Un camino de trabajo, de siembra y cosecha.
Tiene 92 años y cosechó zapallos gigantes a pesar de la sequía Tiene 92 años y cosechó zapallos gigantes a pesar de la sequía
Apoyada con su bastón de huíñaj, doña Amalia Ponce de Araujo, de 92 años, atiende el teléfono y no hace falta ninguna pregunta, sólo empieza a hablar y a contar toda su vida y su nieta Tamara Coronel revela rápidamente su abuela siempre quiso "salir en el diario" y la cosecha de zapallos gigantes con sequía y todo le dio esa oportunidad.
"Ella vive comprando el diario", contó Tamara, costumbre que le quedó de su época viviendo y trabajando en Buenos Aires, de donde se volvió en 1964 con su esposo, don Carmen Araujo (fallecido).
Zapallos de 10 kilos
Sobre su cosecha excepcional, doña Amalia contó: "Mi nieto, Rodolfo Jorge Coronel, estudió en El Zanjón (Escuela de Agricultura y Granja de la Unse, Santiago del Estero), él es técnico agrícola, trabajó en Malbrán". Justamente, estos zapallos gigantes se lograron con semillas que él le llevó a su abuela: "Ahora él ha sembrado y yo cuido, porque él se ha ido a trabajar. Y él recibe siempre semillas del Inta, pero como no llovía se atrasó", por la falta de humedad.
De todos modos, logró resultados impresionantes: "Coseché zapallos ¡semejantes! Otros zapallos brasileños, el negro, sandía al último he sacado. Nosotros sembramos, él anda con el arado, nosotras con la pala y con la azada", diferencia.
Ante la consulta de quién sabe más sobre los cultivos, si ella o el nieto técnico, Amalia responde con una sonrisa: "Y bueno, yo dirijo como vieja sabia".
Producto de su experiencia, contó un par de observaciones de notable significancia: "Pero la verdad, le voy a decir, la tierra está ahora como arena, brillosa, no resulta (no genera resultados como décadas atrás cuando el sustrato era más rico en nutrientes)", advirtiendo sobre un fenómeno local interesante de estudiar.
Afortunadamente, la lluvia fue muy oportuna en la zona: "Había mucha seca, pero gracias a Dios ha llovido y bueno, se ha cosechado, estos zapallos blancos, que deben tener 9, 10 kilos, son grandotes. Había cinco zapallos, pero no eran tan grandes, pero éste les ganó. Yo me asusté porque iba creciendo, creciendo. Ya va a dejar de crecer me imagino", señala doña Amalia para un fruto que aún no fue arrancado de su guía. A lo que Tamara aporta: "Lo va a dejar ahí para ver hasta dónde llega", lo cual será muy útil seguramente, ya que se trata de una especie que no conoce por ser la primera vez que usan su semilla y su potencial podría ser mayor aún.
Pese a que ya tiene su casita en el pueblo, no puede abandonar del todo su casa en el campo, por las exigencias propias de la producción: "La cosecha gracias a Dios nos ha venido bien, pero había que atender" y no con poco esfuerzo: "Yo uso bastón, pero hasta ahora no me caigo, no me lastimo, me sostengo, yo pido fuerza a Dios", relata Amalia que aunque a diario recibe la visita de sus hijos y nietos, no le resulta nada fácil ni simpático abandonar el trabajo, como le sucede a quién trabajó toda su vida y el punto de inflexión entre una vida activa y el jubileo se vuelve difuso y la mayoría de las veces tampoco se produce en un momento único, en una misma fecha, sino más bien se va dando progresivamente.
Más de nueve décadas vividas con intensidad y plenitud
Doña Amalia es matriarca de una larga prole
Vive en Juan Sagol, Salavina. Allí cuida sus cultivos y pasa sus días contando sus mil historias a quien la visita.
Tanto como necesita trabajar (aunque también revela su carácter mandón: "Yo ordeno" y los amenaza entre risas con el bastón), doña Amalia Ponce disfruta de relatar su vida y sus conocimientos y, quizás sin querer, todo termina vinculándose, en un círculo que une su infancia de pobreza, sus primeras comidas, su etapa adulta laboral, la formación de su familia y el compartir su experiencia con sus seres amados.
Solita inició resumiendo: "Tengo 92 años, que el 26 de febrero cumplí, soy de estatura muy pequeña 1,45 (de lo cual se ríe ahora, aunque de joven la abrumaba un poco). Soy madre de cinco hijos: tres hijas mujeres, dos varones, y desgraciadamente el primer hijo falleció; y soy viuda hace 38 años". Sobre el resto de su descendencia, que no es poca, enumeró: "Tengo 6 nietos, 21 bisnietos, y la que está a mí lado (Tamara) tiene 30 años, es profesora de folclore, enseña danza, ella es madre de dos niñas y ahora está estudiando para maestra jardinera, en Colonia Dora. Y mi hijo Marcelino Araujo es enfermero, ya se va a jubilar, tiene 65 años", detalla como quien cuenta los frutos que fue capaz de dar, pese a su tamaño tan pequeño.
Infancia
Su relato vincula rápidamente su infancia con los alimentos: "Me crié con mis abuelos. Éramos dos nietas, una es Robustiana Ponce, que ella va a cumplir 90 años en mayo, somos salavineras, ella vive en Taco Totorayoj; y yo en Juan Sagol, Salavina. Hemos sido familia muy humilde, pero de hambre no sufrimos: comimos choclo, zapallo, melón, sandía" y sobre comidas, señala: "Yo me crié con esas cosas: mazamorra, zapallo con leche" y sabe cocinar bastante también: "Sé hacer de todo: arrope, queso de chivas, sé juntar algarroba, sabía vender, y compraba pan dulce y sidra y cuidaba mi platita. Antes tenía ovejas, chivas, de todo y valía la lana y el cuero, ahora ya no, la carne sí", tiene buen precio.
Pero los años pasaron y algunas cosas van cambiando: "Ahora no tengo nada de eso ya, ya no puedo cuidar, hace rato terminé ya".
Cuenta sobre su infancia además que iba a la escuela "descalza" y con "un vestidito con remiendos". "No supe hablar en castellano", así que lo hacía "en quichua". "No sé cómo aprendimos mi prima y yo", se sincera sobre los inconvenientes típicos del bilingüismo por aquellas épocas.
Repite los nombres de sus maestras sin un ápice de duda: "Nos enseñaba la señorita (aunque no hablaban castellano con su prima Robustiana), muy buena era la señorita directora maestra, María Laureta Bravo. Después estaba la señorita Hermelinda Castillo, la hermana María Clara Castillo".
"Llegué a 4º grado, porque falleció mi madrastra y tuve que criar a mis 4 hermanitos", lamentablemente algo común también en la cultura de ámbitos rurales. "Después cuando he sido ya señorita, a los 20 años, me fui a Buenos Aires, trabajé allá. A los 24 años me casé, con un militar, Carmen Araujo. Después me fui a trabajar a Mar del Plata, conozco Punta Mogotes, etc. He sido cocinera, gracias a Dios aprendí con los patrones, en Buenos Aires".
Allí también siguió haciéndose cargo de sus hermanos: "Mi hermano fue a trabajar a la marina, y tuve que ir cuando él no se presentaba y subir a un barco a ver a mi hermano". Así que más que conforme doña Amalia con todo lo que conoció, recorrió y disfrutó, con algunas excepciones: "En todos los años lo único que no subí fue en avión".
FÓRMULA
El secreto de la vida
Sobre sus 92 años y la dieta que seguramente explica en parte su longevidad, doña Amalia contó: "A mí ahora la carne (de vaca) no me gusta comer, más me gusta la de majada de lado del cogote, del espinazo y la cabeza, esa es la parte más rica. Pollo ya no, pero que no me falte caldo de gallina. Tomo leche y yogur y mucha verdura, carne muy poco ya. Mate con remedio (tilo, manzanilla, cedrón), pero no con mucho pan ni galleta", porque "la gordura no va con la edad".
Su nieta, Tamara, aprovecha y le pregunta con picardía sobre "lo más importante", el secreto para vivir hasta sus 92 años, a lo que en el mismo tono contesta doña Amalia: "El secreto de la vida, me tomo vinito, tinto, pero del bueno. También tomo cerveza, pero no es como antes el sabor. Ahora de la lata no tiene el mismo gusto que de la botella" de vidrio. "Tengo pucho también, puchito", minimiza como si ello le alivianara la cargo de lo que sabe no es recomendable para la salud. Siempre con tono jocoso ya no deja nada sin contar: también disfruta de los vermuts más tradicionales, gusta de contar cuentos picantes y nunca, pero nunca deja de contar sus historias de vida.
En pocas palabras, Amalia es el alma de la fiesta.