Por GUILLERMO ZIMMERMANN.
EN LAS GRIETAS EN LAS GRIETAS
Ninguno advertía la negrura total de sus ojos hasta pasar frente a ella. Apenas recobrados se alejaban, algunos con sonrisa incrédula; los más, con mueca incómoda. Recién a cierta distancia volvían, lentamente, a moverse con la música. Él se detuvo como todos, pero luego no se alejó, o no tanto. En una charla reciente había aprendido que esos lentes se llamaban"esclerales"; porque "esclera" es el nombre que recibe la parte blanca del ojo, y a diferencia de los lentes de contacto comunes, éstos también la cubren.
La contempló entre el humo y las luces de colores, mal disimulado su interés. Que no sólo era por sus ojos. Su ropa, aún para la frivolidad de una céntrica noche de pubs, era excesiva. Mezcla de látex y redecillas que destacaban un collar irreverente, casi mascotil, muy ajustado a su cuello. Pero el verde que trenzaba los ceñidos mechones de su peinado, inesperadamente lo cautivó; así también algunos tatuajes, la combinación de signos oscuros y figuras arcanas que no dejaban de ser femeninos.
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Por debajo de tanta ornamentación, como en casuales ventanas, se dejaba ver un cuerpo terso y fibroso que él aprobó complacido. Jugó a adivinarlo; demorándose en rincones, recreando mentalmente las texturas juveniles. Se preguntó cómo se vería con la piel libre de tantas marcas. O con el pelo suelto: la imaginó secándose con una toalla, con los verdes mechones electrificándose en rebeldía.
Curioso que entre el amontonado gentío, que bailaba y saltaba con la música, ella se le mostrara siempre tan nítida, tan entera para él. Que nada se interpusiera en su línea visual, como si algo conspirara para que él siguiera mirándola y se preguntara, pero recién ahora lo hiciera, cómo se verían sus ojos.
Si tendrían algún defecto; quizá un rasguido perverso, una malformación que se pretendía ocultar. Los lentes los opacaban hasta hacerlos parecer agujeros, órbitas de una vacía calavera. Nunca hubiera podido saber si ahora mismo estarían no, eso no podía ser. No podían estar mirándolo.
Otra vez su imaginación, demasiado excitada sin duda; ella apenas apuntaba el rostro hacia donde él estaba, eso hacía aunque es cierto que así permanecía, y sonriéndole deun modo de un modo que, si además estuviera mirándolo Se convenció, como despertando, que de ninguna manera, ni aún si así fuera. En primer lugar porque estaba en pareja. Se obligó a recordar la relación que mantenía desde hacía un año y que ya iba para dos.
Por lo demás: Él era una persona muy común, con su jean y su camisa algo vistosa de los fines de semana. Ella un juguete artificioso; una muñeca oscura e irreal. Evidentemente no era su tipo. No recordaba haber hablado nunca con una mujer así; menos aún intentar seducirla. Entonces que de ninguna manera; aunque siguiera mirándolo de ese modo, ahora estaba seguro que a nadie más que a él; y aunque el camino entre ellos inexplicablemente continuara despejado y la distancia fuese, de hecho, cada vez menor; porque siguiendo la música, empujados por los roces de la gente en sus espaldas y hombros, enrealidad ya se habían acercado varios pasos.
¿¡Pero entonces qué estaba haciendo, qué es loque intentaba demostrar!? Debía detenerse y debíahacerlo ahora. Sabía perfectamente que todo lo anterior no significaba nada y que el verdadero y únicoproblema era su "cuestión" con las mujeres, daba lo mismo con ésta o con cualquier otra. Cuestión a la que su pareja bien se había acostumbrado; o al menos así le decía: que para ella no era lo más importante.Incluso sabía tranquilizarlo de tal modo que así y a veces, todo resultaba bien.
Se confesó que si continuaba la relación, por lo demás tan chata y aburrida, era precisamente por eso. ¿Y ahora pretendía acercarse, justamente, a ésta mujer? ¿Consideraba realmente enfrentarse a todolo inquietante que había enella, a todo lo raro y lo bello? Ella, que ahora avanzaba resuelta, sin apuro ysin dejar de sí, de mirarlo, ya no cabía duda. Y a nadie más que a él.
No retrocedió ni se movió al costado, ni tampoco se perdió en la multitud. Pero en el último instante fue ella quien lo rodeó, dejándose asir por la cintura; quien rasgó su nuca mientras proponía entre susurros que él escuchó claramente a pesar de la música.Y otra vez ella quien anticipó la respuesta que, en su aturdimiento, él apenas comenzaba a esbozar.
"Sabes perfectamente a dónde." Tuvo la fugaz sensaciónde que aquello no encajaba, de que algo en la escena era demasiado y no estaba bien, pero ni por un momento pensó en desatender su pedido, o su orden. Como en discontinuos fragmentos de una película, se encontró manejando rumbo al hotel nocturno.Y a velocidad a pesar de la lluvia.
En la cabina no percibió otro sonido que el delas gotas golpeando el parabrisas; alguna risita demujer quizá, entre seductora y maligna. Buscaba sus ojos renegridos y opacos en el espejo retrovisor, volteando imprudentemente la cabeza cuando su reflejo se escapaba del estrechomarco. Lo que interrumpió el estado casi hipnótico en que estaba fue recordarotra vez su cuestión, la suya con las mujeres. Volvera sufrir su amenaza; anticipar la inminente vergüenza. Pero ninguna alarma consiguió disuadirlo.
Dispuestos en las paredes y el techo, los espejos multiplicaban la cama con incitantes reflejos. La mujer les sonrió despacio y con reverencia, aunque las demás estancias de la habitación no la hubieran detenido un instante. Se despojó de su ropa como si le molestara, y lo atrajo al lecho con tanto impudor que él tuvo un impulso de resistencia, algo como la necesidad de interponer un lapso o un método. Le pareció que acariciar y desarmarle un poco el cabello, tan obsesivamente trenzado, pero ella detuvo su mano mucho antes.
Sí permitió quele desprendiera el collar, la única prenda que aún conservaba; que al aflojarse reveló lo que ocultaba. Él se detuvo, no tanto asqueado como avergonzado por su propia torpeza, mientras el collar resbalaba entre sus manos; pero ella pareció no darle importancia y guió sus dedos más arriba, permitiéndoles acariciar su rostro y sus labios, entrar en su boca y exploarla hasta que los frene el desconcierto, momentoque esperaba y celebró con una risita.
Aunque le hubiera resultado aprensivo, él pensó luego que, después de todo, la lengua bífida era el complemento esperable y obvioa tanto pirsin y tatuaje. Aligual que con ellos, descubrió en su misma rareza un estímulo; quiso más, quiso ver y pedir la única desnudez que faltaba pero ella ya se había montado sobre él y se contorneaba con lentitud, frotándose contra su cuerpo, deslizando el canal de su lengua angulosa sobre el hélix de su oreja." tus lentes oscuros" llegó a decir él apenas, sofocado ya por el deseo, "quiero verte a los ojos".
Ella se rió como si la hubiera pescado en falta, esta vez solo un momento. "La impaciencia nunca es virtud en un amante " le respondiómás bajo y otra vez seductora, complaciente " los verás mientras terminemos". Y luego todo fue ardor, la fruición potenciada y contenida de que no se le permitiera moverse ni cambiar de posición, pero que él tampoco alcanzara a desearlo porque ella parecía adivinar constantemente el movimiento apropiado, el ritmo exacto para su goce.
Transportado, liberó una mano que colmó con los pechos y el abdomen, con la cintura ondulante deese cuerpo perfecto. Atendiendo a cosquilleos muy profundos, él anticipó su momento. Y entonces reapareció el temor; la convicción horriblede que su vigor, aún ahora, encendido como nunca, lo abandonaría en la antesala del goce. Pero ella también pareció adivinarlo, y acelerando sus movimientos, casi aplastándolo a golpes de cadera, le dijo que era entonces; le ordenó que la mirara a los ojos.
Los lentes esclerales ya habían caído sobre su pecho, imperceptibles de tan livianos, y en la vehemencia del último clímax ella lo sujetó por el rostro, clavó sus uñas en sus mejillas y él supo que esta vez sí, que la firmeza no lo abandonaría mientras se perdiera en esos ojos amarillos, en esas negras y rasgadas pupilas. Mientras su respiración se entrecortaba y sentía la rigidez extenderse hacia el abdomen y las rodillas. Mientras inundaba a su amante y la rodeaba con sus brazos tiesos mientras se endurecían suspies
Imágenes en la superficie del agua. Dispersas primero, onduladas por lasdébiles corrientes, se acercan y se agrupan poco a poco. Se alinean, definen sus contornos, se distinguenen letras que expondrán la sentencia: Cada mil años una noche de furia y venganza, sean sus virtudes de rencorosa titánide. Llegado el día se condenará sí misma, dada su vergüenza por derrotada e infame.
¡Decreta el rayo que ilumina la bóveda, estirando la sombra de estalactitas, estallado en sus incrustaciones diamantinas!¡Rubrica el trueno que ruje y retumba, que propaga sus ecospor los interminables laberintos minerales! Pero las letras se diluyen y se apagan, dispersando el implacable dictamen. Las aguas oscuras seguirán indiferentes; nada las aclara ni nada las perturba.
Despacio, con gesto notan distante a una caricia, recorre las marmóleas vetas de lo que fueran los muslos. Si no amorosa, ni triste, parece al menos muy calma, aplacada en las formas de quien fuera su último amante. Es un momento apenas. Antes que su rostro se transfigure de odio. De un zarpazo en su cabeza libera a las cautivas y la pieza se llena de siseos y de tensos cascabeles; del funesto hedor de los reptiles.
Pero también, aprovechándose de alguna rendija, la claridad del día entró a la habitación, y la menor de las gorgonas sabe quede be cumplir con la ley, o con el capricho, pero sin duda con el ajuste de cuentas de los poderes vencedores.
Su infame cabellera dentellea frenética; eyecta en vano su veneno por los aires, como si anticipara la inminente quietud; desespera hasta atacarse a símisma y Medusa les ofrece sus manos, la palidez de sus propios antebrazos. Antes de alzar la vista y mirarse en el espejo entechado, se nutrirá de ese dolor para un grito. Último insulto de la vengadora a los héroes, del último monstruo a los dioses celestiales. Que se conserve, reverberante eco, en las grietas de la piedra. Mil años más.