¿Y AHORA QUÉ HACEMOS?

De pronto todo cambia, se pierden referencias esenciales sobre el presente y sobre el futuro. Proyectos que se postergan, metas que desaparecen, interrogantes sobre el qué, el cómo y el para qué de las cosas. ¿Qué va a pasar? ¿Cómo va a terminar lo que acaba de empezar? Debemos despedirnos de hábitos, descartar planes. Lo que era accesible ayer es inaccesible hoy. Recortar, encoger, suprimir son ahora verbos que conjugamos a diario. 

Podemos vivir esto con tristeza, con impotencia, con bronca, con miedo. Emociones que empañan el pensamiento. Quizás sea momento de pensar, recapacitar, revisar. ¿Cómo estábamos viviendo? ¿Qué postergábamos a cambio de lo que adquiríamos? ¿Eran realistas nuestras costumbres? Una opción es perdurar en la queja, el fastidio y la desesperanza. Otra es revisar modelos de vida, propósitos existenciales, conductas, la forma en que nos vinculamos y con quiénes. 

Mucho de lo que ocurre es ajeno a nuestra influencia o quizás defrauda nuestras expectativas. Pero depende de nosotros encontrar y articular un "para qué". Nada es para siempre, la vida está hecha de ciclos y al final de este ciclo, que puede ser corto o largo, estarán las preguntas de la vida: ¿qué aprendimos? ¿qué transformamos? ¿qué hay de nuevo en nuestras vidas? ¿a qué y a dónde decidimos no regresar? ¿a qué y a dónde nos proponemos dirigir nuestros recursos existenciales?

Sí sólo esperamos que esto pase o mejore (según qué entendamos por mejorar) para volver cuanto antes a donde estábamos, es posible que la conclusión nos encuentre ante el próximo capítulo de una historia circular, que se repetirá sin transformación, sin aprendizaje. El eterno retorno a una vida en la que buscamos excusas para consumir mientras nos consumimos.

Dice Robert Frost en su maravilloso poema "El camino menos transitado": "Seguramente esto lo diré entre suspiros/ en algún momento dentro de años y años/ dos caminos se abrían en un bosque, y yo elegí/ elegí el menos transitado/ Y eso supuso toda la diferencia".