que la persona con quien deben negociar hasta poder convencerla es la persona del espejo. Allí uno mismo, mirándose a la cara, puede ver sus límites, comprender sus necesidades, decirse sus deseos, reconocer los límites y decidir que caminos hacer, explorar, conocer o intentar. Al fin y al cabo, nos debemos, sobre todo, que la persona del espejo sea feliz, saludable. Es el camino más saludable para poder hacer que otra persona también lo sea. Nada más saludable que eso.

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