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EL LIBERAL . Santiago

Ideólogos que no gobernaron, ideas que sí lo hicieron. Artura Enrique Sampay (Primera parte)

Sampay de paisano

Sampay, de paisano.

14/12/2019 21:32 Santiago
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Ideólogos que no gobernaron, ideas que sí lo hicieron. Artura Enrique Sampay (Primera parte) Ideólogos que no gobernaron, ideas que sí lo hicieron. Artura Enrique Sampay (Primera parte)

La historia de las ideas en la Argentina adolece, muchas veces, de un anonimato que cae como un castigo sobre aquellos pensadores que llevaron adelante una transformación en el marco de la acción política, cuyos resultados beneficiaron a dirigentes y líderes, que al aplicar prácticamente esas transformaciones, acabaron sumergidos en disputas y conflictos que tergiversaron los propósitos que aquellas teorías tenían en sus orígenes.

El personaje que nos ocupa hoy tuvo una enorme trascendencia en la articulación de las ideas que dieron sustento al justicialismo, entendido como la doctrina política de renovación en el pensamiento argentino en la década de 1940. Fue además, el protagonista excluyente de la Convención Constituyente de 1949, que modificó la Carta Magna sancionada en 1853. Sin duda Arturo Sampay es un argentino que merece la profundización de los estudios sobre su obra jurídica, su pensamiento constitucional y su actuación pública, más allá del acuerdo o no con ellas.

Infancia y formación 

Arturo Enrique Sampay nace en la ciudad entrerriana de Concordia, sobre el río Uruguay, el 28 de julio de 1911, en el seno de la familia formada por Fernando y Antonia Berterame. Son los años del Centenario argentino y gobernaba el país Roque Sáenz Peña, la provincia mesopotámica Prócoro Crespo, y Santiago del Estero estaba conducida por Manuel Argañaraz. Fue formado en un catolicismo practicante, sobre todo por la influencia de su tío, el sacerdote Carlos Sampay, que lo introdujo en la lectura de los filósofos clásicos y los teólogos medievales. En 1925 viaja a Concepción del Uruguay, la histórica capital, y cursa los estudios secundarios en el Colegio Nacional, primer establecimiento laico del país, fundado en 1849 por el gobernador Justo José de Urquiza.

Bajo el rectorado de José Haedo, el joven Arturo se forma sólidamente en el ámbito del humanismo, y se lo recuerda por su presencia habitual en la biblioteca del Colegio. Recibe su graduación en 1929, a los 18 años. Decide estudiar derecho y lo hace mudándose a la capital de la provincia de Buenos Aires, La Plata, donde se inscribe en la facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Nacional. Su carrera universitaria es meteórica, ya que en 1932, con sólo veintiún años, se recibe de abogado con brillantes calificaciones, presentando luego su tesis sobre la “crisis del estado de derecho liberal burgués”, que le significa obtener el doctorado al año siguiente.

Viaja a Suiza, Italia y Francia, para realizar estudios de posgrado, y en el continente europeo se vincula con eminentes pensadores de distintos ámbitos, como el jurista Dietrich Schindler, el político democristiano Amintore Fanfani y el filósofo católico Jacques Maritain, además del obispo Francesco Olgiati, que era un destacado filósofo del derecho. Esto le permitió a Sampay comulgar sus ideas modernas constitucionalistas con la doctrina católica.

Su pensamiento jurídico se basó en la permanente lectura de los clásicos griegos, Platón y Aristóteles, cuyas ideas fueron fortalecidas con la “Suma Teológica” de Santo Tomás de Aquino, obra que se convertiría en la columna vertebral de su estructura ideológica. Siempre indagó en los grandes sabios: San Agustín, San Alberto Magno, Cicerón, Santo Tomás de Aquino, Carlos Marx, Ferdinando Lassalle y una larga lista de filósofos, sociólogos, historiadores, economistas y juristas. Vale destacar que hablaba fluidamente las lenguas muertas (latín y griego) a la vez que lo hacía con el francés y el italiano.

La formación intelectual de Sampay lo convierte en uno de los pensadores jurídicos de mayor valía en su tiempo, y puede definírselo como un teórico del constitucionalismo social, en boga en los años que van desde la Primera a la Segunda Guerra Mundial, donde el nacionalismo en la Argentina, sumado al auge del Catolicismo preconciliar y a las crisis sociales que abundan en el mundo, tanto en Europa como en Estados Unidos, y que Sampay iba a estructurar como una doctrina, que llegará a la propia Constitución argentina una década más tarde.

Familia, docencia y vida pública

Regresa a su provincia natal en 1934. Sigue siendo un católico practicante, y se afilia a la Unión Cívica Radical, que había retornado al poder luego del golpe de estado de 1930. Entre Ríos reforma su constitución provincial contemporáneamente al retorno de Sampay. Su actividad jurídica se dedica al estudio de esta nueva carta magna, y publica en 1936 su primer libro “La Constitución de Entre Ríos ante la nueva ciencia constitucional”. Tenía sólo 25 años y el prologuista, Faustino Legón, la calificó como la consecuencia de un “visible y legítimo amor a la tradición y a los valores de Entre Ríos”.

Sampay expresa en su primer libro lo que sería el motor de su vida política e intelectual: “Nuestra generación, la de la experiencia vital del derrumbe, podrá trocar un destino insignificante –el agorero Spengler lo simboliza con la trágica tiesura del centinela de Pompeya- por otro, de sublime heroicidad: apuntar a la realización del momento argentino de una cultura auténtica”. Comienza entonces una larga relación con FORJA (Fuerza de orientación radical de la joven Argentina), un grupo disidente de la conducción radical de Marcelo T. de Alvear, en el que conoció al bonaerense Arturo Jauretche, al santiagueño Homero Manzi y al entrerriano Carlos Maya.

En 1944 se muda definitivamente a La Plata, donde conoce a Dora Navarro, con quien se casa y tiene tres hijos: Dora, María Alicia y Arturo. Sus amigos, que en general lo querían, pero sobre todo lo admiraban, decían que a la altura intelectual de Sampay se sumaba su altura física (más de 1,80 m.) y sobre todo su “pinta”, ya que era un hombre muy elegante. Esos años ’40 son la época en que su adhesión al radicalismo muta hacia el nacionalismo católico. Ingresa como profesor en la Universidad Nacional, y conoce al entonces vicepresidente, el coronel Juan Perón

Asume su primer cargo público como asesor de gobierno del entonces interventor de la provincia de Buenos Aires, Atilio Bramuglia, quien luego lo nombra Fiscal de Estado. Como representante de los derechos del estado provincial lleva adelante acciones contra el grupo Bemberg y la Compañía Argentina de Electricidad por evasión impositiva, y fue el impulsor de la estatización completa del Banco de la Provincia de Buenos Aires, por entonces bajo el mando de Arturo Jauretche, su colega de FORJA.

Participó activamente en la campaña electoral de 1946, como integrante de la Unión Cívica Radical Junta Renovadora, que llevó a la presidencia a Juan Domingo Perón. Sampay fue el primer articulador de lo que él mismo llamó la “doctrina justicialista”. El electo gobernador bonaerense, coronel Domingo Mercante, envió su pliego como fiscal de estado al Senado provincial, y fue aprobado en forma unánime, incluso con el voto de la oposición radical.

La convocatoria a la reforma constitucional en 1948 lo encontró como candidato a convencional, y llega a ser el gran ideólogo de las modificaciones propuestas, que en realidad significaron un cambio radical de la Constitución Nacional. Fue durante esa convención presidente de la Comisión Revisora de la Constitución de 1853. Sampay fue quien propulsó la conversión al constitucionalismo social del texto magno, y entre las grandes modificaciones, se encuentra la incorporación al Preámbulo de la fórmula: “una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”, la inclusión del listado de derechos sociales, y la reelección indefinida del presidente y vicepresidente.

En su informe a la Convención Constituyente el 8 de marzo de 1949 aparece el genio jurídico de Sampay, comenzando con un elogio al texto de 1853: “Es notorio, pues, que la organización de los poderes del Estado adoptada en la Constitución de 1853 motiva su larga vigencia: un poder ejecutivo con atributos de tal, que sirvió primero para pacificar políticamente al país, y permitió después, cuando pasamos de Estado neutro a Estado intervencionista, asumir una administración fuerte y reglamentaria que pudo solventar, sin rupturas con el orden establecido, los problemas de la nueva realidad política argentina; un poder legislativo que, por su base electoral, no fue el escenario plurificado de intereses económicos inconciliables, y que por eso, pudo mantener con el poder ejecutivo la cohesión política de los órganos del Estado; un poder judicial que salvaguardó la supremacía de la Constitución y que, empleando con mesura sus facultades y tratando de contemporizar con la orientación gubernativa de los órganos políticos, fue también un factor que contribuyó al robustecimiento de la autoridad del Estado y evitó que padeciéramos lo que en Occidente se denominara “crisis de autoridad de las democracias”, tan bien aprovechada por el totalitarismo para la implantación de sus dictaduras personales”

En el mismo texto dirá más adelante los motivos que hacen necesaria la reforma de la Constitución. Y también las razones del posterior ostracismo de Sampay. El próximo domingo escribiremos sobre eso.

(continuará)

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