Por Sergio Berensztein - Analista político Especial para EL LIBERAL
Los enigmas de un cambio que comenzó en la Argentina Los enigmas de un cambio que comenzó en la Argentina
Llegada esta época del año, al hacer un balance de lo político-institucional lo divido en tres aspectos, partiendo del hecho de que hoy la Argentina experimenta un cambio que presenta muchos enigmas.
Por un lado, el año que termina obviamente encuentra a la Argentina en un proceso de cambio del que no sabemos todavía cuánto habrá de concretarse. En principio, parte con ambiciones de profundidad e intensidad pocas veces visto. Pero del dicho al hecho hay un gran trecho en términos de su implementación y sostenibilidad en el tiempo.
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De todas formas, en términos narrativos hubo un cambio fundamental, en los elementos constituyentes, en los ejes nodales del discurso político, que cambió de manera radical como consecuencia de la irrupción en la escena pública y sobre todo a partir del triunfo de Javier Milei. Este primer aspecto obviamente tiene diferentes interpretaciones. En mi opinión, basado en los estudios de opinión de D'Alessio-IROL/Berensztein, Argentina venía experimentando desde finales de la pandemia un profundo cambio de preferencias subyacentes en una porción muy significativa de la sociedad. En efecto, casi un 60% venía reaccionando al fracaso del modelo populista, híper estatista e inflacionario dadas sus consecuencias claramente negativas en materia de ingreso, empleo, estancamiento e imprevisibilidad. Así, el costo de la estanflación, que en la Argentina tiene más de 13 años, impactó sobre las ideas, las coaliciones y los actores que lo defendieron y de hecho lo profundizaron. Por ejemplo, esto se manifestaba en una situación inédita: más del 90% de la sociedad definía a la inflación como su principal problema y el 70% se quejaba por la inseguridad: síntomas contundentes de un Estado que fracasa en brindar los bienes públicos esenciales.
La primera dimensión entonces de este cambio es de características narrativas: se impuso un diagnóstico de crisis sin precedentes, con riesgos de que escale aún más, y que implica de hecho en responsabilizar al populismo y su mala praxis del drama que vive el país. Sin embargo, es importante tener en cuenta que no sabemos hasta qué punto el cambio que se propone desde el gobierno habrá en efecto de volverse realidad y sobre de sostenerse en el tiempo. Se trata de un proceso que está en marcha pero que enfrentará un sinnúmero de obstáculos políticos, judiciales y hasta técnicos que no serán sencillos de resolver. Es el comienzo de una trayectoria que perfectamente puede derivar en una situación de estancamiento, que puede profundizarse, o incluso revertirse parcial o totalmente. Enfrentamos así un escenario de alta incertidumbre respecto del resultado eventual de esta dinámica de transformación pro mercado que tiene un ímpetu y un estilo de liderazgo muy diferentes al antecedente más inmediato que es el menemismo.
En efecto, se ha generado una especie de sinapsis entre esas nuevas preferencias subyacentes y el surgimiento de una figura que pudo capitalizar y profundizar, darle liderazgo y sentido a esa mezcla de hartazgo y cambio aspiracional, que fue Javier Milei. No era fácil de ver al comienzo por las características personales y los excesos teatrales de Milei, además de carecer de aparato político y de recursos para la campaña. Pero es muy claro viéndolo "ex post facto": aquí hay una fuerza que viene desde la sociedad y que se complementa y consolida con el liderazgo de Milei, no es un fenómeno de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba. Puede de este modo afirmarse que después de tanto tiempo de frustraciones económicas y decadencia desde el punto de vista de desarrollo humano, Argentina vino madurando de forma no lineal ni ordenada un formidable proceso de cambio cuyos primeros pasos estamos observando ahora.
La segunda dimensión tiene que ver con un aspecto fundamental y es que en cualquier proceso de cambio hacen falta actores políticos y sociales que permitan darle "encarnadura" o sustentabilidad a las iniciativas lanzadas desde el pináculo del poder. Por ejemplo, lo que fue el sindicalismo para Perón ("la columna vertebral del movimiento justicialista", la clase media para el radicalismo, así como los movimientos sociales, la Cámpora y los intelectuales de Carta Abierta para el kirchnerismo. El gran enigma que surge en esta coyuntura crítica no es solamente hasta qué punto las iniciativas del Poder Ejecutivo, ya sea por DNU o por ley, habrán efectivamente de avanzar y concretarse. También, resulta particularmente importante comprender en qué actores políticos y sociales se va a asentar, política y culturalmente, este proceso transformacional como para efectivamente darle un apoyo más sólido y perdurable. Lo que en el gobierno denominan "cambio cultural" (que, en rigor, no es un concepto nuevo, sino que ya Marcos Peña hablaba de eso entre 2015 y 2019), no se logra ni mágica ni automáticamente, sino que requiere de acción colectiva y de una red de grupos, instituciones y personas que le otorguen perdurabilidad. Desde ese punto de vista, los interrogantes son aún mayores que los planteados antes. Porque el éxito de este proceso no depende solo ni fundamentalmente de la capacidad fe implementación de las políticas, sino justamente de que esto encarne en actores sociales y políticos, viejos y nuevos, que se identifiquen con las ideas y las acciones impulsadas desde el gobierno, las defiendan en la arena pública, las diseminen y las conviertan en un nuevo "sentido común" de esta era que acaba de nacer.
Es cierto que hasta ahora el fenómeno Milei se ha basado fundamentalmente en las redes sociales: es un fenómeno más "pospolítico" y fluido que político e institucionalizado. Con eso, fue suficiente para llegar al poder dada la debilidad, fragmentación y pésima reputación del sistema político formal. Sin embargo, eso no alcanza para que el nuevo ideario liberal se vuelva realidad. Los votos conseguidos son muchos, pero el electorado es una fuerza que otorga legitimidad de origen, pero que no alcanza para alcanzar la legitimidad de ejercicio sin la cual este cambio estructural no va a avanzar los suficiente como para reemplazar al viejo paradigma populista que pretende reemplazar.
En este sentido, han sido fundamentales los apoyos conseguidos en el sector privado, pero no debe desestimarse las críticas del movimiento obrero y otras organizaciones sociales, que se manifestaron masivamente el miércoles pasado en Plaza Lavalle, frente al Palacio de Tribunales en la Ciudad de Buenos Aires. Se trata del espacio público donde comenzó a derrumbarse en 1890, con la Revolución del Parque, el orden conservador que tanto reivindica e idealiza el Presidente Milei. Lo cierto es que dada la debilidad que objetivamente tiene en materia de correlación se fuerzas el actual gobierno, sobre todo en el Congreso y a nivel federal, sin duda deben surgir otros actores que complementen y amplíen la coalición de fuerzas afines al ideario liberal. ¿Será acaso la cadena agroindustrial, "el campo", que en el 2008 protagonizó la primera revuelta fiscal en la historia argentina? El apoyo que Milei obtuvo en ese sectores es innegable y su actual cercanía con Patricia Bullrich refuerza sus credenciales entre ese amplio y diverso universo social y geográfico. Pero tampoco parece suficiente para darle a esta revolución copernicana la fuerza y la amplitud que necesita: la enorme asimetría entre ideas, objetivos y recursos concretos (o entre medios y fines) sigue siendo en principio muy impresionante.
Por último, el tercer aspecto que propongo analizar es la capacidad efectiva del gobierno de Milei de llevar adelante el ambicioso programa de reformas que le está proponiendo a la sociedad. Las dudas en este sentido surgen fundamentalmente del notable nivel de improvisación evidenciado en todas las áreas del gobierno desde el triunfo en segunda vuelta hasta este momento. Esto involucra la selección de recursos humanos, donde sorprende por ejemplo que algunos cuadros nada menos que de La Cámpora estén al mando se empresas estatales y aun quedan importante posiciones sin llenar, cómo otras cuestiones de índole estrictamente técnica y también político-institucional. La apuesta a generar una suerte de ataque rápido o
"blitzkrieg" que descoloque a quienes se oponen dentro y fuera del Congreso a las iniciativas oficialistas minimiza no solo el destino de estos proyectos en la justicia sino que supone que la fuerza del presidencialismo es suficiente para contrarrestar las lógicas reacciones de los distintos grupos de interés afectados por sus contenidos. Todo eso también constituye un enigma complejo y preocupante: la capacidad real para poder llevar adelante ek programa ambicioso que en efecto se propone el nuevo presidente.